La fe es un tema inagotable. Cualquier cosa que aprendemos sobre el Reino y sobre Dios parece volver a recaer en lo mismo: la fe. Hoy quiero que meditemos juntos en la trascendencia de cultivar una vida de fe, y cómo esta puede impactar e influir en todas las áreas de nuestra vida.
Ahora bien, la fe es tener confianza en lo que esperamos, es tener certeza de lo que no vemos. Gracias a ella recibieron un testimonio favorable nuestros ancestros. (Hebreos 11:1)
Alguien que tiene garantía de lo que está esperando, que tiene certeza de lo que aún no ha visto ni recibido, es una persona con esperanza. Alguien con una vida de fe es una persona que camina con seguridad y con esperanza.
Para el cristiano, la fe tiene fundamento en el sacrificio de Cristo. Eso quiere decir que no resguardamos nuestra fe en una posibilidad futura, sino en un hecho pasado que adquirió la victoria que necesito hoy. No necesitaríamos fe si no tuviéramos que enfrentarnos a las pruebas y dificultades que este mundo nos trae. Necesitamos fe para creer y confiar, y así poder meternos en una dimensión espiritual que nos permite habitar en la tierra.
Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve. (Hebreos 11:3). Lo que podemos ver con nuestros ojos físicos provino del mundo espiritual, y específicamente de lo que Dios habló. Por eso, para la fe, la Palabra de Dios viene a ocupar un lugar central.
La Palabra tiene tanto poder para lo imposible, que puede crear todo de la nada. Es por eso, que si mi fe se alimenta de la Palabra, puedo tener la certeza de que aquello que aún no veo, puede hacerse realidad, porque para Dios no hay nada imposible.
Como cristianos, nuestra gran lucha es la permanencia en la fe. Si mi fe falla, mi vida en Cristo también lo hará. Para los hijos de Dios, las pruebas no nos deberían llevar hacia atrás, sino afirmarnos y acrecentar nuestra fe.
Gracias a ella recibieron un testimonio favorable nuestros ancestros. (Hebreos 11:2) Por la fe, estos hombres fueron hallados agradables delante de Dios. Considero extremo que Dios nos encuentre desagradables si no encuentra fe en nosotros, pero esto nos habla aún de su naturaleza. Él necesita hallar fe en nuestro corazón.
Así como pasó con los grandes hombres de fe de la antigüedad, Dios quiere aprobarnos a causa de la fe que encuentre en nosotros. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. (Hebreos 11:6)
Aunque casi todos crean en Dios, hay muy pocos que lo busquen, porque es realmente ahí donde encontramos la recompensa. La fe que la Palabra nos enseña nos empuja a buscar a Dios. En mi clamor, en mi ayuno, en mi perseverancia se va a ver mi fe. Porque la fe se materializa en acciones concretas.
Creer que Dios existe no es suficiente, porque la fe se evidencia en la búsqueda y tiene como resultado los grandes prodigios y milagros que Dios tiene para nuestras vidas. Por la fe, incluso Sara, a pesar de su avanzada edad y de que era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. (Hebreos 11:11-12)
Las promesas son la leña para el fuego de la fe. Cuando Dios nos da una promesa es porque quiere empezar a movilizar nuestra fe. Cuando hablamos de fe, las promesas tienen un lugar de centralidad, porque nos dan un motivo para creer y luchar.
Cuando tenemos una relación con Dios, Él nos da promesas para encarar desafíos y dificultades. Cuando tenemos un problema, también tenemos una promesa a disposición que nos impulsará a confiar (Salmo 119:140).
En Dios tenemos un Padre bueno, que siempre es fiel, y que cumple lo que promete. Aferrar nuestra vida a una promesa y verla cumplida, nos llevará hacia un nuevo nivel de fe superior.
Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. (Hebreos 11:39). La fe tiene una trascendencia que la promesa no tiene. La trascendencia de la fe reside en que ésta siempre traerá una ganancia que va más allá de una promesa cumplida.
En primer lugar, nos hace estar aprobados ante los ojos de Dios. Por otra parte, la fe nos habrá hecho acumular tesoros en los cielos (Mateo 6:19-21), y, como si eso fuera poco, nos permitirá forjar un legado más trascendente que cualquier milagro.
Todo lo que podamos recibir a nivel material o humano, llegará un día que desaparecerá. Pero la fe, que está alimentada por la palabra de Dios, trabajará en otros a través de nuestro legado.
Entonces, ¡alegrémonos! Por medio de un problema temporal, Dios estaba forjando un cimiento eterno, superior a lo visible. La trascendencia de la fe radica en que la esencia de la fe es la Palabra de Dios y pasará todo, menos ella (Mateo 24:35).
La fe jamás es una mala inversión. Confiemos en el Señor, sigamos buscando, porque fiel es el que hizo la promesa y lo que puede hacer es mucho más grande de lo que podemos ver.