Estamos viviendo el tiempo más oscuro y perverso de la humanidad. Cada día estamos viendo una mayor depravación de los valores que han sostenido las civilizaciones por miles de años.
Transitamos la era de la posverdad, donde cada uno define la suya. Esto no es nada nuevo para la Palabra de Dios; miles de años atrás ya estaba escrito que sucedería tal cual lo estamos viviendo hoy.
Y gran parte de todas las depravaciones y pecados que estamos viendo están relacionadas con el sexo. El sexo es el dios que quiere apoderarse de esta generación. Simplemente, veamos un ejemplo de las leyes que se aprobaron en tantos países en favor del aborto, el cambio de sexo, la libertad de expresión, al punto de permitir incluso que niños sean intervenidos quirúrgicamente para el cambio de genitalidad.
Las series, las películas, las redes sociales y tanto más, todas estas cosas tienen que ver con el sexo. ¿Por qué el deseo sexual está provocando semejantes sucesos alrededor del mundo? Por una simple y sencilla razón: el deseo sexual satisface nuestro orgullo como ningún otro.
Pablo fue muy claro en la carta de los Romanos, cuando establecía las bases del pecado sexual.
Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.
Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.
En el momento que dejamos de reconocer a Dios en nuestras vidas, cesamos de darle gloria por lo pequeños que somos y lo grande que es Él, y es ahí que nos empezamos a mirar a nosotros mismos y nos encendemos en toda clase de perversidades.
El pecado sexual —y en realidad, todo pecado— no es más que simplemente dejar de mirar y contemplar a Dios. El orgullo es la base del pecado sexual. Como dijo Jon Bloom: “El orgullo es un agujero negro de egoísmo consumidor en el centro de la naturaleza humana caída. La naturaleza del orgullo es consumir, traer al yo. Ve a otras personas, a toda la creación y a Dios mismo como cosas para usar al servicio de los deseos del yo”.
Seba Franz
- Cuanto más llenemos nuestro orgullo pensando en nosotros, priorizando nuestros deseos, colmando nuestra mente con distracciones y placeres que levanten nuestra autoestima, más estaremos alimentando nuestro apetito sexual y menos contemplaremos a Dios.
El pecado sexual siempre busca satisfacer mis deseos, mis gustos y mis necesidades. Pero todo esto es encendido en nuestros corazones cuando dejamos de contemplar a Dios como nuestra mayor fuente de placer. La solución al pecado sexual, como bien sabemos, es huir; no lo podemos enfrentar y tratar de luchar. Pero creo que al mismo tiempo es clave saber hacia dónde huir, y para esto tenemos que vivir un estilo de vida de contemplación de la hermosura de Dios. Porque esto nos lleva a una vida de humildad, la cual nos ayuda a vencer las tentaciones y huir de ellas.
Por eso, muchas veces podemos estar meses y años luchando con este pecado; siempre habrá orgullo en nuestro corazón que necesitaremos matar. Podemos conocer a Dios, pero no glorificarlo como a Dios. Esto fue lo que Pablo mencionó en su carta.
Entonces, ¿Qué es lo que debemos hacer? Esto no es un tip de “haz esto y esto, y nunca más caerás”. Más bien se trata de empezar una nueva forma de vivir más saludable, donde con el pasar del tiempo vayamos viendo los cambios y avances. Y algo que nos puede ayudar a empezar este estilo de vida es recordar esto: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Cada día debemos recordarnos que no somos nuestros propios dueños, que nuestro cuerpo no nos pertenece; nuestras familias, nuestros trabajos, nuestras casas, nuestros autos y todo lo que tenemos pertenece a Dios. Ya no somos nosotros los que debemos luchar en nuestras fuerzas, sino que es Cristo en nosotros, en la medida que morimos a nuestro yo, todos los días de nuestras vidas.
La próxima vez que tu cuerpo quiera satisfacer su orgullo con el deseo sexual, recuérdate “Ya no soy yo, sino Cristo en mí”. Y busca satisfacer el corazón de Dios. Contémplalo a Él, disfruta de Él, y su gloria te transformará.