Estoy convencida de que este es nuestro desafío como protagonistas en un tiempo de la historia en el cual convergen ideologías que levantan la bandera del empoderamiento y la liberación, dos palabras llenas de sentido que como mujeres necesitamos abrazar. Sin embargo, es preciso agudizar nuestro enfoque para enmarcarlas con inteligencia y propósito dándoles entidad desde el diseño de Dios para nosotras.
«Una sola letra, la “r” de la verdadera revolución, la del amor y la esperanza que solo Cristo puede darnos, es la que irrumpe y transforma un término, ‘feministas'»
Este nació como respuesta a una necesidad real de las mujeres, pero que se convirtió, desde mi punto de vista, en el ícono de una lucha que en muchos sentidos se da desde la bronca y el dolor. Cuando nos gestionamos desde ese lugar, y los corazones heridos siguen dando gritos desesperados de angustia y reaccionando a la violencia con más violencia, solo logramos aquietar esas emociones por corto tiempo, pero la procesión va por dentro.
El enojo, la incredulidad, la falta de respuestas para muchos de los temas que hoy nos atraviesan como mujeres, alimenta la necesidad de rebelarse contra un sistema que no tiene propuestas potenciadoras para dar solución concreta a los temas que nos aquejan en el universo femenino. Cuando observamos esa rebelión, que en general se da desde un lugar de venganza, bronca, rencor y, muchas veces, denigración a los que piensan diferente, tampoco nos representa.
Una nueva revolución se está gestando
Es una revolución que nace desde el amor y la vida. FEministras son aquellas mujeres que ministran fe. Que imparten la vida de Cristo. Que luchan por sus valores, por la igualdad de la que tanto habla la Biblia pero sin desestimar los roles, el llamado y la misión para la cual fueron creadas.
Una revolución de mujeres que se resisten al legalismo que intenta estrecharlas, mantenerlas estancadas e insatisfechas apagando el llamado y el propósito para el cual fueron diseñadas. Mujeres que levantan su voz pero a su vez dan respuesta con sus acciones para escribir la historia y ser gestoras de los cambios que quieren ver plasmados. Aquellas que se activan para batallar en una lucha que sí las representa, que no es contra otras sino junto a otras y para bendecir. Esas que se apropian de una concepción “cristocéntrica” al definir su verdadero valor y roles.
«Cuando vamos a los evangelios podemos observar a Jesús: en todo lugar se ocupó de dignificar, levantar, escuchar, considerar, afirmar a cada mujer con la que se cruzó en el camino»
Mujeres doblegadas, sometidas, marginadas, acalladas, despreciadas, la mayoría desbordadas por el dolor, la culpa, la vergüenza y el temor. Pero al encontrarse con el Señor, fueron ministradas en su interior y, a partir de esa sanidad integral, eligieron ser parte de una revolución de amor.
Muchas, como María Magdalena, eran señaladas por el dedo acusador del entorno, otras habían sido excluidas de la vida pública y relegadas al olvido, como la mujer con flujo de sangre (Marcos 5) y la mujer encorvada (Lucas 13). Todas ellas estuvieron dispuestas a transgredir normas culturales y religiosas con tal de ir en pos de Jesús. Otras tantas fueron parte del equipo que lo acompañaba de ciudad en ciudad y contribuían con sus propios recursos financieros para sostener el ministerio (Lucas 8:1-3).
«También nosotras, desde este lado de la historia, somos llamadas a levantarnos en fe y acción»
No nos permitamos caer en reduccionismos ideológicos, pero tampoco en la trampa mortal del enemigo de nuestra alma, que intenta, por todos los medios posibles, que retengamos y aun enterremos el potencial, los dones, los talentos y tesoros que Dios puso en cada una para manifestar su gloria y llevar su Palabra.
«El mensaje del Evangelio no es una ideología. No consiste en palabras sino en poder»
El dunamis de Dios opera a través de nosotras para transformar los ambientes, para activar cambios, para ubicarnos sin temor en ese lugar de protagonismo que Él siempre nos dio.
Es tiempo de vernos como Dios nos ve y elegir cada día intencionalmente ser ministras de fe. FEministras que trascienden, que impulsan, que animan, que activan a otros, que potencian, que dejan huella y provocan un impacto que trae cambios positivos en cada lugar donde se mueven.