La revolución digital a la que nos enfrentamos está marcando el inicio de una nueva era. La innovación y el avance tecnológico están cambiando la política, la forma en la cual interpretamos y compartimos la información, los modelos de negocios, las organizaciones, las relaciones y hasta la arquitectura de las ciudades. Durante la pandemia por la COVID-19, esos procesos se cristalizaron, es decir, se afirmaron con fuerza. 

Al quedarnos en casa durante semanas o meses (dependiendo de la región en la cual vivamos), tuvimos que volcarnos a lo digital para trabajar, estudiar, divertirnos, conectar con amigos, congregarnos y ¡hasta para celebrar los cumpleaños! Ya no nos congregamos, nos “zoomgregamos”. Ya no festejamos cumpleaños, celebramos “zoompleaños”. 

La pandemia, coincidimos, conllevó un grado mayor de concientización sobre la virtualidad y sus potenciales.

Durante ella todos dimos el salto a lo digital; algunos más rápido que otros. Todos los pastores nos vimos obligados a empezar a ministrar en la virtualidad. ¡Qué experiencia tan fuerte estamos pasando! 

Quisiera levantar algunas preguntas que nos ayudarán a reflexionar acerca de lo que seguirá pasando con o sin pandemia: A la hora de utilizar la virtualidad en el ministerio, ¿tuvimos en cuenta solo los aspectos técnicos o también culturales de la era digital?, ¿nos involucramos en la virtualidad replicando el viejo odre o tomando riesgos y construyendo lo nuevo?

No solo deberíamos tener en cuenta los aspectos técnicos, sino principalmente los nuevos hábitos y costumbres que traen aparejada una nueva cultura: la cultura digital. Estamos frente a un nuevo mundo que exige que cambiemos las formas e incorporemos nuevas habilidades como líderes y procesos diferentes a los prepandemia, para influenciar a la sociedad. 

Señalo algunos cambios que la sociedad está experimentando y entiendo que deberíamos tenerlos en cuenta para mejorar en el ministerio. Las personas hoy tienen la necesidad de compartir y opinar. Quieren involucrarse en lo que está pasando, no simplemente ser asistentes. Esa es la impronta de la internet 2.0 justamente, que brindó esa posibilidad:

“Pareciera que el futuro estará teñido de relaciones robóticas. Sin embargo, desde mi punto de vista lo que se destacará es nuestra humanidad. Justamente el énfasis en lo digital realza aún más la compasión, empatía y capacidad de socializar que tenemos las comunidades de fe. Jesús nos enseñó a estar cerca física, emocional y espiritualmente de la gente. No será diferente la pospandemia porque no lo fue antes ni durante. Dentro de la iglesia, que es comunidad, conviven diversas realidades psicosociales. Ese es nuestro potencial y debemos aprovecharlo. Jesús creó un grupo de amigos que eran muy diferentes entre sí, y nosotros debemos imitarlo” (Matosian, Amilcar: Enredados, Buenos Aires: Edición Pandemials, 2020, p. 19). 

Los pandemials, así denomino a las nuevas generaciones, usarán la tecnología como nunca antes, eso es innegable. Sin embargo, para cambiar la historia tenemos el desafío de imitar a la primera comunidad de cristianos. Tenemos la oportunidad de reconectarnos a lo esencial y cambiar la historia usando todo lo que sabemos de la prepandemia e incorporando la virtualidad como otra dimensión para hacer misión. 

¿Audiencia o Iglesia?

Si bien detrás de una conexión digital hay personas físicas que están mirando el programa o la reunión, eso no significa que sean parte de la comunidad. Porque la Iglesia no es audiencia sino una relación. La Iglesia no es un show televisivo, aunque use las plataformas que la televisión tiene para difundir el mensaje. Podemos tener muchas reuniones (ahora virtuales), pero sin relaciones de ida y vuelta, solo habrá audiencia y no Iglesia.

Necesitamos las reuniones, no estoy negando la importancia del culto, solo estoy resaltando la importancia de las relaciones. La calidad de vínculos entre los integrantes de un equipo se encuentran íntimamente vinculados con los resultados que obtengan. 

En Hechos 2 no había distancia económica. Había un acercamiento genuino. Eran una familia porque la Iglesia es principalmente una comunidad, somos familia. La Iglesia no es el edificio o la organización. En el templo desarrollamos diversas actividades, y está muy bien. Estamos organizados, y eso también es importante. 

Sin embargo, sobre todo, somos criaturas de Dios que en Cristo hemos sido creados otra vez con una nueva mente y corazón. Tenemos acceso al Dios de toda gracia que derramó paz, perdón, amor, justicia, santidad. Y junto a todos los que pasan por esta experiencia de conversión llegamos a ser parte de una gran comunidad, una familia que comparte todo.

El modelo para copiar es la comunidad. Y de la misma manera que la comunidad de primeros cristianos arrasó el Imperio romano, podremos llegar con el Evangelio a todos los rincones. 

Amilcar Matosian
Pastor, esposo, padre y emprendedor. Formó una hermosa familia con Leticia Bacigalupo con la cual tienen tres hijos. Desde el 2002 vienen colaborando, liderando y pastoreando en el ministerio juvenil, actualmente lidera adolescentes junto a un equipo extraordinario llamado AdosXtremo.Co-Fundador del Ministerio Ados y Co-Fundador de ToolED una ONG dedicada a la Educación Digital con valores.