Años atrás le pregunté a mi mamá qué decía que deseaba ser cuando era chiquita. Me dijo que médica o misionera porque quería contar a la gente de Jesús y ayudarlos. Yo me había olvidado de eso. Parece que Dios ya había puesto en mi corazón desde temprana edad este deseo, y pude cumplir aquella decisión que tenía de niña: hoy celebro diez años como misionera a tiempo completo en Mendoza, Argentina. 

Basé mi decisión de dedicar mi vida a las misiones a tiempo completo comprendiendo los últimos versículos de Lucas 9, donde Jesús les pide a varias personas que lo sigan, pero todas tienen alguna excusa, alguna cosa más importante para hacer.

Y cuando uno toma la decisión de seguirlo, pero mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios. Algo que tanto aplicaba a mí, creciendo en la iglesia pero siempre con un pie adentro y un pie afuera. El domingo en la iglesia, pero durante la semana andando “flojo”, tomando decisiones egoístas. 

Cuando finalicé mis estudios, me tomé un tiempo. Lo que iba a ser dos meses de voluntariado, se convirtieron en cinco meses haciendo la Escuela de Discipulado y Entrenamiento (EDE) en Jucum Mendoza, donde realmente conocí al Señor y el significado de seguirlo. Ahora estamos a diez años de esta decisión y nunca me he arrepentido. 

Después de mi tiempo en Argentina, la idea era volver a los Países Bajos, terminar mi maestría y empezar mi carrera. Tenía mi departamento, mi vida planificada y buena posición económica.  Lo dejé todo atrás, porque sentí que eso era lo que el Señor me estaba pidiendo. Es fácil decirlo así, no tan fácil era realmente hacerlo.

Siempre digo que ha sido la mejor y, al mismo tiempo, la decisión más difícil de mi vida.

Vivir por fe, en completa dependencia del Señor es algo que hasta el día de hoy me sigue costando. Siendo holandesa, crecí con la independencia como un valor muy importante, el “hacer la vida para uno”. En este sentido Dios ha tenido que trabajar, y sigue trabajando, mucho en mi vida. 

Creo que nunca antes he llorado tanto en mi vida como en los últimos años. De enojo, de frustración, tristeza, soledad… pero más que nada porque el Señor proveyó en mi necesidad y se encontró conmigo en medio de estas situaciones.

Cuando me faltaba pasta dental y algunas cosas para comer, no lo pude creer. “Eso en Holanda nunca me hubiera pasado, con un trabajo normal”, lloré, me enojé, reclamé al Señor. A los cinco minutos vino una vecina con una caja, me compró unas cosas en el supermercado. Era todo lo que necesitaba. Lloré otra vez, pero ahora de gratitud y de arrepentimiento porque había dudado. 

“Cuando Dios te llama el provee” 

Esto lo creo de todo corazón. Pero es mucho más fácil decirlo cuando tienes todo y no tanto cuando te falta. Sin embargo, tengo tantas experiencias de la provisión milagrosa del Señor que puedo llenar muchas páginas más. En lo pequeño y en lo grande. Cuando era soltera tenía suficiente para mí, después me casé y para los dos había suficiente. Ahora somos cuatro y Dios nos sigue sosteniendo y proveyendo día a día. 

En este último tiempo de pandemia nos vemos todos afectados. Acá con nuestra comunidad misionera estamos muy enfocados en todo lo que es el desarrollo comunitario y los trabajos de misericordia.

A solo diez minutos tenemos a una villa, donde la mayoría de las personas trabajan en el basural. Esto viene con todos los problemas asociados: salud, niños que no van a la escuela pero que van a trabajar ahí, problemas de adicción, violencia, delincuencia, etc. 

En el tiempo de pandemia hemos visto la necesidad de apoyar a varios comedores en la zona y también cada sábado hemos estado cocinando para unos 500 personas. Entendemos que no es solamente ayudarlas con una buena comida sino también poder escucharlos, tomar pedidos de oración y distribuir Biblias. Muchos han expresado un interés en recibir una Biblia y piden poder hace algunos estudios bíblicos.  Vemos cómo Dios, aun en medio de un tiempo tan incierto y tan difícil, atrae la gente a su corazón. 

El versículo en Lucas 9:62 con que empecé tiene como encabezado “Lo que cuesta seguir a Jesús” y aunque no soy fan de los encabezados puestos por los editores, creo que este en particular expresa bien de lo que se trata. Sí el costo es alto, pero la recompensa de vivir una vida en dependencia del Señor y extender su Reino es tanto mayor y vale la pena.

Anniek van den Berge, holandesa, 32 años, es misionera a tiempo completo con Juventud con una Misión en Mendoza desde hace diez años. Junto con su esposo Marlon, de Perú, están involucrados en diferentes áreas de liderazgo y desarrollo de proyectos. Juntos tienen dos hijos, Zoe (5) y Alexander (2).

Juventud Con Una Misión es una comunidad misionera de cristianos provenientes de diferentes trasfondos, culturas y tradiciones cristianas, dedicados a servir a Jesús alrededor del mundo. Servimos principalmente de tres maneras: a través del entrenamiento, la proclamación del Evangelio y al preocuparnos por aquellos en necesidad. Actualmente trabajamos en más de 1,200 lugares en alrededor de 180 países.