Hablar de salvación implica abordar una de las propuestas más importantes del Evangelio de Dios al hombre. Esa propuesta de características espirituales y eternas es tan grande y misteriosa que sería imposible definirla completamente con palabras humanas. No alcanzarán nuestros años de vida en la Tierra para llegar a comprender la grandeza y gloria de esta salvación. 

Habiendo dicho eso, podemos hablar sobre esta salvación con humildad, sabiendo que grandes reformas se producen en nuestra vida y en nuestra generación cuando crecemos en el conocimiento y entendimiento de las verdaderas propuestas de Dios. Lo que creemos y entendemos acerca de este tema afectará directamente nuestro crecimiento espiritual.

Muchos cristianos cargan durante toda su vida formas de entender su salvación provistas por un conocimiento precario, religioso y tradicional, sin sospechar que aceptar un error en este asunto, tan relevante, puede ser uno de los mayores obstáculos para alcanzar la madurez espiritual y la expresión de Cristo en sus días. 

En esta nota no quisiera envasar respuestas de consumo rápido sino, más bien, despertar algunas preguntas que pueden despertar un clamor a Dios por respuestas verdaderas. 

¿Cuál es la calidad de salvación que nos ofrece el Evangelio de Jesucristo? ¿De qué debemos ser salvos? ¿Cuál es el objetivo final de esa salvación?

Nadie llega a la salvación entendiendo completamente la propuesta verdadera del Evangelio. Por lo general, las personas buscan a Dios por necesidades naturales, terrenales y temporales. Las adversidades que vivimos nos llevan a buscar al Señor para ser librados de esas situaciones. 

El Evangelio de Jesucristo no responde a los problemas humanos sino a las intenciones del Dios que lo diseñó.

Cuando el Evangelio que creemos se adapta a las expectativas y objetivos de las personas, entonces se vuelve humanista y vano. El apóstol Pablo escribió en su carta a los efesios que Dios nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros pecados. Cuando eso sucedió, no sabíamos que estábamos muertos. Ese tipo de vida no se conoce ni entiende hasta que es experimentada. La libertad que provee el Evangelio no es anhelada hasta que podemos disfrutarla, al menos en parte. 

Por muchas generaciones el evangelio fue anunciado desde la amenaza y el miedo. Eso produjo graves consecuencias a la hora de edificar la Iglesia, debido a que las personas asumen rápidamente que la salvación se trata de escapar del infierno. Esa simplificación es altamente dañina en el corazón de las personas, porque desprecia la verdadera naturaleza de la salvación espiritual. 

Muchos cristianos viven toda su vida bajo la amenaza y el miedo a las tinieblas, mientras que el Evangelio nuca respondió a ese fundamento. La realidad es que muchos han abrazado esas limitadas formas de entender la salvación y pronto descubren que nunca logran vencer los pecados que los mantienen en esclavitud, y tampoco experimentan la verdadera transformación de su alma. 

Basta a esta nota la intención de desafiar a los lectores a indagar acerca de este tema. Creo firmemente que la reforma que esta generación necesita comienza en entender que el Evangelio de Jesucristo no responde a las expectativas y necesidades humanas sino a las expectativas e intenciones de Dios. 

El apóstol Pablo lo expresó de la siguiente manera: “… prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (Filipenses 3:12b, RVR1960).

Si el Evangelio que hemos abrazado está vivo, no se conforma a las definiciones religiosas, sino que nuestro entendimiento de la salvación va creciendo hasta que produce la expresión del amor de Dios y el fruto del espíritu en nosotros. 

No son las acciones de apariencia religiosa las que demuestran nuestra salvación. Caín se equivocó de camino, aunque comenzó entregando una ofrenda a Dios. Judas no tuvo problema de besar a Jesús, pero aun así lo entregó a sus captores. La calidad de adoración que produce la verdadera salvación no es solo externa, sino que comienza siendo una pequeña semilla de fe que crece hasta producir grandes frutos de vida, amor y libertad.