Después de tres años de labor apostólica, Pablo dejó establecida en Éfeso una gran comunidad de discípulos, con un cuerpo de ancianos. De acuerdo a los principios establecidos por los apóstoles, la totalidad de los creyentes que viven en una ciudad conforman la única iglesia del lugar.
En los días del Nuevo Testamento, nunca coexistían dos o más iglesias en una misma ciudad. Pablo, estando preso en Roma, se enteró de que existía un peligro de división dentro de la Iglesia de Éfeso. Las viejas raíces étnicas querían rebrotar, creando una amenaza de división. Dicha comunidad estaba formada por miles de cristianos judíos y gentiles que provenían de culturas diferentes y tenían costumbres y tradiciones muy distintas.
La revelación sobre la unidad de la Iglesia es el fundamento establecido por los apóstoles y profetas para la Iglesia de todos los siglos. Cualquier división que se produzca dentro de ella, es absolutamente contraria a la voluntad de Dios.
Dios tiene un solo pueblo: la Iglesia. Pablo nos revela que la unidad fue lograda a través de la muerte de Cristo en la cruz, y utiliza siete figuras que expresarán la unidad de la Iglesia:
1) La Iglesia es un solo pueblo
Antiguamente, en el templo de Jerusalén había una pared que separaba el patio de los gentiles del patio de los judíos, que se hallaba contiguo al templo. En esa pared había una puerta sobre la cual rezaba la siguiente inscripción: “Cualquier gentil que traspase esta puerta, debe morir apedreado”. Pero Pablo tiene revelación y nos enseña que, cuando Jesús murió en la cruz, no solo el velo del templo fue roto (lo que implica que ahora tenemos libre acceso a Dios), sino que, espiritualmente, aquella pared que dividía a los judíos de los gentiles también fue destruida. Por eso dice: “… de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación”. Cristo, a través de su muerte, logró la paz y acabó con toda división. Ahora, la Iglesia es el pueblo de Dios, y ese pueblo es uno solo.
2) La Iglesia es un solo y nuevo hombre
Los rabinos fariseos, más allá de la ley, habían establecido cientos de ordenanzas y mandamientos que querían imponer sobre todos: costumbres religiosas, ritos y tradiciones que no podían controlar más que los actos externos de los seres humanos y que fomentaban la hipocresía y la rivalidad.
Cristo satisfizo las exigencias de la Ley al morir por nosotros, y puso fin a la vieja humanidad, caracterizada por enemistades y divisiones. En virtud de nuestra unión con Él, hemos muerto al pecado y a la Ley (Gálatas 2:19-20). En su resurrección, Jesucristo creó un nuevo hombre corporativo, una nueva humanidad: la Iglesia, en la que ya no hay gentiles ni judíos. Todos los que estamos en Cristo somos uno.
3) La Iglesia es un solo cuerpo
La obra de la cruz obró una doble reconciliación: con Dios y con los hombres. (Los dos maderos de la cruz podrían ilustrar esta doble reconciliación: vertical y horizontal). Cristo cargó en su cuerpo nuestras enemistades; crucificó a nuestro viejo hombre, egoísta y rebelde, y lo mató en la cruz. Nos reconcilió con Dios y con nuestros hermanos, y nos unió en un solo cuerpo. La Iglesia es un cuerpo, el cuerpo de Cristo.
4) La Iglesia es un solo sacerdocio
En tiempos del Antiguo Testamento, los únicos que podían entrar al templo eran los sacerdotes, los descendientes de Aarón. El templo se dividía en dos partes (separadas entre sí por un velo grueso): el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Los sacerdotes únicamente podían entrar al Lugar Santo para ministrar.
Al Lugar Santísimo entraba el Sumo Sacerdote una sola vez al año con la sangre de un animal sacrificado. De este modo, bajo el antiguo pacto, ninguna persona del pueblo podía entrar: ni los judíos (que eran los que estaban cerca) ni los gentiles (menos aun, ya que se los consideraba como los que estaban lejos). Pero ahora, a causa de la obra de Cristo, los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.
Ahora todos los miembros del pueblo de Dios somos sacerdotes y tenemos libre entrada al Padre, es decir, al Lugar Santísimo. Ya no hay castas especiales, no hay clero y laicos, ni judíos o gentiles. Todos los hijos de Dios somos sacerdotes, y tenemos el mismo acceso a la presencia de Dios. La Iglesia es un solo sacerdocio, y somos un pueblo de sacerdotes. (Apocalipsis 1:6; 1 Pedro 2:5 y 9).
5) La Iglesia es una sola nación
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos…” (v. 19a).
El apóstol apunta a terminar con cualquier diferencia entre gentiles y judíos. Los extranjeros que residen en un país generalmente se sienten habitantes de segunda categoría, tienen menos derechos y privilegios que los ciudadanos. Muchas veces los extranjeros son despreciados y discriminados. Pero, en la Iglesia, no hay ninguna diferencia: todo hijo de Dios, sin importar su raza o su origen étnico, tiene la misma ciudadanía. “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios…” (1 Pedro 2:9).
6) La Iglesia es una sola familia
“… y miembros de la familia de Dios” (v. 19b).
Como hemos visto, el propósito eterno de Dios se ha vuelto realidad en la Iglesia; y la Iglesia es una sola familia. Dios es nuestro Padre; Cristo, el primogénito; y todos los que hemos nacido de nuevo nos hemos convertido en hijos de Dios. Somos hermanos, pertenecemos a la misma familia. Si estamos en Cristo, somos de la misma familia. Hay un solo Padre, una sola familia, una sola hermandad, una sola Iglesia.
7) La Iglesia es un solo edificio-templo
En el desierto, Dios ordenó a Moisés construir un tabernáculo (una carpa especial) como santuario. Varios siglos después, Salomón construyó en Jerusalén un templo, que lo reemplazó. Este era el único templo de los judíos en todo el territorio de Israel, el único lugar donde los sacerdotes ofrecían sacrificios. Sin embargo, Pablo declara, en Hechos 17:24-25, que Dios no habita en templos hechos por manos humanas. Entonces, ¿qué significado o propósito tuvo el templo de Jerusalén? Fue solo figura del verdadero templo que Cristo levantaría a través de su muerte y resurrección.
Refiriéndose al templo de Jerusalén, Jesús dijo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré […] mas él hablaba del templo de su cuerpo” (Juan 2:19 y 21). La Biblia nunca llama iglesia a un edificio ni a un lugar de reuniones. Nosotros somos el verdadero templo de Dios, su casa, su morada. Y cada uno de nosotros somos una piedra viva de ese edificio (1 Pedro 2:5), y Cristo mismo es el fundamento que ha sido establecido por los apóstoles y profetas del primer siglo, la piedra angular de este edificio (1 Corintios 3.11). Ellos colocaron el fundamento inmutable de la Iglesia para todas las generaciones (Gálatas 1.8-9). La Iglesia es un solo templo, un edificio en construcción, que crece, con relaciones firmes y armoniosas entres los hermanos. Este templo es santo en el Señor, es para Él, y Él mora allí por el Espíritu Santo.