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¿Por qué me cuesta ser constante?

Muchas veces nos encontramos frente a situaciones en las cuales nos sentimos muy entusiasmados, días en los cuales creemos que podemos avanzar con todo y de una vez vencer aquellas dificultades que por años pueden estar presentes en nuestras vidas. Momentos en que nos sentimos en el mismo trono de Dios, adorando con los 24 ancianos y los 4 seres vivientes, ardiendo de pasión. Sin embargo por una extraña razón, esto con los días puede ir apagándose, trayendo como  consecuencia el volver a repetir patrones de conducta. Nos trasladamos desde el  cielo al infierno y nos podemos sentir los peores delante de Dios.

La culpa aparece como un mecanismo que nos mantiene encadenados a esa situación de la cual se vuelve toda una hazaña liberarse. ¿Por qué pasa esto? Los hechos que ocurren pueden ser definidos, pero la percepción que tenemos de ellos son las que marcan  nuestro pensamiento. Por ejemplo, si se nos cae un vaso de agua que teníamos en  la mano, ocurrió un hecho. No obstante, la interpretación que hago de esa escena  puede ser múltiple. Podemos pensar que somos unos fracasados, porque ni un vaso  podemos tener correctamente. También que Satanás intervino haciéndonos caer  ese vaso. Pero también pensar que es un error posible, del cual podemos aprender  a ser más cuidadosos en las próximas veces. Estos son solo algunos de los muchos  pensamientos que pueden dar significado al hecho.

Reflexionemos, hay acciones entre medio de ese pasaje del cielo al infierno y viceversa, que pueden estar sosteniendo la inconstancia. El definir nuestras decisiones solo en blanco o negro nos impide ver que hay soluciones a los problemas. Incluso, si no tenemos una profunda convicción, elegiremos en base a lo que nos parezca (o le parezca a otro) más conveniente a corto plazo. Todo lo que aparenta ser bueno momentáneamente no significa que lo sea a mediano y largo plazo. La falta de proyección termina influyendo para que decidamos de esta manera.  

Bíblicamente, el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos, no en algunos. La inconstancia es un virus que termina intoxicando cada área de nuestra vida si no corremos al antídoto. Podemos ver a lo largo de la Escritura que la falta de constancia no solo se fundamenta en un momento determinado, sino en algo más profundo. Es una expresión de la lucha de lealtades que existe en nuestro corazón (Santiago 1:6-8 NTV). Hay veces que nos ocupamos del síntoma, más no vamos a la raíz. La falta de perseverancia refleja las dudas que hay dentro. Así como el pueblo frente a Elias, en una escena extraordinaria estando en el Monte Carmelo, se quedó callado ante la elección entre Dios o Baal (1 Reyes 18:21), así puede estar nuestra mente, debatiéndose entre lealtades. Este conflicto interno luego se traduce en acciones  prácticas. En ese caso, el silencio del pueblo ya era todo un mensaje en sí mismo. El peligro de esta circunstancia es que podemos transitar un espiral descendente en el cual se vuelve cada vez más profunda la inestabilidad. Podemos hasta buscar argumentar de nuestra posición, no para confrontarla, sino para sostenerla (2 Pedro 3:15-16). A su vez, un aspecto clave del cual se alimenta la inconstancia es el registrar qué información estamos ingresando a nuestra mente. Las personas de las cuales nos rodeamos pueden influenciar potenciando o disminuyendo nuestra motivación hacia el objetivo (Efesios 4:13-15).  

¿Cómo vencer la falta de constancia? Tomando decisiones. Ordenando prioridades para luego elegir estrategias de ejecución de acuerdo a ellas. Reflexionemos acerca de nuestro entorno y no nos asociemos con personas inestables (Prov 24:21 LBLA)  

Necesitamos más cerca nuestro a personas que nos ayuden y nos alienten en momentos de debilidad. Aquellos que nos muestran con sus acciones, que no están allí para acusarnos sino para brindarnos su apoyo, en medio de la dificultad. Gente  que no nos diga lo que queremos oír, sino lo que necesitamos escuchar. Entendamos que el callarnos solo profundizará el problema, por ende es fundamental la conexión con otros. Definir lo más importante para nosotros, nos mostrará también el camino para transitarlo. Ganamos estabilidad y firmeza cuando elegimos confrontar con aquello que atenta contra nuestro objetivo. Comprendiendo que no es en base a nuestra gran fuerza de voluntad sino a la dependencia de Dios (Colosenses 1:22-23).  

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