En la tercera parte analizamos cómo el Creador nos enseña todo por medio de la unción, en esta oportunidad, para dar cierre a esta serie de artículos, profundizaremos en la premisa “la voz nacida del espíritu es pedagogía eterna”.
Necesitamos comprender que toda voz enseña. Sea cual sea la voz que se lleve nuestra atención, traerá instrucción a nuestra vida. Es decir, que la voz que absorbe nuestra atención se vuelve pedagogía directa o indirecta. Podemos ver que, en el principio, después de que el hombre haya sido creado y formado, Dios colocó a Adán y Eva en el Huerto del Edén. Allí el hombre experimentaba a Dios; la voz de Dios era todo en ellos. Las instrucciones de Dios gobernaban sus vidas.
El hombre no conocía lo bueno ni lo malo, sino que solo conocía la voluntad de Dios que había sido expresada por Su voz.
Al avanzar en aquel suceso, vemos como el hombre se desliga de la voz de Dios (Génesis 3) y detalladamente observamos cómo la voz de la serpiente trajo pedagogía al hombre. De hecho, la pregunta que Dios le hizo al hombre fue: “¿Quién te enseñó?” (Génesis 3:11). Toda voz arroja una enseñanza. Por lo tanto, lo que hacemos y lo que no hacemos responde a:
- Lo que oímos.
- Lo que no oímos.
- Lo que dejamos de oír.
Por esta razón el autor de la carta a los hebreos habla de aquellos tardos para oír. Cuando nos retrasamos en oír lo que es necesario, habrá una enseñanza que arribará con retraso a nuestra vida. Por ende, esta generación tendrá acciones fuera de tiempo.
Oír a Dios no es un asunto de algunos pocos. La voz de Dios no está monopolizada. Nadie puede creerse dueño de la voz de Dios, sino por el contrario, la voz de Dios es corporativa. La voz de Dios le pertenece a la Iglesia, ya que ésta es la que ejecutará fielmente todo lo que oiga.
El problema está cuando no oímos en tiempo real a Dios. Debemos reconocer que muchas veces estamos sumergidos en aquello que nosotros queremos aprender y no en lo que Dios desea enseñarnos.
“Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar”, Hebreos 5:12 RV60.
Egolatría vs adoración
Todo lo que las tinieblas desean es que lleguemos con retrasos a los tiempos señalados por Dios. Una persona con retrasos es una persona que necesita volver a oír a Dios. Y cuando el hombre no oye a Dios, automáticamente cae en una profunda egolatría. Es decir, el hombre comienza a vivir una vida de adoración a sí mismo. Por lo tanto, una persona ególatra es aquella persona que nunca dará adoración a Dios, sino que la adoración es para sí mismo. La palabra egolatría no aparece en la Biblia, pero su esencia aparece infinidad de veces.
Egolatría (griego): ego (yo), latría (adoración).
La voz de Dios: hace a los verdaderos adoradores.
Otra voz: también hace adoradores, pero adoradores del “yo”.
La verdadera adoración consiste en darle a Dios lo que Dios desea recibir. ¿Dónde nace? Toda verdadera adoración nace de la voz de Dios. En contraste tenemos al ególatra: aquel que vive ofreciéndose a sí mismo lo que desea recibir, según sus propios deseos y ambiciones. Cada paso que damos y cada acción que tomamos responde a una voz (Juan 10:4). No podemos permitirnos vivir en retrasos, ni tampoco vivir fuera de aquello que Dios enseña y señala para nuestros días.
Israel es un claro ejemplo de vivir y generar una historia pendular. Nosotros muchas veces somos iguales. Nos columpiamos desde nuestra voz hacia Su voz. Esto nos lleva a vivir “híbridamente”, con enseñanzas entrelazadas: algunas mías y otras de Él.
Las señales y el poder de Dios pueden estar en medio de nosotros; pero si Su voz no está presente, claramente erraremos al blanco.
“Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, Donde me tentaron vuestros padres; me probaron, y vieron mis obras cuarenta años”, Hebreos 3:7-9 RV60.
El pueblo de Dios fue claramente un ejemplo para nuestros días. Ver las obras de Dios y testificar de ellas nunca será la evidencia de tener un corazón sensible a la voz de Dios. Las experiencias que tengamos en Dios siempre serán buenas, pero estas experiencias nunca hablarán de nuestra vigencia en Él. Israel acumuló experiencia sin vigencia, por causa de tener un corazón endurecido ante la voz de Dios.
Todo lo que el Espíritu Santo proclama desde la eternidad es una conexión directa con la voz de Dios. Sin la voz de Dios no hay aprendizaje. Sin la voz de Dios no habrá verdadera adoración. Sin la voz de Dios erraremos al blanco. Nuestra inclinación y adoración siempre responderán a la voz que oímos.
“Vengan, adoremos e inclinémonos. Arrodillémonos delante del Señor, nuestro creador, porque él es nuestro Dios. Somos el pueblo que él vigila, el rebaño de su cuidado. ¡Si tan sólo escucharan hoy su voz! (Salmos 95:6-7 NTV).
Solo un verdadero adorador será capaz de reflejar Su justicia. Dios en Su voz refleja su justicia. Por lo tanto, portar la voz de Dios es volverse un contenedor y dispensador de su justicia. Nuestra función es que cuando nos vean a nosotros, vean al padre; es decir, vean justicia en amor y misericordia. Volvamos a anunciar lo que fue anunciado. Traigamos a memoria lo que el espíritu vino pronunciando en estos años.
Cuando nos toca vivir situaciones como las que vivimos ahora, nos damos cuenta de que todas las actividades creadas por el hombre quedaron arruinadas. Pero la vida de la iglesia sigue intacta, porque un organismo nunca se detiene. Las organizaciones en todo el mundo pueden detener su marcha temporalmente por causa de las amenazas y circunstancias efímeras. Ser Iglesia es nunca detenerse, es estar oyendo a Dios en tiempo real todos los días de nuestra existencia.
Ser iglesia es no vivir bajo amenazas sino, por el contrario, saber avanzar en tiempos hostiles, bajo la influencia de la voz de Dios.
Te recomendamos leer todas las partes de esta serie en la que el pastor Julián Ríos analiza en profundidad cómo Dios nos imparte conocimiento para vivir una vida en el Espíritu Santo: