La primera vez que reflexioné sobre el modo de pensar de una cultura, todavía vivía en Brasil. A la luz de Romanos 12:1-2, Dios me llevó a repensar mis valores familiares, culturales, mi manera de ver el mundo. Yo era la hija del medio de una familia típica de clase media de San Pablo y, aunque ya hacía algunos años que era cristiana, activa en mi iglesia, tenía una dicotomía muy grande en mi mente.

Vivía en base a algunos antivalores fuertes en mi nación como el materialismo y hasta cierto racismo. Así que fue necesario tener un cambio radical hasta el punto de decidirme a renunciar a mi carrera universitaria, ya que cursaba el segundo año de Publicidad, y mis metas y sueños distaban mucho de lo que Dios me estaba mostrando en ese tiempo.

Entonces, le pregunté al Señor cuál era su propósito para mi vida. La respuesta vino a través de Romanos 10:13-15 “… ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?” (v. 14). Y comprendí que el Señor tenía un plan para mí en las misiones transculturales.

Mi primera experiencia transcultural fue en un viaje a Chile. Me enamoré de sus sabores, olores y, a pesar de algunos choques culturales, nunca me había sentido más feliz y cómoda en una tierra ajena. Entonces tuve la convicción de que algún día me iría de Brasil para no regresar.

En septiembre de 2003 inicié mi E.D.E (Escuela de Discipulado y Entrenamiento) en JUCUM Ituzaingó, Buenos Aires. Tuve un tiempo muy profundo de conocer más íntimamente a Dios, de transformación en mi carácter y también de experimentar la convivencia con personas de culturas diferentes: éramos en total 42 alumnos de más de 10 países distintos. La frase que más escuché, en cuanto a las diferencias culturales, era: “No es bueno ni malo, es diferente”.

Al terminar mi escuela, sabía que esa era la misión y la familia de la que yo sería parte. Comencé a vivir un proceso de confrontación, pues todavía miraba todo a través de mis lentes “verdeamarelos”, como buena brasilera. Aunque Brasil y Argentina son naciones vecinas, las diferencias van mucho más allá de las rivalidades en el fútbol.

Aprender a ser cada vez más un poco de aquí y menos de allá

En aquel tiempo, la comunicación tan directa y honesta de los argentinos me chocaba y me hacía renegar y comparar todo. Aunque el idioma hablado en la base era español e inglés, yo me resistía, y pensaba, oraba y escribía en portugués, hasta que Dios me habló y me marcó profundamente: “No puedes abrazar otra cultura sin dejar partes de la tuya”. De a poco comencé a ceder, a renunciar y a conocer más de una nueva.

En el 2005 me mudé a JUCUM Puerto Madryn y conocí una subcultura que caracteriza a la Patagonia, una región que traspasa fronteras uniendo Chile y Argentina. Tiene una condición única en la parte climática, geográfica y social. Es una tierra formada por gente pionera que ha tenido que luchar contra el viento para establecerse y evangelizar esas tierras, algunos hasta entregando su propia vida, como el misionero anglicano Allen Gardiner.

En esta tierra aprendí sobre el sentido de pertenencia y echar raíces, me casé y tuve mi primera hija, pude trabajar por el bien de la ciudad, llevando la gente a Cristo.

Desde los más marginados que vivían en el basural de la ciudad, hasta personas de influencia en el área de la cultura o del Gobierno. A pesar de tener todavía algunos pequeños choques culturales, me di cuenta de que cada día me sentía más cómoda y familiarizada con la mentalidad local, ya podía reírme del humor de Les Luthiers o emocionarme con un juicio a un genocida de la dictadura militar.

Actualmente estoy en Punta Arenas, Chile, la última ciudad a la que se puede llegar por tierra. Literalmente son los confines de la tierra a orillas del estrecho de Magallanes, frente a Tierra del Fuego, Argentina.

Con mi esposo y mi hija vinimos hace siete años a reabrir una base de JUCUM que actualmente es la más austral del continente. Aunque seguimos en la Patagonia, estamos en una nueva nación, la cual estoy aprendiendo a amar y abrazar, a conocer sus debilidades y sus fortalezas.

Adoración en la iglesia.

Lo que he aprendido en estos diecisiete años sirviendo en JUCUM en otras naciones, es que para llevar al Cristo que sana heridas, primero es necesario conocer las heridas de su pueblo; para llevar Verdad es necesario conocer sus mentiras. Para abrazar con el amor de Cristo a otra cultura, no solamente fue necesario dejar mi tierra, sino también dejar mi cultura y ser cada vez más un poco de aquí y menos de allá, ser más ciudadana de la cultura de Cristo.

Renata Fernandes – Brasileña
Misionera de JUCUM en Chile

Juventud Con Una Misión es una comunidad misionera de cristianos provenientes de diferentes trasfondos, culturas y tradiciones cristianas, dedicados a servir a Jesús alrededor del mundo. Servimos principalmente de tres maneras: a través del entrenamiento, la proclamación del Evangelio y al preocuparnos por aquellos en necesidad. Actualmente trabajamos en más de 1,200 lugares en alrededor de 180 países.