La cantidad de mujeres que luchan contra sí mismas convirtiéndose en las primeras que frenan su propio potencial, talento y habilidades es incalculable.
Me atrevo a hacer semejante afirmación después de haber trabajado por años en distintos ámbitos con cientos de mujeres que dan golpes al aire dentro del cuadrilátero del autoboicot y, por supuesto, luego de haber experimentado mi propia lucha al respecto, que muchas veces tiende a resurgir.
Como en un ring de boxeo, en medio de una pelea interna, la autoestima herida mantiene en una esquina y contra las cuerdas a miles de mujeres que no pueden o no saben cómo salir, mientras los pensamientos de derrota las noquean hasta esfumar sus esperanzas.
En otra esquina, la victimización. Esa que las pone a la defensiva: “es que no puedo”, “no tengo los recursos”, “no soy buena”, “todo me sale mal”, “nadie me valora”, “ya lo intenté y no funcionó” y otras declaraciones similares que lo único que provocan es una distorsión furtiva en la forma de percibirse. ¡Como si no tuvieran posibilidades de transformación! ¡Como si las circunstancias fueran determinantes para frenar el propósito de Dios en su vida! En la otra punta, y en línea directa con la autoestima herida.
la vergüenza hace lo suyo golpeando despiadadamente los sueños, aniquilando los proyectos
Mayra Djimondian, licenciada en orientación familiar y teología.
Aplastando los dones, impidiendo que se animen a brillar, a resplandecer, a ser quienes fueron llamadas a ser. Y allí mismo, en ese espacio pequeño en el que se encuentran paralizadas y agobiadas, el árbitro del “qué dirán” arranca la cuenta regresiva de la inseguridad, los complejos, la culpa, el temor. ¡Uff! Para muchas es un triunfo aplastante de la vergüenza por encima de todo lo que Dios tiene en mente.
Última esquina del ring, no por eso menos temeraria que las anteriores. Allí está el desenfoque combatiendo la visión que puede llevarlas por el camino de la victoria. Después de los golpes imparables de la autoestima herida, la victimización y la vergüenza, el desenfoque diluye los objetivos detrás de los temores, invisibiliza el potencial detrás de las excusas, destiñe el propósito bajo el manto de la indecisión. Hacia adentro, visión distorsionada. Hacia afuera, visión nublada. La falta de enfoque gana el round.
Parece que no, pero sí hay vuelta atrás
Parece que no hay vuelta atrás. Que la contrincante interna que todas llevamos dentro es una rival imposible de vencer. Entonces, cuando ya recorrimos todas las esquinas del ring, cuando creemos que no podemos y no tenemos con qué, cuando nos repetimos que ya lo intentamos pero no hubo resultados, cuando ya estamos cerca del último round y casi sin fuerzas, se escucha el sonido de la campana.
En ese momento se acerca el entrenador del cielo, el Espíritu Santo mismo, que da agua fresca de vida y te alienta con palabras de esperanza, que te ayuda a dirigir tu concentración hacia el triunfo que ya tienes asegurado porque ¡eres suya!
Y las fuerzas se renuevan. Y los miedos desaparecen. Y el ring te resulta un lugar donde no quieres permanecer. Y cuelgas los guantes porque entiendes que tienes la capacidad de elegir qué batallas pelear y esta no es una que valga la pena. ¡Claro!
Mayra Djimondian,pastora.
¡Porque eres quien Dios dice que eres! ¡Vales lo que Él dice que vales!
¡Puedes alcanzar todo lo que te prometió! ¡De su mano eres más que vencedora! Y entonces, en medio de la lucha que te abrumaba, una palabra se escucha fuerte y clara. A mí me gusta escribirla y declararla en femenino, porque no tengo duda de que el Señor me la repite cada día cuando me siento tentada a volver al ring:
“Porque te amo y eres ante mis ojos preciosa y digna de honra” (Isaías 43.4).
Y eso, querida mujer, es más que suficiente.