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Luchar contra la voluntad de Dios

Dos tendencias enfrentadas

Hay una tendencia en nuestra naturaleza carnal de luchar contra la voluntad de Dios. Pero hay una tendencia en la naturaleza de Dios que lo mantiene buscándonos: nos sale al encuentro, nos provoca, nos seduce, y resulta inevitable no terminar rindiéndonos a sus propósitos eternos. Los que conocemos a Jesús, y los que aún no, solemos tener serios problemas para dejar de llevar adelante la vida a nuestra manera. Veamos un ejemplo.

Cuando Dios le sale al encuentro a Saulo, camino a Damasco, la verdad era que el futuro apóstol creía estar haciendo la voluntad de Dios, persiguiendo a los seguidores de Jesús. Hechos 26:12 al 20 tiene este relato con detalles del propio Pablo. Pero el versículo 14 es clarificador:

“Todos caímos al suelo y escuché una voz que me decía en arameo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Es inútil que luches contra mi voluntad.” Hechos 26:14 (NTV)

La experiencia de conversión de Pablo es tan gráfica para el problema que estamos tratando. La verdad es que solemos luchar contra la voluntad de Dios. Nos cuesta someternos a ella, porque tenemos nuestros propios pensamientos y planes. Pero, y si, como Saulo, ¿estamos equivocados, luchando contra la voluntad de Dios? El choque de pensar que estábamos en lo cierto, y encontrarnos con la verdad superior de Su voluntad es impactante. Por eso, el Señor dijo a través del profeta:

“Porque mis pensamientos no son los de ustedes ni sus caminos son los míos», afirma el Señor. «Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra! Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo, y no vuelven allá sin regar antes la tierra y hacerla fecundar y germinar para que dé semilla al que siembra y pan al que come, así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos.” Isaías 55:8 al 11 (NVI)

¿Tenemos que esperar a caernos del caballo para buscar y obedecer la voluntad de Dios? ¿No sería mejor reconocer, con humildad, que mis pensamientos son inferiores? Y lo son a causa de que fueron concebidos en una mente que no aceptaba una vida de dependencia de su Creador. El gran problema para muchos es que no saben, ni buscan saber, escuchar a Dios; el problema para otros, como Pablo, es que su religiosidad les hace creer que están en lo cierto.

El problema de la rebeldía

“La palabra del Señor vino a Jonás hijo de Amitay: «Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia.» Jonás se fue, pero en dirección a Tarsis, para huir del Señor. Bajó a Jope, donde encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis. Pagó su pasaje y se embarcó con los que iban a esa ciudad, huyendo así del Señor.” Jonás 1:1 al 3 (NVI)

Jonás era un servidor de Dios, como cualquiera de nosotros, pero con algunos problemas graves en su corazón. Como Él, la tendencia de muchos de nosotros nos lleva a no deshacernos de aquello que representa una limitación para hacer la voluntad de Dios. Aun así, ¡lo positivo es que el Padre use a personas tan imperfectas! Es inevitable no ver la gracia y la misericordia de Dios en el libro de Jonás. No solo por el corazón de Dios por Nínive (un pueblo no judío), sino por el mismo Jonás. Veamos el pensamiento rebelde de este gran profeta:

“— ¡Oh Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis, pues bien sabía que tú eres un Dios misericordioso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no destruyes.” Jonás 4:2 (NVI)

Jonás sabía de la naturaleza de Dios, y aun así huyó. Simplemente no estaba dispuesto a modificar su manera de pensar, de una manera orgullosa, y debió ser tratado por Dios para ser perfeccionado. Este es el mismo proceso que el Señor encara con nosotros, para que aprendamos a amar su voluntad perfecta con verdadera humildad de corazón.

El problema de las inseguridades

Éxodo 3 cuenta como Moisés fue llamado por Dios. Pero la respuesta de Moisés, fue desde las inseguridades que poseía:

“—Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra —objetó Moisés—. Y esto no es algo que haya comenzado ayer ni anteayer, ni hoy que te diriges a este siervo tuyo. Francamente, me cuesta mucho trabajo hablar. — ¿Y quién le puso la boca al hombre? —Respondió el Señor—. ¿Acaso no soy yo, el Señor, quien lo hace sordo o mudo, quien le da la vista o se la quita? Anda, ponte en marcha, que yo te ayudaré a hablar y te diré lo que debas decir. —Señor —insistió Moisés—, te ruego que envíes a alguna otra persona.” Éxodo 4:10 al 13 (NVI)

Nuestras inseguridades pueden ser el argumento ideal para escapar del llamado. Pero Dios, en su infinita misericordia, le buscará la vuelta para realizar lo que dispuso hacer a través de nuestra vida. Ni siquiera las heridas del pasado son una traba para que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros. ¿Qué deberíamos hacer si este es nuestro problema? Simplemente buscar ser sanos. Porque el mismo Dios que nos llama, es el que nos capacita para toda buena obra. Si Él nos llamó, también nos tratará para crecer en seguridad. En Cristo tenemos una identidad que nos garantiza avanzar en victoria en aquello que Dios planeó para nuestras vidas desde la eternidad.

El problema del rechazo

“¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo y me venciste. Todo el mundo se burla de mí; se ríen de mí todo el tiempo. Cada vez que hablo es para gritar: « ¡Violencia! ¡Destrucción!». Por eso la palabra del Señor fue cada día para mí una deshonra y una burla. Si digo: «No me acordaré más de él ni hablaré más en su nombre»; entonces su palabra es en mi corazón como un fuego, un fuego ardiente que penetra hasta los huesos. He hecho todo lo posible por contenerla, pero ya no puedo más.” Jeremías 20:7 al 9

Por último, el ejemplo del profeta Jeremías es muy ilustrador. Dios lo había escogido desde el vientre de su madre, para este propósito de llevar su Palabra. Pero, su llamado no se ve tan atractivo. El rechazo que experimentó por cada palabra profética fue terrible. No era un profeta popular, porque decía de parte de Dios palabras que los gobernantes y el pueblo no querían escuchar. Pero las palabras de Jeremías son muy aleccionadoras sobre lo que la voluntad de Dios produce en nosotros: nos seduce y nos convence; sus palabras en nosotros se vuelven como “un fuego ardiente” que no podemos evitar.

Como con Jeremías, Moisés, Jonás y Pablo, la voluntad de Dios nos alcanzará. Porque en Cristo fuimos apartados desde el vientre de nuestra madre, y alcanzados por su gracia (Gálatas 1:15 y 16). La bondad de Dios es tan grande, que aún nuestras limitaciones y argumentos no serán un problema para que Él cumpla su voluntad en nuestra vida.

David Decena
David Decena
Pastor junto a su esposa, Abigail, del Centro Familiar Cristiano de Eldorado (Mnes. Argentina). Realiza una maestría en orígenes del cristianismo en España. Es Director y co-fundador de EDES (Escuela de Entrenamiento Sobrenatural). Junto a Abigail, pastorea los ministerios creativos de su casa, trabajando en la expansión territorial de la iglesia en otras ciudades.

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