La Pascua es una celebración de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo de los muertos. Su contexto histórico sitúa al pueblo de Israel cautivo en Egipto, y su liberación bajo el liderazgo de Moisés. Luego de su pedido ante el faraón, y el desecho del monarca, Dios envió diez plagas sobre la nación, pero dio ordenanzas al pueblo salvaguardando su seguridad y liberación del opresor.
El envío de las diez plagas es registrado en el libro de Éxodo, finalizando con la muerte de todo primogénito en el imperio egipcio. Los israelitas debieron celebrar la Pascua, que etimológicamente significó el hecho que Dios ‘pasaría sobre ellos’ y no serían sujetos a la mortandad del resto de sus contemporáneos opresores.
La celebración tradicional del Pesach (Pascua) y los ritos del Seder fueron instituidos, en los cuales un cordero por familia debió ser sacrificado, cuya sangre fue aplicada al dintel y los postes de las puertas de sus casas. Dios vería la sangre que atestiguaba su fe, y los libraría de la mortandad asignada a sus primogénitos. Comerían el cordero —elegido sin tacha alguna— como familia, con hierbas amargas, pan sin levadura y salsa roja. El vioni pascual sería compartido en secuencia, con copas significativas de un pacto a ser establecido entre el Pueblo de Dios y su Señor.
En la última noche, antes de ser entregado a la cruz, Jesús celebró la Pascua con sus discípulos. Ofreció una interpretación actualizada del significado de la fiesta, alegando al Nuevo Pacto que había de ser establecido, ofreciendo su cuerpo a ser partido por nosotros, y su sangre derramada a favor de nuestra salvación (Mateo 26:17-20; Lucas 22:15).
El cumplimiento pleno tomó lugar, expuesto en las Escrituras: Cristo es nuestra Pascua.
Pablo Polischuk, Cofundador y profesor de FTIBA.
Fue sacrificado por nosotros (1 Co. 5:7); elegido de antemano (Éx. 12:3; 1P. 2:4); tomado entre sus hermanos, la manada de ovejas de su prado (Éx. 12:5; Heb. 2:14,17); sin tacha, sin mancha, perfecto (Éx. 12:5; 1P. 1:19); sin ningún hueso quebrantado (Éx. 12:46; Jn. 19:33-36); probado en todo (Éx. 12:6; Jn. 18:38); sacrificado en el lugar escogido por Dios (Dt. 16:2; Lc. 16:33-34), al atardecer del día catorce de nisán (Éx. 12:6; Mr. 15:33-37).
Su sangre derramada (Éx. 12:7; Lc. 22:20) fue tipificada en el rociamiento de las puertas de las casas israelitas antes del éxodo de Egipto (Éx. 12:22; Heb. 9:13-14; 10:22; 1P. 1:2). El significado de tal sacrificio pascual como un Nuevo Pacto es expandido en la teología de los apóstoles, en el cual la redención (el pago del rescate y la restitución del pecador) es efectuada; esta incluye la expiación (el pago del precio, hasta el último centavo); la propiciación (la cubierta del pecado ante Dios); la sustitución (Cristo, el cordero que murió en nuestro lugar); la justificación (hemos sido declarados justos y aceptables ante Dios); y la santificación (hemos sido separados, consagrados, limpiados y dedicados a Dios).
La Pascua es seguida por la fiesta de las primicias (los primeros frutos), simbolizando la resurrección de Jesús de los muertos. Cristo es nuestra Pascua (1 Co. 5:7,8). Luego, al resucitar, nos redimió, nos rescató, nos libertó de la pobreza, de la esclavitud y de la muerte; nos abrió el camino a una nueva vida; nos hizo ciudadanos de una nueva patria celestial.
Podemos celebrar la fiesta: No con la vieja levadura, ni con malicia o maldad. Con “panes sin levadura” —en sinceridad y en verdad— y celebrar nuestra nueva vida en Jesús (2 Co. 5:17).
