“Las sociedades que olvidan su historia están condenadas a repetirla”. Esta frase célebre, atribuida a distintos pensadores, aplica de forma especial a la narrativa bíblica. La historia de los reyes de Israel provee innumerables ejemplos de cómo construir una nación próspera, pero también de cómo destruirla.
David fue el segundo rey de los israelitas, un monarca que desde los comienzos de su reinado entendió que toda mejora social, económica y cultural empieza con una mejora espiritual. Su primera medida política consistió en trasladar el arca del pacto a Jerusalén, la capital del reino. Ese sencillo acto demostraba cuán consciente era de su necesidad de la presencia y la sabiduría de Dios para ser un buen rey y poder guiar a la nación en un proceso de crecimiento.
Bajo el reinado de David, Israel logró avances significativos: se expandió territorialmente, la economía floreció, hubo desarrollo cultural y tecnológico, paz social, etc. Sin embargo, a David se lo podría catalogar como un simple sembrador. Él solo sembró lo que luego su hijo Salomón cosecharía. David fue el rey que estableció las bases espirituales invisibles sobre las cuales Salomón edificaría la gran prosperidad visible de Israel.
A Salomón se lo recordará siempre como uno de los hombres más sabios de la historia. Al igual que su padre, fue muy consciente de su necesidad espiritual. Al asumir el trono, le pidió a Dios sabiduría para ser un buen gobernante. Y Dios se la dió. A tal punto que se convirtió en mucho más que un político astuto. Fue científico, poeta, arquitecto, botánico, zoólogo, artista integral, estratega, empresario, inventor, orfebre, lutier, estadista. De todas partes del mundo viajaban a Israel a escuchar la sabiduría de Salomón y a contemplar el esplendor del país.
En materia política, la sabiduría de Salomón se expresó en su capacidad para crear alianzas de paz: “El Señor le dio sabiduría a Salomón tal como se lo había prometido. Así que Hiram y Salomón formaron una alianza de paz” (1 Reyes 5:12). Hiram era el rey de Tiro, un gobernante muy distinto a Salomón. Pertenecía a una nación diferente, pensaba distinto y aún practicaba una religión distinta, profesando otras ideologías. No obstante, Salomón no lo vio como un enemigo, sino como un socio. En vez de pelearse, Salomón e Hiram hicieron un acuerdo comercial que beneficiará a ambos reinos, y fue mucho más que un mero trato de negocios: formaron una alianza de paz, porque la paz es lo que construye el beneficio común.
Pero en el apogeo del desarrollo de Israel, simultáneamente comenzó un lento e invisible proceso de deterioro espiritual. Inició en las casi imperceptibles inclinaciones del corazón de Salomón, que gradualmente fue perdiendo su dependencia de Dios (el principio de su sabiduría) y transformándose en un monarca autosuficiente. Para complacer a sus muchas esposas extranjeras, Salomón construyó altares de adoración a ídolos que el pueblo empezó a seguir. Y así como su padre David le había legado un fundamento espiritual invisible sobre el cual Salomón edificó el mayor progreso de la nación, él también dejó bases intangibles para su hijo Roboam. Solo que en su caso, no se trató de un cimiento sólido, sino de uno contaminado.
La primera intervención política de Roboam, como nuevo rey de Israel, consistió en desoír el clamor del pueblo que, abrumado por los impuestos que había fijado Salomón, acudió a pedirle que aliviara su carga. Lejos de escuchar el consejo sabio de los ancianos de la corte, que le dijeron que fuera compasivo con la gente, Roboam se dejó influenciar por la soberbia inflexible de sus amigos más jóvenes, que le aconsejaron que fuera aún más demandante que su padre. Resultado: el reino se quebró en dos. Apenas una generación después de su época de mayor gloria.
