Dios nos ha otorgado el poder y la libertad de decidir. Sabemos que Dios tiene la última palabra, pero en la vida diaria y en todo lo que hacemos tenemos un poder que nos fue otorgado que es el poder de tomar decisiones.
Humanamente tomamos decisiones conforme a lo que sentimos, escuchamos y a lo que nos parece, pero siendo hijos de Dios y partícipes de su Reino, nuestras decisiones se tienen que basar en lo que vivimos con Él y proyectarnos conforme a eso.
La palabra de Dios toma forma dentro de nuestro corazón y Él, a medida que ve nuestro poder de decisión, nos confía conforme a cómo trabajamos la tierra de nuestro corazón.
Todo lo que estamos viviendo hoy no es por las tragedias, los problemas o las circunstancias del país, sino que es el producto de las decisiones que hemos tomado en los últimos años.
Podemos culpar a la gente, hablar de los demás y vivir engañándonos, pero la realidad es que somos el producto de las decisiones que tomamos, para bien o para mal. La parábola del sembrador es muy clara al respecto:
Dice la parábola que el agricultor intencionalmente salió a sembrar y esparció la semilla sobre un espacio determinado. Vemos que no toda la tierra es buena, sino que tiene diferentes características, pero sí, la tierra es lo que el primero escogió, preparó y determinó para que pueda plantar la semilla de su palabra.
Dios nos escogió, no estamos acá porque nos empujó nuestra necesidad, sino porque Dios nos llamó, desde antes de la fundación del mundo nos santificó, desde el vientre nos puso nombre. ¿Por qué no toda la gente de la ciudad hoy está acá en la iglesia? Porque solo hay personas determinadas. Cuando escogemos a alguien, lo hacemos con un propósito determinado. Dios nos escogió y nos dio un llamado sobre el cual podemos caminar.
“Quien se sabe escogido vive para aquel que lo escogió. Quien se sabe escogido vive una vida diferente, enfocada en aquel que lo escogió”.
Maxi Gianfelici
La semilla no es otra cosa que la Palabra. El destino de la semilla es dar fruto, romper la tierra, germinar y multiplicarse para que la esencia que tiene la semilla se replique en otros lugares. La semilla es una Palabra, toma diferentes formas pero es la que nos conduce hacia el propósito que Dios tiene.
Una palabra del Señor no es un versículo aislado, no es algo que tomamos de Instagram porque es inspirador y la replicamos. Es más grande, engloba nuestras vidas, nuestros propósitos, nuestros destinos y el de nuestras familias. Por eso debemos tomar la Palabra de Dios con seriedad.
La Palabra no es la predicación que va a tocar nuestro corazón ¿es importante escuchar a nuestros pastores? Claro que sí, pero es solo una porción del todo que Dios quiere para nosotros.
Entonces, la semilla es arrojada en la tierra escogida y lo que hace que esa semilla dé fruto son las decisiones, la tierra es nuestro corazón, y tiene tres características: Diseño – Llamado – Carácter
Cuando Dios escoge, diseña. ¿Cuál es el diseño de Dios? No somos el fruto de la casualidad, no nos dieron forma las circunstancias, sino que fuimos diseñados por el Señor. El diseño que Dios estableció sobre nuestras vidas es lo que nos empuja hacia aquello con lo que Él nos preparó. No solo fuimos diseñados, sino que juntamente con el diseño, Dios puso un llamado.
El diseño nos impulsa y el llamado nos atrae.
El llamado es lo que nos hace levantarnos de la cama todos los días, es lo que nos lleva a vivir otro día más allá de las dificultades, nos impulsa a avanzar. La persona que no identifica un propósito eterno en su vida, solo vive para sobrevivir.
Cuando entendemos que Jesús, en la cruz del Calvario, pagó por nuestras debilidades, para redimirnos con su sangre y desatar un propósito en nuestras vidas, inevitablemente se despierta un llamado.
Por eso servimos en la iglesia, no porque somos funcionales a una estructura religiosa, sino porque el servicio es una consecuencia, es una expresión del diseño que Dios nos dio. Por último tenemos el carácter: que son las decisiones previas que tomamos de cómo vamos a enfrentar la vida, el llamado y el diseño antes de que las cosas ocurran.
