Sabemos que Dios escucha nuestras oraciones, que está atento a nuestra voz y que responde en su buena, agradable y perfecta voluntad a ellas.
Pero existe una petición en específico que a todos nos da un poco de miedo hacer. La expresión “Dios, dame paciencia” no es algo que estemos muy apresurados a decir, porque pensamos que lo que le sigue de inmediato es una serie de dificultades, problemas y pericias que son dignas de asignárselas a Odiseo y su épico viaje.
La paciencia es algo que quisiéramos recibir como la salvación, solamente aceptándola y teniéndola enteramente en nosotros, tan segura y firme que nos acompañe en todos los días de nuestra vida. Pero no, no es así, pareciera ser que es puesta a prueba en cada esquina que nos cruzamos, por cercanos y desconocidos, por los que apreciamos mucho y sobre todo por los que no apreciamos tanto. Pero, qué significa ser pacientes y para qué nos sirve es algo que como cristianos necesitamos dimensionar.
Sé que mucho se podría hablar de esto, pero quiero dejar solamente unos pensamientos prácticos y sencillos que puedes comenzar a hacer al momento de terminar de leer esto. Tenme paciencia (risas de fondo). Los autores del Nuevo Testamento al usar el griego tenían diferentes palabras con ligeros cambios de significado, aunque todas se traducen en la misma palabra para nosotros.
La primera acepción “paciencia” tiene que ver con la tolerancia. Ésta es la capacidad de soportar pruebas o circunstancias adversas sin perder un buen estado de ánimo. Me gusta la palabra en inglés porque aporta una imagen muy clara “longsuffering” que transliterado quiere decir sufrir por largo tiempo. Usualmente esto es lo que tememos cuando oramos por paciencia, que tengamos que sufrir muchas cosas malas, por mucho tiempo.
La segunda tiene que ver con firmeza, constancia o resistencia. Bajo esta perspectiva, Jesús dijo en Lucas 21:19 “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas”. Porque sabemos que el proceso de redención de nuestra alma es largo, toma tiempo y sacrificio. El tomar nuestra cruz y seguir al Maestro no es fácil, por eso Jesús recalcó que debíamos tomar nuestra cruz cada día. El apóstol Pablo en Romanos 5 dice que él se goza en las tribulaciones, porque esas mismas tribulaciones forman paciencia, forman constancia, resistencia y firmeza.
Ahora quiero darles un pequeño giro en perspectiva a ambas partes de la paciencia. Porque solamente podemos mantenernos por un largo tiempo sufriendo y aguantando malos ratos si sabemos que los buenos tiempos valen la pena. La paciencia es un fruto del Espíritu, es decir, que se obtiene solamente por la semilla, el cuidado y el alimento del Espíritu, no podemos llegar al fruto del Espíritu mediante méritos humanos. Pero hay otro fruto que está relacionado, y es la fe.
Podemos resistir la tentación, podemos tomar nuestra cruz y seguir el camino estrecho si conocemos que la recompensa de nuestra constancia lo vale.
Sabemos que la fe es la convicción de lo que no vemos. El día que lleguemos a contemplar al Cordero de Dios con nuestros propios ojos la fe no nos va a servir de nada. Pero mientras tanto, en el camino hasta ese día, nos mantenemos como viendo al invisible, porque la fe del Hijo está en acción en nosotros para creer en su nacimiento, su muerte, resurrección y su pronta venida, como dice la Escritura.
Esto me lleva a reflexionar que el combustible de la paciencia es la fe; para la firmeza, la resistencia, la constancia y la permanencia en lo que Dios ha dicho, y que muchas veces parece lejos de nuestra realidad. Necesitamos alimentar la paciencia con la fe, esa fe que sabe que Dios es bueno, cumple sus promesas y que si lo dijo lo hará. Y también para soportar los malos ratos, las pruebas, las tentaciones y los problemas que nuestro mundo caído provoca.
Vivir bajo la certeza de que Jesús prometió regresar pronto, que nos dijo que estas pequeñas tribulaciones momentáneas solo forman en nosotros un cada vez más grande y eterno peso de gloria, que nuestros sufrimientos no son ajenos a su persona ni a los creyentes alrededor del mundo, eso nos hace vivir seguros, sin afán y con la capacidad de soportar las pruebas sin perder nuestro gozo.
Ahora también tiene sentido porque Jesús dijo que nuestra fe vence al mundo, porque la cantidad de estímulos, tentaciones, distracciones y satisfacción temporal que nos ofrece el sistema solamente puede ser combatido por la fe en el Hijo de Dios y en sus promesas. Esa fe se manifiesta, se vuelve tangible en la paciencia que nuestras vidas reflejan todos los días.
Nada dura para siempre, y aunque así fuera, no vivimos tanto como para soportarlo para siempre. Por eso orar por paciencia no debería darnos temor, sino fe. Fe en que el sufrimiento en la carne tiene consecuencias en la eternidad, y fe en que estamos cimentados en la Roca Firme.
¿Te sientes cansado? ¿agobiado? ¿con ganas de ceder? Recuerda lo que Jesús dijo, trae a memoria sus palabras. La fe viene por el oír la Palabra de Dios. Recordemos a Abraham, hablamos de su fe al esperar por 20 años la promesa del hijo que le habría de heredar. Pero esos años solamente fueron posibles de soportar a través de la paciencia alimentada por la fe. Y como él, todos los hombres de la Escritura y nuestros hermanos a lo largo de la historia del evangelio. La próxima vez que pidas paciencia, pide fe y vas a ver que todo cobra sentido a la luz de lo eterno.