¿Les suena la palabra narcisismo? La palabra proviene de una figura griega que se enamoró de su propia imagen reflejada en un estanque de agua. Representa el amor por sí mismo, el egoísmo, el yo en su máxima expresión.
No es una novedad decir que somos pecadores, y que nuestra carne se rebela contra Dios.
“Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron.” (Romanos 5:12)
Los niños no comparten naturalmente, aprenden a compartir. No obedecen espontáneamente, les enseñamos a hacerlo.
A esto le sumamos que vivimos en una sociedad que levanta permanentemente las individualidades. Promueve el amor hacia sí mismo, disfrazado de derecho con un: “yo me lo merezco”.
Muchos llegamos al armado de nuestra propia familia con lindos testimonios, pero con muy pocas herramientas espirituales para afrontar el enorme desafío de edificar un hogar.

Este pasaje del comienzo es un plano. Dios, como arquitecto, define dónde van las columnas y cuál es la proyección de la edificación.
Se habla de narcisismo dentro de las parejas, pero muchas veces repetimos palabras sin saber bien a qué nos referimos realmente.
Síntomas del narcisismo en el matrimonio
- Buscar el propio beneficio.
- Terminar haciendo lo que uno quiere.
- Ocultar para hacer lo que uno quiere.
- Pensar en sí mismos.
- Evitar la intimidad.
- El acto de la masturbación.
- El consumo de pornografía.
- La pereza, el despiste y la distracción vana.
Quizás te llamó la atención que incluyamos el despiste o la pereza. En realidad, son manifestaciones inmaduras que sobrecargan al otro. Llegar cansados de trabajar y ver que el otro estuvo distraído con el celular y no preparó nada, con el tiempo resulta agotador.
Mientras menos responsabilidades adultas asume uno, más sobrecargado estará el otro. Mientras menos enfocado esté uno en la vida que están construyendo, más hiperalerta tendrá que estar el otro.
Esto trae resultados: desgaste, sensación de injusticia, ofensa y distancia afectiva.
El pacto del matrimonio
Hemos hecho un pacto, y en ese momento renunciamos a vivir solos, para pasar a ser dos en uno.
El diseño del matrimonio y la familia como Dios lo plantea es radical y no pasa desapercibido. Es un acto de amor y generosidad, y un alto costo de renuncia a los “derechos personales”.
Decir la palabra sujeción hoy levanta polémica, pero responder a los diseños de Dios con nuestra esencia femenina o masculina trae orden y paz a nuestras vidas.
El apóstol Pablo compara el matrimonio con la relación entre Cristo y la Iglesia. La fidelidad es un elemento común en todos los pactos de Dios.
El pacto matrimonial nos da la posibilidad de reflejar la fidelidad inquebrantable de Dios.
Cuando pensamos en fidelidad, solemos limitarlo a no cometer adulterio, pero la fidelidad demanda más que eso.
Cada pecado que cometemos demuestra que aún luchamos contra la idolatría, porque preferimos otros placeres antes que el deleite que Dios nos ofrece.
La fidelidad se refiere a ser exactos en cuanto al diseño de Dios para el matrimonio: exclusividad, cuidado mutuo, amor que se entrega, respeto y sujeción.
La clave
Puede que estas palabras incomoden y te preguntes: “¿Cómo podré posicionarme frente a las dificultades, el desánimo o los desencuentros dentro de mi matrimonio?”
La clave está en cómo comienza el pasaje: “Ustedes que honran a Cristo.”
Muchas veces nuestra fidelidad en el matrimonio tiene como base nuestra fidelidad a Dios.
“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” (Hebreos 12:2)
Innumerables veces hemos permanecido en la barca solo por amor de Cristo.
Mantener la intimidad con Dios hace más fácil la interdependencia en el matrimonio: caminar juntos, no según el capricho personal, sino unidos en pacto.
“Si bien solo puedo ir caminando más rápido, no es mejor, ni podría nunca llegar tan lejos como lo haríamos si fuéramos juntos.”
Un matrimonio que viva la radicalidad de Dios es más poderoso que una prédica, y logrará que muchos crean en el poder de un Dios vivo y real.