Pero la imagen que mejor ilustra la debacle de Israel es la de Roboam reemplazando los escudos de oro de su padre Salomón por unos de bronce (1 Reyes 14:25-27) ¿Cómo se pasa del oro al bronce? Así como su abuelo David había descubierto que toda mejora social, económica y cultural empieza con una mejora espiritual, al verse obligado a cambiar oro por bronce, Roboam tuvo que haber aprendido el mismo principio, pero a la inversa: tarde o temprano toda degradación espiritual se manifiesta en una degradación material.
¿Qué nos impide construir una Argentina de oro? Quizás en las historias de David, Salomón y Roboam encontremos algunas respuestas:
David tuvo una visión largoplacista
Más allá de sus aspiraciones personales, David asumió su función sabiéndose un simple eslabón en la cadena. Dios le aclaró que algunos de sus proyectos más ambiciosos, como la construcción del templo, no los concretaría él sino su hijo Salomón. Así que David enfocó sus esfuerzos en dejar caminos allanados para quien vendría después de él, entregándole a su sucesor un reino apaciguado, vínculos políticos y comerciales estratégicos (la amistad con Hiram la había comenzado él), proyectos en marcha, dinero en las arcas, etc.
Salomón fue capaz de formar alianzas de paz
Albert Einstein decía que no podemos solucionar un problema en el mismo nivel en el que lo creamos. Y la mayoría de nuestros problemas, tanto personales como sociales, los creamos en la cima de nuestro ego. No se trata de elevarnos a niveles superiores para resolverlos, sino de descender de las alturas ególatras que nos ciegan y nos impiden acordar con otros para formar alianzas de paz. En teología, a este descenso se lo llama kenosis o vaciamiento personal. En Filipenses 2 encontramos el mejor ejemplo: Jesús pudo resolver todos los problemas humanos porque descendió.
La rigidez, el autoritarismo y los extremismos siempre producen cismas.
¿Qué hubiera pasado si Roboam accedía al pedido de clemencia del pueblo en vez de asumir una postura dura? “Soberbia” es el gran antónimo de “sabiduría”. Nubla el sentido común y trae aparejadas las consecuencias más dolorosas.
Por último, la lección que más nos interpela como cristianos:
Solo las personas espirituales pueden establecer fundamentos espirituales para un nuevo país
David es descrito en la Biblia como un hombre “conforme al corazón de Dios” (Hechos 13:22), una persona capaz de percibir los deseos divinos y desplegar las actitudes que generan transformaciones verdaderas. Mientras seamos solo religiosos que se quejan de la realidad, condenando la paja en el ojo ajeno sin considerar primero la enorme viga que está delante del nuestro, o mientras simplemente esperemos que Cristo regrese a rescatarnos de un mundo que “de todas formas irá de mal en peor”, seguiremos resignándonos al bronce.
Que este sea un tiempo de oración y responsabilización. Que podamos dar respuestas a los muchos problemas de la Argentina desde el amor de Jesús. Desde la proclamación de la Buena Noticia que lo cambia todo, de la sabiduría más profunda: la de la cruz que mortifica el ego. Desde la kenosis cotidiana que nos mueve a servir y a trabajar activamente por la reconciliación social. Desde el compromiso y la fidelidad al propósito singular de Dios para nuestra vida. Desde la fe y la militancia incansable hasta que “sea en la Argentina como en el Cielo” y veamos un país de oro.
Pido a Dios por un gobierno sabio, con visión largoplacista, capaz de formar alianzas de paz y sensible a las preocupaciones de la gente. Y le pido que nos siga despertando como Iglesia, para que establezcamos las bases espirituales de un nuevo país.
Es “Cristo en nosotros la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27) y la promesa que Dios le hizo a Salomón, por si acaso la nación descuidaba sus fundamentos espirituales, sigue vigente en el 2023: “Puede ser que a veces yo cierre los cielos para que no llueva o mande langostas para que devoren las cosechas o envíe plagas entre ustedes; pero si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, busca mi rostro y se aparta de su conducta perversa, yo oiré desde el cielo, perdonaré sus pecados y restauraré su tierra” (2 Crónicas 7:13-14).