¿Qué hacer con las expectativas frustradas que nos afectan a nosotras y a nuestra manera de relacionarnos con otros?

¿Cuánto cambiaría la calidad de tu vida si pudieses diferenciar entre las situaciones que no puedes cambiar y las que sí? Creo firmemente que, si le pedimos a Dios la sabiduría para entender qué batallas pelear, nuestra capacidad de disfrute de la vida aumentaría exponencialmente. Ya no viviríamos negando realidades o esperando que algo cambie, sino agradeciendo y viviendo plenamente lo que sí existe, tal como existe. 

Los contextos que nos generan expectativas que no siempre se concretan pueden tener que ver con relaciones interpersonales o no. Por ejemplo, no conseguir el puesto laboral que deseábamos, no encontrar a la pareja con la que queremos compartir la vida, no tener la relación cercana que desearíamos con algunos familiares, no tener la comunicación que pensábamos que tendríamos, no pasar el tiempo que desearíamos con amigos o familiares, etc.

Te invito a hacer de la siguiente plegaria tu oración diaria: “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar, y sabiduría para entender la diferencia”.

La sabiduría viene en diversos envases: la escucha atenta, la gestión de las emociones y los consejos, pero uno de los que más me inspiran es el de abrazar aquello que no puedo cambiar. ¿Cuántas de nosotras pasamos por estados de frustración profunda por no poder aceptar aquello que no cumple con lo que deseábamos, soñábamos y esperábamos? 

Es importante saber que nuestras frustraciones no tratadas son pasadas a nuestro entorno en forma de queja, crítica, presión y manipulación. 

Es decir, la raíz de dolor y amargura que se gesta en nuestros corazones por las cosas que no son como esperábamos, no solo nos carcome internamente, sino que afecta injustamente a nuestros vínculos (amigos, hermanos, padres, esposos, hijos, yernos, nueras y nietos) y la manera en la que nos relacionamos con ellos, logrando con el tiempo que las personas se cierren o se alejen de nosotras. 

Para encontrar el equilibrio que traerá salud mental, física y espiritual a nuestras vidas, es importante que comencemos por evaluar cuáles son aquellos escenarios que deseamos que sean distintos y cuál es nuestra actitud frente a ellos. Nuestra respuesta para con estas situaciones particulares denotará cuán sana está nuestra salud emocional: ¿sostenemos conversaciones en nuestra mente que nunca se concretan o ponemos en palabras con un otro lo que creemos? ¿vivimos con frustración, ira, rencor, dolor y ansiedad o trabajamos la resiliencia para sobresalir por sobre la situación?

Para algunas de nosotras, la “plegaria de serenidad” puede sonar a tener una actitud conformista y de poca fe. No nos permitimos creer que hay circunstancias, personas y entornos que no pueden ser cambiados por nosotras, por nuestras buenas intenciones, oraciones, trabajo y acompañamiento. Pero, teniendo en cuenta que nada cambia a menos que exista el real deseo de ser cambiado, encontraremos paz interior al aceptar algunas cosas por lo que son.

Es agotador vivir para intentar cambiar algo con nuestras fuerzas y es peligroso vivir negando la realidad que está delante de nuestros ojos hace tiempo. 

Te aliento de todo corazón a que le pidas a Dios sabiduría para saber cuándo luchar por el cambio sanamente y cuándo aceptar con gratitud la realidad. Esto último requiere una aceptación integral, es decir, a nivel intelectual, emocional y espiritual, para poder relacionarnos sanamente con nosotras mismas y con otros. 

Santiago 1:5: «Si necesitan sabiduría, pídansela a nuestro generoso Dios, y él se las dará».

Te animo a que pienses cuál fue el precio de gastar tiempo y energía en forzar el cambio de contextos o personas que no pueden ser cambiados. En cambio, sueña con el fruto que tendrás si abrazas lo que es, con un corazón pleno y agradecido en Dios, y descansa en Aquel que sí puede cambiar las circunstancias cuando inclinamos nuestro corazón para permitírselo.