Desde el momento en el que fuimos creados hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios, no debería existir diferencias en valor, importancia ni derechos. Sin embargo, la historia de la humanidad está marcada por disimilitudes entre hombres y mujeres en términos económicos, políticos y sociales.

Si los mandatos y estereotipos culturales aún hoy profundizan la brecha en las oportunidades de crecimiento, ascenso y desarrollo de las mujeres, deberíamos seguir luchando para acortar esas distancias y generar espacios y ocasiones que nos aproximen a una realidad más justa y equitativa.

Esto no significa posicionarnos en el polo opuesto en el que, en busca de la paridad, se fuerzan situaciones que no responden a la competencia, aptitud o necesidad, sino más bien a un discurso que, en nombre de la igualdad, comete los mismos atropellos que critica.

«Propiciar la coyuntura sociocultural que fomente la igualdad será responsabilidad de todas las partes. Las primeras involucradas en los cambios somos las mujeres».

Natalia Spetale

Obrar cambios a partir de Dios

Creer en quiénes somos y cómo somos a partir de lo que Dios nos dice en su palabra es el paso principal para caminar y crecer cumpliendo con el propósito original diseñado para cada una.

No todo dependerá de nosotras, pero desde nuestra fe, seguridad y confianza, sin duda, lograremos avances significativos y, lo que es aún mejor, muchos de esos avances podrán desencadenar en una transformación que provoque cambios en los diferentes órdenes.

Reclamo antiguo

En la Biblia se registra en el libro de Números 27 la historia fascinante de cinco hermanas que no se conformaron con lo establecido respecto de los derechos de herencia. Conforme a la ley antigua, las mujeres no recibían propiedad, solo los hijos varones accedían a la herencia familiar pudiendo perpetuar de esa manera el nombre ancestral. Esto señalaba una injusta diferencia entre hombres y mujeres que ponía en evidencia la desigualdad.

Cuando uno de los hombres, llamado Zelofejad, que pertenecía a una de las tribus de Israel, falleció, peligró la continuidad de su nombre porque solo había tenido hijas y no hijos varones. Aquellas mujeres podían perderlo todo, quedar desamparadas y al margen de un sistema que las excluía.

Sin embargo, la osadía, valentía y convicción de lo que les pertenecía las condujo a hacer algo impensado y arriesgado para su época. El valor de las cinco hermanas las transformó en mujeres revolucionarias que no solo obtuvieron su herencia, sino que, a partir de ese suceso, se cambió la ley para las generaciones futuras.

Ellas sabían que su caso podía ser determinante y que la única manera de cambiar una ley que profundizaba la desigualdad entre hombres y mujeres sería animarse a pedir la tierra que les correspondía.

Las hermanas no se quedaron con lo establecido socialmente en cuanto a su condición de mujeres, ellas se pararon firmes en su naturaleza de hijas.

«Cuando se presentaron delante de Moisés a exponer su situación, éste consultó con Dios y la respuesta que recibió nació de un corazón compasivo, justo y lleno de amor como es el corazón del Padre Celestial».

Natalia Spetale

Sus palabras fueron: “Lo que piden las hijas de Zelofejad es algo justo, así que debes darles una propiedad entre los parientes de su padre. Traspásales a ellas la heredad de su padre. Además, diles a los israelitas: Cuando un hombre muera sin dejar hijos, su heredad será traspasada a su hija” (Números 27. 7,8).

Triunfa la justicia

Estas palabras ilustran un ejemplo de cómo la ley en aquel tiempo se fue desarrollando a medida que situaciones nuevas y sin antecedentes iban apareciendo. Es decir, la iniciativa, actitud y acción de aquellas mujeres propició que la ley a partir de allí fuera más justa.

Entendieron que, como hijas, tenían un derecho inalienable. Esa seguridad de su identidad cambió todo, movió el corazón del Padre haciendo que, como hijas, pudieran acceder al derecho que les correspondía.

1 Pedro 3.7 dice que “ambos (hombres y mujeres) son herederos del grato don de la vida”. Desde la seguridad de nuestra identidad podemos ser mujeres revolucionarias que, con iniciativa, valentía y fe, se apropian de sus derechos de hijas para vivir la vida plena y abundante que Dios pensó para cada una. Sin duda, esa actitud nos conducirá a seguir avanzando en pos de subsanar los efectos de la desigualdad, sabiendo que fuimos creados, hombres y mujeres, con los mismos derechos que nos pertenecen como hijos de un mismo Padre.

Licenciada en Comunicación Social (UNLP). Casada con Juan Pablo Sosa y tienen dos hijos. Junto a su esposo pastorean la iglesia Vida Sobrenatural en la ciudad de La Plata. Es autora del libro: “Mujer Maravilla, cuando la realidad supera a la ficción”, da charlas, talleres, consejería pastoral y es impulsora de diferentes proyectos audiovisuales.