Vivir por el Espíritu es el desafío de todo cristiano. Esta verdad esconde el cambio que desata aceptar a Cristo como el Salvador y Señor de nuestra vida: la vieja manera de vivir que llevábamos necesita ser rota, con sus deseos y pasiones, para dar lugar a una nueva realidad en donde somos conscientes de nuestra vida espiritual.
“Peripatéo” es la palabra griega que utiliza figurativamente como “vivir”, y en su definición significa “andar” o “caminar”. El contexto muestra que la orden del apóstol Pablo a los Gálatas apuntaba a que caminen diariamente por medio del Espíritu. En otras palabras, este diario caminar es una manera de vivir que nos lleva a evitar que sigamos los deseos de la naturaleza pecaminosa.
Ésta última, que también conocemos como “carne”, es el caminar que teníamos alejados de Cristo, mientras que la vida por medio del Espíritu es la que comienza a fluir desde que estamos en Él.
La intención con la que Pablo escribe estas líneas iba a dar un claro mensaje de advertencia a los gálatas, porque estaban buscando atarse a una vida religiosa, basada en la ley de Moisés. Esto para el apóstol era algo distinto al evangelio de la gracia. Más bien, lo que ellos estaban abrazando es un falso evangelio que busca agradar a Dios por medio de esfuerzos humanos, pero que impide que vivamos direccionados por el Espíritu. La verdad es que tan solo abriéndonos a la vida del Espíritu vivimos como a Dios le agrada, porque la vida que a Dios le agrada es consecuencia de su propia obra.
¿Cómo es la vida por medio del Espíritu?
«Es una vida que fluye sobrenaturalmente sin esfuerzos humanos«
El problema que Pablo tenía con los gálatas es uno que tienen muchos cristianos: querer alcanzar la vida que Dios espera con nuestras propias fuerzas. El hijo de Dios está parado en una verdad superior: cuando aceptamos a Cristo estamos abrazando su victoria sobre la muerte, a través de la resurrección, y abrimos nuestro corazón para que su Espíritu venga a habitar a nosotros. Ese mismo Espíritu es el que nos capacita, y nos permite vivir una vida santa. Ya que, a través de Él, es Dios mismo el que “produce tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Muchos cristianos al no lograr vencer al pecado con sus propias fuerzas, a causa de la religiosidad, caen en el engaño de la hipocresía con tremenda facilidad. Si vivimos buscando seguir solo un conjunto de reglas, la vida del Espíritu se verá limitada, y terminaremos presos a las obras de la naturaleza pecaminosa.
Además el versículo 17 muestra la oposición que hay entre ambas formas de vida, que nos lleva a discernir la guerra espiritual que atravesamos muchos de nosotros en el camino de entregarnos en plenitud a Cristo Jesús. Porque si la nueva y la vida vida tienen lugar, el resultado es malo: aunque queramos agradar a Dios, no podremos.
Alguno se preguntará: ¿Y cuál es nuestro rol en poder vivir la vida santa que Dios pretende para nosotros, si el Espíritu lo hace por nosotros? Nuestro rol figura en Gálatas 5:24: debemos rendirnos. Haber “crucificado” nuestra carne significa haber rendido nuestros malos deseos, buscando a Dios de todo corazón, para que el Padre haga su voluntad en nosotros.
«Es una vida que nos garantiza el acceso presente y futuro al Reino»
El apóstol es tajante sobre lo nocivo que es dar rienda suelta a las obras de la naturaleza pecaminosa. Es más, comprendemos, leyendo Gálatas 5:25 que heredamos aquello que practicamos. Si nuestra vida estuvo cautivada por el pecado, quien engendró el pecado (Satanás), tendrá autoridad sobre nosotros en el presente y porvenir.
De este pasaje también, y por deducción, podemos decir que si esta vida nos lleva a no heredar el Reino, vivir por el Espíritu nos garantiza pleno acceso a él.
Acceder al Reino es ingresar al ámbito en donde vemos a Dios establecer su voluntad con normalidad. Esta es una realidad que comenzamos a experimentar los hijos de Dios en el mismo momento que abrimos nuestro corazón a Jesús. Pero, también, es una garantía de una herencia aún más gloriosa que recibiremos cuando nos toque partir, o cuando Cristo regrese a buscarnos. Por eso Pablo habla de “heredar el Reino”.
Debemos tener cuidado con cualquier confusión que nos haga pensar que vivir en la carne en el presente es garantía de vida en la eternidad. Si vamos a la palabra, la única garantía de vida es vivir por el Espíritu (Gálatas 5:25). Por eso, no naturalicemos el pecado, y menos aún caigamos en el engaño de pensar que es imposible vencer la naturaleza carnal. Antes de todo eso, reconozcamos nuestra necesidad de crecer en la vida del Espíritu, y el Reino de hará real, a través del poder manifiesto de Dios, y de la certeza de una herencia imperecedera (nuestros tesoros acumulados en el cielo).
-Es una vida que como fruto reproduce a Cristo en nosotros
El apóstol termina esta sección mostrando lo que vivir por el Espíritu produce, en Gálatas 5:22. Esto que él llama “fruto” es la mejor descripción que tenemos del carácter de Cristo: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.
Comprendamos lo siguiente: el Espíritu que opera en nosotros es el mismo que ungió a Jesús, y lo capacitó para vivir una vida en santidad y poder.
El Espíritu de santidad que empoderó a Cristo quiere producir en nosotros el mismo fruto que en Él se vio. Por lo tanto, desistamos de una vez por todas de intentos infructuosos de seguir a Jesús a nuestra manera. La única forma de seguirlo es reproducirlo, y eso solo lo hacemos por medio de vivir por el Espíritu. Porque “el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en” nosotros, por lo que Él “dará vida a” nuestros “cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en” nosotros (Romanos 8:11 NVI).
¿Cuál es la clave para vivir por el Espíritu? El cultivo de una relación con Él. La espiritualidad que podamos tener viene de los hábitos que supimos cultivar. La oración, la meditación en la palabra, el ayunar, el congregarnos, son hábitos de rendición, que mantienen activo el fluir de la vida del Espíritu en nosotros. Porque si el Espíritu nos guía, tenemos garantizada una vida de plenitud, en el presente y porvenir (Gálatas 5:25).