La iglesia cristiana ha defendido la inexistencia de errores en la Biblia a lo largo de la historia, a pesar de los detractores.
En la oración sacerdotal Jesús dijo: «Tu palabra es la verdad» (Juan 17:17). La Escritura no sólo es inerrante en cuestiones relacionadas con la fe y la práctica, sino también con respecto a todo lo que afirma. El concepto de la inerrancia ha sido la posición histórica de la iglesia cristiana a lo largo de los siglos.
Sin embargo, la inexistencia de errores en la Biblia ha sido cuestionada repetidamente. Allá por 1990, el teólogo J. I. Packer recordó lo que él llamó una «Guerra de Treinta Años» sobre la inerrancia de las Escrituras. Aunque eso ocurrió hace más de treinta años, la controversia aún permanece.
Por ejemplo, entrando en el actual milenio, Peter Enns, profesor de Eastern University, argumentó que evidentemente los autores bíblicos se habían equivocado, asegurando que Pablo cometió el error de suponer la historicidad de Adán (2012). Otro teólogo, Kenton L. Sparks, un colega de Enns, llevó aún más allá esta postura (2008), sosteniendo que la afirmación de que las Escrituras no tienen error es intelectualmente inconcebible.
Esta problemática con la Biblia no es una cuestión únicamente académica. Todas las personas tienen dificultades con las Escrituras. Las personas pueden sentirse moralmente ofendidas por lo que la Biblia establece, y hasta algunas partes son vistas como contrarias de las concepciones modernas de lo que es una “buena” religión. Otros, simplemente pueden sentirse confundidos por las aparentes discrepancias entre la Biblia y la ciencia moderna.
¿Qué hacemos con estas discrepancias?
Para algunos se ha demostrado que las Sagradas Escrituras son primitivas y, por ende, obsoletas. Otros esperan encontrar la pulpa de la verdad en ella, aunque sostienen que es necesario descartar las cáscaras que la envuelven.
Nuestra situación moderna nos ofrece varias suposiciones contrapuestas sobre la religión, sobre la naturaleza de la humanidad, sobre lo que está mal en el mundo, sobre el propósito de la vida, etc. Estas suposiciones básicas sobre la naturaleza del mundo se combinan formando una cosmovisión personal y subjetiva.
A su vez, una cosmovisión incluye suposiciones sobre la existencia de Dios, sobre qué tipo de Dios o dioses podrían existir, el tipo de mundo en que vivimos, cómo llegamos a saber lo que sabemos, normas morales, y hasta cuál es el propósito de la vida humana, entre muchas otras cuestiones.
La mayoría de las cosmovisiones o paradigmas modernos difieren en puntos cruciales con respecto a la cosmovisión ofrecida por la Biblia. Cuando nos acercamos a las Escrituras y tratamos de escuchar sus afirmaciones, es fácil juzgarlas erróneamente si sólo las analizamos desde el marco de nuestras propias suposiciones modernas.
De esta manera, uno no rechaza la Biblia porque ésta no tenga sentido, sino porque no se la está leyendo en sus propios términos.
Un ejemplo de esto sería la posición modernista en cuanto a las leyes naturales y los milagros. Para ellos los milagros son inconcebibles, porque un milagro violaría las leyes naturales establecidas. Sin embargo, según la cosmovisión bíblica, Dios creó el mundo por su palabra (Sal. 33:6) y gobierna el mundo providencialmente por su palabra: «sustenta todas las cosas por la palabra de su poder» (Heb. 1:3). La verdadera ley es el hablar de Dios.
Cuando los científicos formulan leyes, esas leyes son conjeturas humanas sobre la verdadera ley, que es la palabra de Dios. También Él concreta los acontecimientos extraordinarios, entre ellos la resurrección de Cristo. Los milagros concuerdan con la palabra de Dios, al igual que las leyes naturales.
Pero los modernistas no pueden aceptar los milagros porque los juzgan a través de una cosmovisión moderna, la cual es personal y subjetiva.
De la misma manera, los modernistas rechazan la inerrancia de la Biblia no porque ésta tenga errores en lo que afirma, sino porque se la lee con un paradigma ajeno al bíblico. El pensamiento popular en el mundo moderno ve a Dios como algo esencialmente ausente o irrelevante, si es que existe. La suposición de la ausencia de Dios ha llevado a la conclusión de que Dios está esencialmente ausente en la composición de la Biblia, en consecuencia, como todos los autores de la Biblia son humanos y cometen errores, es natural que la Biblia deba tener errores.
Aunque esta visión parece tener un claro fundamento es simplemente una gran ilusión social. Estamos corporativamente, como sociedad entera, cautivos de una falsedad. La falsedad es la idea de leyes impersonales en lugar de personales, el universo impersonal en lugar del universo personal gobernado por Dios. Esa sustitución de lo impersonal en lugar de lo personal concuerda con la descripción de Romanos 1:18-25. Es una forma de idolatría.
¿Por qué sucede esto? Porque debajo de la cosmovisión modernista que uno adopta existe un corazón corrupto que hace adoptar esas suposiciones básicas, y por ende adopta sus paradigmas. Este corazón corrupto rechaza a Dios porque existe una enemistad con Dios (Romanos 8:7). Esta enemistad es en contra de Dios, en contra de todo lo relacionado con Dios.
En conclusión, el rechazo a la inerrancia está firmemente relacionado con la inyección de la cosmovisión moderna que presupone la inexistencia de Dios, la cual se afirma bajo la ilusión consecuente de nuestra naturaleza pecaminosa. En este sentido, solo Cristo puede restituir nuestra mente y renovarla como así cita el apóstol Pablo en Romanos 12:2. Solo por medio de una mente renovada podremos aceptar y también comprender la verdad de las Sagradas Escrituras.
Sobre el autor
Pablo Ra está casado felizmente, tiene tres hijas y un hijo. Es médico recibido en la Universidad de Buenos Aires, y por su obra misional en la Villa 11-14 y llamado misionero estudió en los Estados Unidos durante siete años para su formación bíblica-teológica, una Maestría en Divinidad en el Westminster Theological Seminary, Pennsylvania y una Maestría teológica en Homilética en el Dallas Theological Seminary, Texas. Ministró durante veinte años como pastor principal de la Iglesia Presbiteriana Betel en Argentina, a su vez creando la Red de Sembradores y fundando la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires junto a Pablo Polischuk y Mario Bloise.