En ocasiones, la culpa se vuelve un obstáculo para caminar en los planes que Dios ya tiene preparados para nuestra vida. El saber gestionar esta emoción puede ser la llave que estamos necesitando para por fin abrir la puerta de la cárcel que por mucho tiempo pudimos estar habitando. ¿Qué nos lleva a sentir culpa y por qué puede ser tan dañina? Esta emoción nos muestra una información valiosa.
Basada en un parámetro moral de lo que está bien y mal, nos dice cuando podemos estar tomando decisiones que sean erradas, a partir de un acto o una omisión, tanto del pasado, presente y del futuro. Esto nos puede ayudar a registrar aspectos para que tomemos decisiones diferentes.
Sin embargo, también puede operar como un juicio que tiene una sentencia. Imaginemos si este juicio es distorsionado. Un juicio “arreglado” en el cual se sepa el culpable y la condena sea impagable, en el cual podemos estar sentándonos nosotros mismos en el asiento del juez, estableciendo un resultado lo más severo posible, buscando reparar o establecer justicia pero utilizando formas que se alejen del objetivo.
Todo esto tiene un potencial destructivo muy grande. Incluso podemos sentirnos culpables cuando Dios nos ha hecho libres. No es lo mismo saber que creer. No es lo mismo leer algo que experimentarlo. Podemos sentir culpa pero esto no es lo mismo a que sea Dios quien nos termine condenando (Rom. 8:1). Él es más grande que nuestros pensamientos y emociones, Él lo conoce todo (1 Jn 3:19-20 NTV). Entonces, ¿cómo abordar de una manera saludable esta situación? Podemos comprender un poco más viendo varias experiencias que la Biblia nos trae.
Los hermanos de José, luego de muchos años de haberlo vendido, mintiéndole a su propio padre diciendo que había muerto, se sentían culpables de aquel suceso (Gn. 42:21 LBLA). El tiempo por sí mismo no cura heridas si no somos intencionales en sanar. Los pendientes siguen volviendo tarde o temprano si no los resolvimos. En este caso, ellos conectaron la angustia que sentían como una consecuencia de lo que habían hecho en su momento con José.
La culpa puede funcionar como un buscador de castigos merecidos, no para librarnos sino para condenarnos cada vez más. Relacionando sucesos, según nosotros mismos, para que estos tengan un sentido y conseguir así una justicia un tanto selectiva. En este caso los hermanos si habían tomado una decisión errada, sin embargo la forma de gestionar esta culpa es en lo que necesitamos enfocarnos.
Sostuvieron una mentira por años, manipularon convenientemente elementos para contar la historia que quisieron, y si aún así hubieran estado arrepentidos, esto no fue traducido en acciones prácticas. Prefirieron mantener la supuesta muerte de Jose antes que contar lo que habían hecho.
«La culpa les mostró al parecer, su equivocación, no obstante decidieron continuar con su plan».
Nuestras elecciones tienen consecuencias, pudieron ser libres, decidieron ser presos. Aquí hay un punto clave, en su equilibrio podemos encontrar soluciones, en su distorsión vemos solo castigos interminables. A pesar de todos estos sucesos, Dios seguía teniendo un plan y les dio una nueva oportunidad que tomaron para volver a reencontrarse y bendecir así a una nación.
Por otra parte Judas, aquel que entregó al único que no había cometido delito alguno, también atravesó por la culpa (Mt. 27:3-5). Una vez que se dio cuenta de lo que hizo, intentó reparar el daño. Recibió dinero por entregar a Jesús, por ende eligió devolverlo. No obstante aquellos que se lo habían dado, se desentendieron del asunto, no les interesó lo que Judas intentó. El daño estaba hecho.
Ante este panorama, luego de ejecutar el plan sin el resultado esperado, no soporto la situacion y encontro en el suicidio una forma de terminar con el sufrimiento. Lo que era tan importante en su momento como para entregar a Jesús, no logró ser suficiente para pagar la deuda que sentía. Judas intentó reparar la situación yendo con los sacerdotes, aquí hay un aspecto importante. Él registró que eran ellos quienes podrían darle ese perdón y libertad. Al no responder a su demanda, nuevamente Judas tomó decisiones.
Aquí necesitamos reflexionar, la culpa le mostró la equivocación, él eligió que hacer y a quién acudir para recibir ayuda. Fue primero con los hombres y no con Jesús. Era al maestro a quien había entregado, era Él quien podía librarlo de la culpa y perdonarlo. Nuevamente tenemos una estructura, la culpa nos da información pero somos nosotros los que decidimos que hacer con ella.
Otro caso más, Pedro, aquel discípulo que luego de haber vivido años con Jesús lo negó 3 veces delante de las personas, se encontró también con la culpa. Su accionar, incluso ya previsto por el maestro, fue en contra de todo lo que había construido por años.
Su dolor luego de haber tomado tal decisión fue grande, sin embargo, así como las personas que mencionamos anteriormente y también nosotros, tenía que elegir cual era el camino para atravesar lo que sentía. Luego de tiempo pudo encontrarse nuevamente con Jesús, y logró tomar la decisión correcta, volver a reparar ese vínculo de confianza con la persona más importante. Prefirió que fuera Jesús quien lo juzgara, y dejar de hacerlo él mismo. Abandono ese autocastigo, ese alejamiento que lo llevó a los caminos de antes, para volver a empezar una nueva etapa con Jesús.
La culpa puede ser una cárcel o puede ser una oportunidad para registrar, comprender y cambiar de rumbo.. No dejemos que esta emoción invada y maneje todas nuestras acciones. Más bien, tomemos la información que nos da esta y el resto de emociones para tomar decisiones sabias y saludables. Tenemos la llave, tenemos elección.
«Pongamos un límite a la creencia de que un error nos define».
Si aquello que hablamos puede estar siendo parte de tu vida, puede ser el tiempo para pedir ayuda. Nuevos pensamientos, nuevas ideas, nuevas formas de gestionar lo que sentimos pueden estar a disposición si le damos lugar y no cerramos la puerta. Aún hay tiempo para tomar decisiones diferentes. Trabajemos para dejar de profundizar la culpa para enfocarnos en la reconciliación (2 Cor. 5:18-20 DHH). Tal vez aquello que veíamos como un gigante invencible, sea la puerta para crecer, madurar y que Cristo sea formado en nosotros.