Una de las verdades más revolucionarias del pacto vigente después de la cruz es que hemos sido adoptados como hijos y ahora tenemos un Padre.
En este nuevo pacto, la vida de Cristo ha sido impartida en nosotros y la orfandad ha sido resuelta: Dios es nuestro Padre.
Sin embargo, es una realidad de nuestros días que a muchas personas, incluidos muchos cristianos, les resulta difícil ver a Dios como Padre. Una de las principales razones es que, si hemos tenido malas experiencias con nuestros padres o alguna autoridad en nuestra vida, nuestra alma (mente, emociones, decisiones) tiende a querer definir o incluso anular los diseños eternos basados en esas experiencias.
He presenciado esto una y otra vez en mis 25 años de trabajo como psicólogo clínico. Pero debemos entender que nuestras experiencias no anulan ni definen los diseños de Dios.
Siempre debemos recordar que fue Dios quien instituyó el matrimonio y la familia como autoridad representativa en la Tierra, con la intención de cuidar, nutrir y preservar la vida de Dios en las generaciones. Al leer los primeros capítulos del Génesis, podemos concluir que la autoridad es un principio que existía antes de la caída del hombre.
Si estudiamos la vida de José, podemos ver el final de su historia y encontrar un ejemplo de alguien que, pese a haber tenido experiencias traumáticas, no definió ni anuló el diseño de la autoridad representativa.
Con todo, José insistió:
—¡Acérquense!
Cuando ellos se acercaron, él añadió:
—Yo soy José, el hermano de ustedes, a quien vendieron a Egipto. Pero ahora, por favor no se aflijan más ni se reprochen el haberme vendido, pues en realidad fue Dios quien me mandó delante de ustedes para salvar vidas. Desde hace dos años la región está sufriendo de hambre, y todavía faltan cinco años más en que no habrá siembras ni cosechas. Por eso Dios me envió delante de ustedes: para salvarles la vida de manera extraordinaria y de ese modo asegurarles descendencia sobre la tierra. Fue Dios quien me envió aquí, y no ustedes. Él me ha puesto como asesor del faraón y administrador de su casa, y como gobernador de todo Egipto.
Observemos la resiliencia y la capacidad de adaptarse a las circunstancias adversas que José demostró a lo largo de su vida; sin duda, fueron muchas. Fue defraudado por las autoridades en varias ocasiones: su padre, sus hermanos mayores, sus empleadores, entre otros. Sin embargo, lo más admirable es cómo José entendió que, según el diseño divino, la autoridad sigue siendo para la preservación de la vida.
La AUTORIDAD, según el diseño divino, es un instrumento de consuelo y edificación para PRESERVAR LA VIDA de Dios en nosotros y cumplir su propósito multigeneracional, establecido desde el principio en la familia. Si existe algún desequilibrio en una persona en autoridad, se pone en riesgo la institución que administra y representa. Aquellos que ocupan funciones delegadas descalifican o validan las instituciones a través de su carácter representativo. El poder institucional es de carácter representativo.
«Cristo nunca perdió la conciencia de su nivel de representación del Padre».
David Firman
Considero urgente que los padres comprendamos esto y asumamos seriamente nuestro papel representativo. El hombre redimido debe ser la representación de Cristo; de lo contrario, volverá a caer en el pensamiento anárquico. Jesús fue nuestro modelo de vida en obediencia al Padre. De hecho, consideraba que hacer la voluntad de su Padre era su sustento, es decir, su supervivencia.
En el relato del Génesis, vemos que el primer lugar de discipulado y transmisión de la vida de Dios es el vínculo entre padres e hijos en el ámbito familiar. La Iglesia y la familia son las dos instituciones eternas que expresan el Reino de Dios. La institución, según el diseño divino, preserva la vida en la familia, la cual, de acuerdo al plan de Dios, es un sistema de institucionalidad.
La institucionalidad (normas, deberes, responsabilidades, etc.) es una manifestación de una familia saludable. Una institución es una forma de organización social que cumple una función específica en la sociedad y se rige por normas y una estructura de roles que sus miembros deben respetar para cumplir su misión. Comprendiendo que esto fue diseñado por Dios, todo lo que hagamos en institucionalidad debe ser para expresar a Cristo y no para exhibirnos a nosotros mismos, ni a nuestra familia ni a nuestro ministerio. Si lo que expresamos no es Cristo, no edifica. Muchas veces, hemos escuchado decir: «Si Dios es como mi padre, no quiero saber nada de Dios».
Por esta razón, es urgente que los padres y las familias comprendamos de nuevo que fuimos diseñados como una familia real, una autoridad representativa de Dios en la Tierra. Si entendemos la tarea encomendada, trabajaremos con determinación para que en nuestros hogares y en las generaciones venideras se cuide, nutra y preserve la vida de Dios. Necesitamos volver a ser una familia alineada y expresar lo eterno, regresando al señorío de Cristo, sin conflictos con la autoridad: una familia con una mentalidad institucional.
Una familia con una mentalidad institucional comprende que Dios es la fuente de toda autoridad. Ser padres es una tarea honrosa como autoridad delegada por Dios. Por la obra de la cruz, Cristo vive en nosotros, y Él es la imagen del Dios invisible, como el apóstol Pablo registró en su carta a los Colosenses. Que nuestros hijos vean la expresión de Cristo en nosotros y así verán al Padre. Quien ve al Hijo, ve al Padre.
Cristo en nosotros nos pone a la altura de ser padres que representan bien al Padre.