La famosa frase de “haz lo que yo digo, no lo que yo hago” aplicada a la crianza genera grandes inconvenientes en esos ojos que ven la conducta de los padres como modelo a seguir.

Desde pequeños, los seres humanos tomamos a los adultos como modelos de referencia para conocer lo que se debe y no se debe hacer, y en ese campo de acción encontramos a los adultos cuidadores, entre los que más predominan los padres, como aquellas figuras que con su conducta borran sus mandatos verbales. Pronto esta inconsistencia entre el decir y el hacer del adulto va marcando la vida del hijo, generando confusión en lo que realmente se debe hacer, y no solo eso, sino que también se va quebrantando la confianza que como adultos debemos inspirar en nuestros hijos.

«Existe en el imaginario de padres la idea de que para educar solo basta hablar, pero la realidad es que el aprendizaje se produce primero por imitación y luego, por inspiración». 

Camila Saraco. psicóloga

Para ese hijo adolescente, etapa en la cual los referentes paternos suelen ser sustituidos por referentes extrafamiliares (aquí entran como modelos de referencia otros adultos, como lo pueden ser maestros, tíos, personas que ese adolescente admira), el hecho de que sus padres le inspiren con su propio ejemplo el camino a seguir es muy importante, aunque, rebeldía de por medio, no se note.

La sociedad está posicionando modelos de referencia para nuestros hijos que pueden llegar a ser una amenaza, y mucho más si las bases de ejemplo que les dimos con nuestra conducta no condicen con lo que hoy esperamos de ellos. La confianza que como padres tenemos hacia nuestros hijos y su formación ética, moral, y de vida reposa sobre aquello que en la crianza les hemos mostrado con nuestro ejemplo.

«Nuestras acciones pueden denotar una cantidad amplia de posibilidades. Creo que el mostrarnos con nuestros errores y debilidades como padres también enseña». 

Camila Saraco. psicóloga

El hecho de tomar conciencia de que nuestro ejemplo o nuestro “hacer” enseña más que nuestro “decir”, no nos tiene que posicionar como padres perfectos sino como padres reales, honestos con nosotros mismos, pero también honestos con nuestros hijos. El mostrarnos en algunos momentos vulnerables, con errores, nos acerca, nos permite generar empatía entre padres e hijos, y ahí hay una enseñanza que marcará su vida mucho más que cualquier lección que quieras darle. 

Algunos tips para educar con el ejemplo

  • Ser conscientes de que todo lo que hacemos es observado por nuestros hijos. Aun esas reacciones emocionales, esas palabras que parecen pasar desapercibidas, miradas, gestos, todo es capitalizado por nuestros hijos.
  • Mostrarnos realistas. No somos robots, mostrarnos con emociones les enseña a nuestros hijos que ellos también tienen emociones, y que en casa siempre habrá espacio para ser escuchados y comprendidos.
  • Ser coherentes entre nuestro accionar y nuestro decir. Hay que someterse a una revisión continua entre lo que decimos y lo que hacemos. 
  • El aprendizaje se produce más por imitación que por escuchar. Modelarles a nuestros hijos el cómo queremos que ellos sean, por un lado, también nos permite a nosotros ser cada día mejores personas, dando el ejemplo, y, por otro lado, estamos siendo muestra de qué es lo que aspiramos para ellos. 

En 1 Corintios 11:1 el autor nos propone “ser imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo”. Este modelo aplica totalmente a lo que aspiramos como padres. 

«Para ser ejemplo para nuestros hijos debemos nosotros también tener un ejemplo al cual imitar».

Camila Saraco. psicóloga

Cristo nos propone ser como Él, en conducta, en carácter, en decisiones, en prioridades. Ahí podemos preguntarnos, a fines de mejorar nuestra paternidad, ¿estoy siendo imitador de Cristo? ¿Qué están enseñando mis acciones?