Podemos tener un tremendo diseño y llamado, pero sin carácter todo se derrumba. Hemos escuchado muchas veces decir “tal persona tiene un carácter” pero entendemos que toda persona que no controla su ira, su boca, su melancolía o su angustia no es que tiene mucho carácter, sino en realidad una ausencia del mismo. Si a cualquiera de esas falencias las tratamos de tapar con alguna otra virtud, tiene aún más carencia de carácter.
La persona que tiene carácter entiende el proceso de la semilla en la tierra y trabaja su debilidad, no la esconde, porque sino se pasa la vida atado a la misma debilidad sin poder dar fruto.
El carácter no es temperamento. El temperamento lo heredamos tomado de nuestros padres, mientras que el carácter es el fruto de las decisiones que tomamos. Jesús trabajó todo el tiempo con el carácter de sus discípulos, de hecho eligió a doce que tenían una total ausencia de carácter, pero les dio poder y autoridad. Podemos orar por los enfermos y estos se sanarán, podemos echar demonios y pueden huir, pero podemos carecer de carácter y lo anterior no servirá de nada.
El propósito de la semilla plantada en nosotros es dar fruto y hay dos clases de frutos: el interno y el externo.
El fruto interno es lo que produce una vida en relación con el Espíritu Santo. Él nos sana, llevamos una vida de adoración, se producen cambios como persona, hay actitudes que son transformadas. Una vida que da fruto en la vida del Espíritu, comienza a caminar con acciones concretas que producen transformación, que bendicen a la familia, que transforman hogares.
La ausencia de carácter nos lleva a vivir en una dualidad donde el diseño y el llamado se pierden.
¿Cuáles son las decisiones que nos llevan a desarrollar un carácter que puede contener el llamado y el diseño para que dé fruto? Es la semilla, la cual cae en diferentes tipos de tierra pero tiene el mismo destino. La primera parte de la semilla cayó junto al camino y vinieron las aves del cielo y se las comieron.
Dios invierte lo más valioso que es su Palabra, aquella Palabra que creó el universo, que detuvo la tormenta. Nosotros no tenemos solo una palabra, sino que tenemos miles. No recibimos una palabra, sino que todo el tiempo estamos sometidos a la palabra de Dios, pero no le prestamos atención, somos superficiales. La palabra no nos dura nada, porque cae junto al camino y se desvanece.
Estamos en guerra, hay un sistema que se quiere quedar con nuestros hijos, con el propósito de ellos, porque es tan valioso lo que Dios depositó en nosotros que el diablo no se da respiro porque sabe que si se da un respiro y captamos la Palabra, nosotros, nuestros hijos y nietos seremos un dolor de cabeza para el infierno.
Jesús explica que las personas reciben la Palabra pero cuando vienen las dificultades se quejan diciendo: ¿dónde está Dios? ¿por qué los problemas me llegan? Eso es ausencia de profundidad. La palabra que Dios destina no solo es una semilla para nuestro beneficio, sino que nuestras vidas son algo más grande que sobrevivir, nuestras vidas tienen un propósito eterno. La Palabra que no penetra en lo profundo nos lleva a vivir una superficialidad.
Las personas que no le dan valor a la Palabra, que viven en la iglesia para sí mismos, cuando vienen los problemas y las dificultades brotan, pero se mueren, pues no tienen profundidad en sus raíces, porque la tierra tiene rocas por no estar trabajada. Si solo perseguimos el evangelio por conveniencia, por interés personal vamos a caminar porque el evangelio funciona, produce buenas personas que son transformadas pero solo quedaremos en la superficie, nunca podremos dar el fruto para el cual fuimos destinados. A la tierra hay que trabajarla, hay que quitarle las rocas para que la semilla tenga profundidad, no hay fruto en una familia si no hay trabajo, si no está la decisión de cultivar la tierra del corazón. Dios podría haber escogido cualquier parte pero eligió el corazón el cual es engañoso, es una tierra complicada. En el corazón germina de todo, pero Dios escogió nuestro corazón para transformarlo en una buena tierra.
Podemos elegir culpar a otros, limitarnos a lo que estamos viviendo o podemos tomar las decisiones que nos hagan una tierra productiva para la gloria de Dios.