Si bien puede ser algo difícil de creer, pero esta práctica se trata de un método inodoro, que ocupa poco lugar en la casa y requiere relativamente poco mantenimiento. Un procedimiento que pareciera haber llegado para quedarse en materia de cuidado del medioambiente. 

Lo mejor de todo es que actualmente se encuentra tan difundido, que existen diversos proyectos independientes que ofrecen servicios de capacitación, mantenimiento y venta de productos relacionados para poder hacerlo en casa con altísima comodidad. Basta con entrar a las redes sociales y buscar “compostaje urbano” para que las opciones vengan a nosotros.

A grandes rasgos, el compostaje consiste en la descomposición aeróbica de residuos orgánicos que los transforma para dar origen al compost, que puede usarse luego como un excelente abono para plantas. Esa descomposición es llevada a cabo de manera natural por microorganismos del suelo y del entorno. Existen diversas estrategias que permiten que eso pueda llevarse a cabo dentro de las casas sin que eso represente demasiado trabajo ni olores desagradables.

El tipo más difundido por su practicidad —aunque no el único que existe— es el vermicompostaje. Este involucra el uso de contenedores desmontables que suelen ser de plástico o madera, tierra y las protagonistas de la transformación de la materia orgánica en compost: lombrices (como las rojas californianas). 

Crédito: Omlet

En general, los contenedores funcionan como bandejas que se comercializan de a tres o cinco niveles y están perforadas en el fondo de manera que, superpuestas una encima de la otra, permiten el descenso de los restos orgánicos descompuestos por las lombrices, es decir, el compost.

Ahora bien, ¿por qué prestarle atención a este tipo de costumbres? Es más,
¿por qué siquiera hablar de cuidado del medioambiente hoy?

Y es que si bien es muy probable que no sepamos definir del todo qué cuestiones abarca esa construcción “medioambiente”, sí podemos estar bastante seguros de que no podemos ignorar las consecuencias de nuestra despreocupada interacción con este que, al día de hoy, nos sabe pasar factura. 

Desde hace ya varios años, somos testigos —gracias a que podemos enterarnos de todo lo que pasa en el mundo desde nuestro celular— de las secuelas que dejan en nuestra salud el cambio climático, la contaminación del aire, el suelo, el agua, la exposición a productos químicos, entre otros factores de riesgo medioambientales, tal y como los denomina la Organización Mundial de la Salud (OMS). 

A estas alturas, no podemos pensar en un deterioro de nuestro entorno que no nos termine perjudicando de manera directa o indirecta, más tarde o más temprano. De hecho, se estima que cada año mueren 12,6 millones de personas por vivir o trabajar en ambientes poco saludables (Comunicado de prensa OMS, 15 de marzo de 2016, Ginebra).

Como habitantes de este planeta —el único conocido que puede ser habitado en plenitud por el ser humano—, es preciso que tomemos conciencia de cuán imprescindible es que tomemos una postura crítica para con nuestros hábitos en pos de ser responsables y cuidadosos con todo aquello creado.

Entonces, manos a la obra (o manos en la Tierra)

Entendiendo al medioambiente como todo lo que nos rodea: recursos, sistemas y fenómenos naturales, podemos llegar a pensar que una interacción responsable con él puede ser inabarcable. Incluso, pensar en cuán mal está todo podría guiarnos a la triste conclusión de que no hay mucho que podamos hacer como sociedad y mucho menos desde lo individual. 

Sin embargo, tenemos sobrados ejemplos en la naturaleza, en nuestras comunidades e historia capaces de demostrar qué gran impacto puede llegar a tener un simple organismo, un simple aporte, una simple acción. Nuestro grano de arena a la causa puede ser, por ejemplo, concientizarnos sobre cómo nuestros hábitos de consumo pueden modificarse para ayudar a que la huella que dejemos en el medioambiente sea menor.

Según la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE), que recibe aproximadamente 40 % de los residuos a nivel nacional, en 2018 procesó más de siete millones de toneladas de residuos sólidos urbanos, cerca de 3% más que en 2017. En su composición hay una clara preponderancia de material orgánico y, dentro de esta, productos alimenticios (Informe del Estado del Ambiente, septiembre 2019, Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación Argentina).

Considerando que producimos toneladas de residuos al año, muchos de los cuales tardan cientos o miles de años en degradarse dispersos en el ambiente, deberíamos pensar, antes que nada, en cómo reducir eso que generamos. Para los residuos plásticos, que son aquellos que nos traen más problemas, existen diversas estrategias de reutilización y reciclaje impulsadas por entidades gubernamentales o independientes que implican, para nosotros, la correcta separación de residuos. 

Planta de Tratamiento Mecánico Biológico (TMB) del Complejo Ambiental Norte III de Ceamse. Crédito: lacapitalmdp

No obstante, para aquellos residuos de naturaleza orgánica, las opciones son más limitadas a la hora del procesamiento a gran escala. Es por ello por lo que el compostaje constituye una alternativa ideal y muy positiva ya que reduce el volumen y el peso de los residuos en un 50% minimizando el impacto ambiental y evitando riesgos de contaminación. 

A lo largo de la historia, el ser humano ha sabido relacionarse con el medioambiente pensando más en todo aquello que pudiera obtener de él. Quizás sea el momento, quizás seamos nosotros, vos y yo, que con pequeñas acciones, como la separación de residuos y el compostaje en casa, aprendamos a demostrar que estamos dispuestos a colaborar con este mundo que habitamos. Poner manos a la obra —o en este caso, en la Tierra— ¡es nuestro desafío hoy!