En octubre empiezan a llover las consultas en dermatología con la preocupación por alguna zona del cuerpo que da vergüenza que se marque al usar pollera, vestido o bikini.

Una parte de la dermatología se encarga de intentar ayudar a las mujeres a mejorar la apariencia de esas zonas y para eso existen cada vez más tratamientos que podemos elegir. Pero ¿qué significa realmente llegar “bien al verano”? ¿Por qué solo apuntamos a llegar bien a fin de año?

Hoy quiero plantear dos problemas que veo en esta frase que provoca que la gran mayoría de las personas no estén conformes con su imagen en el verano y que se vuelva una misión imposible lograr los objetivos que tienen en mente.

La razón número uno es que detrás de ese rollito que queremos eliminar y de esa grasa arriba de las rodillas que nos disgusta está la mentalidad a corto plazo. Esa misma que se manifiesta cuando decimos “me estoy cuidando para el cumple de 15 de mi sobrina”, “me estoy cuidando para poder comer en las fiestas sin culpa”, entre otros ejemplos.

El problema es que muy probablemente tenemos una predisposición genética a acumular tejido graso en esas zonas que queremos tratar. La gran mayoría de nosotras (o todas) no logrará borrar los efectos de los primeros nueve meses del año y una predisposición natural con solo tres meses de tratamientos; lo que necesitamos hacer es cambiar esta mentalidad, porque no se sostiene a largo plazo. 

Hacer “dieta” para bajar de peso y luego abandonarla completamente una vez que logramos el objetivo hará que nos frustremos cuando indefectiblemente volvamos a aumentar.

Déjame darte otro ejemplo, porque una de las principales consultas que recibo es por el melasma, esas manchas oscuras en la cara, y para esta patología existen innumerables tratamientos que sólo pueden hacerse en la época de invierno, cuando hay menos exposición solar. ¿Alguien quiere adivinar cuándo llega el mayor número de estas consultas? ¡¡En VERANO!! 

Es decir, que para cuando quieren mejorar no hay mucho por hacer más que protegerse del sol para no empeorar el cuadro y, entonces sí, regresar en el otoño para iniciar el tratamiento.¿Saben cuántos de estos pacientes vuelven en otoño? Muy pocos. 

La segunda causa por la cual la frase “llegar bien al verano” no funciona demasiado es que en la mente del paciente solo implica tratar la parte visible del problema (aparatología, inyecciones, etc.) sin tratar la causa que lo genera.

En general observo que cuando la paciente se está acostando en la camilla me empieza a explicar que ella sabe que en realidad debería hacer dieta, pero…  o que tiene en claro que necesita hacer ejercicio, pero… ya sabe que tomar alcohol no ayuda, pero…

Suelo incentivar a mis pacientes a realizar los cambios necesarios en sus hábitos de alimentación y ejercicio físico antes de iniciar otro tipo de tratamiento, pero en la gran mayoría de los casos no recibo de parte de ellas una buena respuesta. Entiendo que esto que les sugiero es mucho más complejo que venir a la consulta, pero, a la vez, si no logramos fortalecer la base, no veremos resultados más adelante.

En Proverbios 4:7 somos desafiadas una y otra vez a adquirir sabiduría y vivir de forma inteligente. La sabiduría se basa en aplicar con entendimiento los conocimientos a cada situación en el momento de tomar decisiones. Es decir, que cuando sabemos algo (que necesitamos perder peso, tomar menos sol o comer sin sal) pero no lo aplicamos, no estamos viviendo de forma sabia. 

Casi siempre sabemos lo que tenemos que hacer, sabemos lo que nos conviene, pero no lo hacemos; nos convencemos de que quizás en nuestro caso ese hábito no sea tan dañino como en otros y la verdad es que actuar así no es muy sabio.

Así que la clave es cambiar el paradigma de querer lucir bien en un momento puntual a realizar cambios específicos en nuestro día a día para vivir saludablemente todo el año. Vivamos sabiamente y así lograremos llegar bien al verano, porque en realidad viviremos mejor todo el año.

Médica dermatóloga recibida en la UBA. Trabaja en diferentes consultorios médicos en CABA. Junto a su esposo Kelo Martinez tienen dos hijos, Noah y Sofia, y juntos sirven con pasión en la iglesia Tierra de Avivamiento CABA