Su resurrección atestigua la efectividad de su obra; ratifica el hecho de que su sacrificio fue aceptado por el Padre.
Pablo Polischuk, Cofundador y profesor de FTIBA.
La resurrección se constituye en la base de nuestra fe: Creemos en el Cristo resucitado para ser salvos y seguirlo como sus discípulos.
Varios tipos de evidencias atestiguan su resurrección. El testimonio de los adversarios, de sus amigos, de Jesucristo mismo y de las Escrituras. En primer lugar, fue Pilatos y sus guardias quienes sellaron la tumba y la custodiaron. El ser testigo es presenciar un evento y ser fiel a sus percepciones empíricas; es captar, asesorar, atribuir significado a la realidad.
Debemos reconocer que los guardianes romanos han sido los primeros testigos que presenciaron el evento. ¿A quién pondría el gobernador para asegurar que nada fuera de serie pudiese ocurrir? Su carácter no puede ser cuestionado; los guardias debían haber estado bien despiertos y vigilantes. Al presenciar el poder de la resurrección se espantaron y llenos de miedo corrieron a avisar a los sacerdotes.
Un acuerdo fraudulento tomó lugar para hacerlos callar. Se les dio mucho dinero (Mt. 28: 12) para que dieran un testimonio falso del evento. Tal vez podemos comparar a ciertos “guardas modernos” (o posmodernos) y sus redefiniciones de la resurrección de Cristo, las cuales desvirtúan la verdad de Dios.
Las teorías radicales consideran a la resurrección como una invención deliberada; otras aluden al evento considerándolo una leyenda; una tercera versión alega que los discípulos robaron el cuerpo; y aun otra, alega a alguna alucinación o algún fenómeno psicológico o psíquico. Es lamentable que muchos teólogos liberales han “comprado” estas ideas y las propagan con la intención de “corregir” al fundamentalismo que cree y atestigua que, en realidad, Cristo resucitó.
La afirmación de los amigos de Jesús es fiel. Los documentos primarios representan el testimonio escrito por parte de seis testigos: Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo y Pedro. En sus evangelios y epístolas, todas estas personas atestiguan la resurrección corporal y real del Señor.
Juan y Pedro vieron la tumba vacía; además, quinientos hermanos juntos lo vieron ascender desde el monte de los Olivos; María y otras mujeres fueron impactadas por su presencia real; los once discípulos reunidos tuvieron sus visitaciones; Tomás metió sus dedos en las cicatrices del Señor; los discípulos que volvieron a su vieja ocupación fueron recibidos por Cristo en la ribera, con su presencia sustentadora, perdonadora y restauradora de sus ministerios.
El testimonio de las Escrituras, en tercer lugar, es contundente. Lo asombroso es que ellas simplemente registran el hecho de que fueron las mujeres las primeras testigos del hecho, algo que prueba que la Biblia no trata de presentar testigos “obvios” sino que relata fielmente los sucesos, al punto de reconocer que aun los discípulos dudaron (Mt. 28:17; Mr. 16:11; Lc. 24:9). Además, podemos alegar con la declaración de los ángeles y su mensaje: “… ¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que vive?” (Lc. 24:5).
La resurrección de Jesucristo lo establece como el Señor; debemos reconocer que con la muerte del Hijo, Dios llora con nosotros al considerar nuestras aflicciones momentáneas de esta vida; en su resurrección, Dios nos hace partícipes de la vida eterna en su presencia.
La certificación de que estaremos con Él para siempre. El Cristo resucitado nos da la prueba máxima de su intención de darnos vida abundante y poderosa aquí y ahora, y vida eterna juntamente con Él.
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS ES LA PRIMICIA ENTRE LOS QUE DUERMEN; ES LA GARANTÍA DE NUESTRA ESPERANZA.
Pablo Polischuk, Cofundador y profesor de FTIBA.
Pablo Polischuk, PhD
Profesor, Gordon Conwell Theological Seminary
Cofundador y profesor de la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires.