“¿Podemos ir presos por esto?”. Junto a un amigo, y con esa pregunta a cuestas, descendí la montaña encendida y humeante, y me senté a esperar cuál sería la suerte que nos caería. Un incendio, en la época de los incendios, asolaba la montaña cordobesa en la cual hasta hacía pocos minutos rodábamos escenas de mi primera película: Cartas a Malvinas

Antes de retomar el final de esta historia, me gustaría dejar algunos comentarios acerca de la importancia de abrir los oídos a quienes nos ayudan, y de cerrarlos ante quienes no desean nuestro bienestar.

Comencé mi carrera como guionista, productor y director de cine y televisión cuando era muy joven. Si bien hice la escuela de cine, comencé a realizar mis primeros trabajos siendo adolescente. La adrenalina de lo desconocido, los grandes desafíos siendo tan joven, la idea de transmitir siempre un mensaje, fueron los motores principales del inicio de esta gran aventura que permanece a través de los años.

Más allá del convencimiento que tengo acerca de que “esto es lo que debo hacer”, al menos hasta que Dios me diga lo contrario, reconozco que también decidí hacerlo porque alguien una vez me dijo “No se puede”. ¡Qué lindo es ir contracorriente! No siempre, claro; pero sí en aquellas cosas que son determinantes para nuestra vida y, en especial manera, para aquellos que nos están observando. 

Qué satisfacción es ver que con el paso del tiempo aquello que no se podía, finalmente, se puede. Qué emoción da el saber y el ver con nuestros propios ojos que otros también entendieron que sí se podía, que sí se puede… que todo es posible.

Así las cosas, cuando terminé la escuela de cine había podido cumplir un objetivo que me había puesto al entrar al primer año de la carrera: egresar con un proyecto concreto de película en ciernes. Fue así como comencé a desandar el camino que terminó en el estreno de Cartas a Malvinas

Éramos apenas un puñado de personas, todos sin experiencia en lo profesional, pero con sobradas agallas y ganas de transitar una senda que hasta ese momento pocos habían recorrido. Después de haber logrado un decidido apoyo de nuestra iglesia, de personas e instituciones gubernamentales y del Ejército Argentino, creíamos que habíamos “tocado el cielo con las manos”, ya que todo se aprestaba para filmar una gran película, al menos desde el punto de vista de producción.

Las semanas transcurrieron definiendo el elenco, las locaciones, afinando el presupuesto, desarrollando interminables reuniones de producción y todas aquellas cosas que conllevan la realización de una película. En lo personal, era un desafío llevar adelante semejante empresa, pero tuve la dicha de contar con personas que de distintas maneras apoyaron este emprendimiento. Sería interminable nombrarlos a todos.

Una tarde, en la cima de una montaña cordobesa, al grito de acción, una explosión “controlada” (que en realidad no fue bien controlada), desató un voraz incendio. El pasto seco, el viento, la temporada de sequías… parecía que todo se había puesto de acuerdo para que de inmediato el fuego se esparciera y devorara todo a su paso, presumiendo un final oscuro. 

Y nosotros ahora estábamos en ese “cielo”, pero éramos prisioneros de él. La desilusión, la impotencia, el temor se habían apoderado de mí. Un oficial de policía llegó al lugar y preguntó quién era el responsable del rodaje. Me hice cargo, intentando esconder el miedo.

Después de haber despachado al equipo técnico y artístico a la ciudad, me quedé junto a un pequeño grupo de amigos y colaboradores, despierto durante toda la noche. Teníamos un televisor y una radio que nos informaban lo que ocurría en la montaña. 

Al día siguiente supe que nada se había perdido en materia de vidas humanas o de animales, tampoco propiedades; solo pasto seco y algunos palos del alambrado. Dios nos ayudó. Con el tiempo nos repusimos, pudimos salir adelante. Terminamos la película y ella hizo su recorrido en festivales y en salas de cines. Después en la televisión. Siempre con éxito.

El día del estreno, aquella persona que me había dicho “No se puede”, se sentó en la séptima fila. Creo que la película le gustó.