Nací en Egipto, bueno… ¡ustedes me entienden! Egipto es un símbolo. Lo que quiero decir es que no nací en un hogar cristiano.

Viví en “el mundo”, como solemos decir, y aunque llegué a Cristo con apenas 12 años fue suficiente para saber que no quiero volver allá nunca más.

Dolor, tristeza, hambre, abuso, nada de lo que viví entonces vale la pena. Y no quiero decir que desde mi conversión todo ha sido color de rosa. ¡Para nada! Pero todos estaremos de acuerdo en decir que el desierto, de la mano del Señor, es más llevadero que la fertilidad del Nilo sin su presencia con nosotros. Tal vez fue esto lo que sintió Moisés cuando acuñó aquella frase: “Si tu presencia no ha de ir con nosotros, entonces no nos saques de aquí”.

«Cuatrocientos años fueron los que pasaron los hijos del pacto en la tierra de esclavitud»

Gabriela Giovine de Frettes, integrante de IBRP

Cuatrocientos años sin que nadie escuchara la promesa pronunciada directamente por Dios. Sin embargo, ninguno se vio sorprendido al escuchar a Moisés hablar de irse hacia la tierra prometida. Ninguno de los patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob) había recibido la orden de transmitir la promesa a sus hijos, sencillamente lo hicieron

Seguramente querían que sus descendientes supieran que eran un pueblo escogido de Dios y que Él tenía un gran futuro para ellos. Esto era necesario para que el pueblo de Israel supiera que, aun en medio del dolor, había un “mañana” que esperar. Y cuando ese “mañana” llegó, el Señor estableció un hito, un referente para que los israelitas supieran que en medio de la promesa cumplida no debían olvidar el pasado del cual habían salido. 

La Pascua sería ese referente. Un ritual que obligaría a las generaciones futuras a hacer preguntas y a dar respuestas: “Y cuando sus hijos les pregunten: ‘¿Qué significa para ustedes esta ceremonia?’, les responderán: ‘Este sacrificio es la Pascua del Señor, que en Egipto pasó de largo por las casas israelitas. Hirió de muerte a los egipcios, pero a nuestras familias les salvó la vida’” (Éxodo 12:26-27).

Yo también alcancé la promesa

Y así yo también salí de mi propio Egipto y alcancé la promesa… Y Dios me dio la gracia de tener hijos deseados, engendrados, nacidos y criados en Cristo. Entre “mi” Egipto y la promesa, también tengo mi propia pascua. No hablo de algo personal. Mi referente es el mismo de todos los peregrinantes.

El apóstol Pablo lo expresa en 1 de Corintios 5:7: “Desháganse de la vieja levadura para que sean masa nueva, panes sin levadura, como lo son en realidad. Porque Cristo, nuestro Cordero pascual, ya ha sido sacrificado”. 

«La cruz parte nuestra historia en dos y solemos tener la tendencia a encubrir o maquillar nuestras oscuridades pasadas»

Gabriela Giovine de Frettes, integrante de IBRP

Vivimos pretendiendo fingir que Egipto no existe. Nos rodeamos de amigos cristianos, enviamos a nuestros hijos a escuelas cristianas, a actividades deportivas dirigidas por cristianos. Nos movemos en círculos muy pequeños y asumimos que estamos a salvo de todo riesgo. 

Como en el cuento de la bella durmiente, creemos que eliminar los “usos” de nuestro entorno evitará que se cumpla la sentencia. Y como en el dicho… la curiosidad mata al gato, descubrimos con dolor que, al descubrir Egipto, muchos de nuestros hijos quieren probar qué tan bueno puede ser. 

No me avergüenzo de “mi” Egipto. El 8 de diciembre de 1983 tuve propia pascua y no me molesta que los demás sepan acerca de mi pasado. Siempre, a cada rato, bajo cualquier circunstancia narraré con gusto aquella historia: “Un día, cuando tenía tan sólo 12 años, en medio de mis dolores clamé al Señor y Él me oyó. Por eso hoy soy libre y no pienso volver a Egipto”.