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LA PROSPERIDAD SEGÚN EL EVANGELIO

En una época que confunde la bendición espiritual en Cristo con bienes materiales, el apóstol Juan nos devuelve a lo esencial: la verdadera prosperidad comienza en lo invisible.

¿Qué significa que tu alma prospere, y por qué eso puede cambiarlo todo?
«Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.»3 Juan 2.

Este versículo ha sido citado muchas veces, y no siempre con el sentido correcto.

Por eso, vale la pena detenernos y entender qué quiso decir realmente el apóstol Juan. No era una promesa, era un deseo pastoral.

Juan no estaba haciendo una declaración profética o garantizando riquezas. Estaba expresando un deseo sincero hacia su hermano Gayo, un fiel colaborador: que su vida física y cotidiana fuera tan saludable como su vida interior.

Pero, ¿qué significa eso realmente? ¿Qué implica que el alma prospere, y cómo se ve en lo cotidiano?

Prosperar no es tener más, es caminar bien.

La palabra griega original para “prosperado” es (euodousthai), y no habla de riquezas ni de comodidad. Significa: “tener una buena y segura jornada en el transcurso de la vida”.

En otras palabras: una vida con dirección y estabilidad, aún en medio de las pruebas. Una jornada con propósito, no una cuenta bancaria llena o estar exentos de las enfermedades. Dios no nos promete un camino sin piedras, pero sí una jornada con destino eterno si el alma permanece en la cruz.

El alma: es la tierra por conquistar

El alma (psique) es el centro de nuestra personalidad, donde habitan los pensamientos, deseos, emociones y voluntad.

También es donde se libran las batallas espirituales más profundas: entre lo que somos llamados a ser en Cristo y lo que la carne (sarx) nos impulsa a buscar.

Un alma no rendida puede parecer funcional, incluso exitosa, pero carece de raíz.

La verdadera transformación comienza cuando el alma es crucificada con Cristo y vuelve a enfocarse hacia lo eterno.

Prosperar no es tener, es dar fruto

Jesús nunca midió la bendición por las posesiones. De hecho, advirtió que la vida no consiste en los bienes que uno posee (Lucas 12:15).

El Salmo 1 nos lo recuerda: «Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas… y todo lo que hace, prosperará.»

Pero esa prosperidad es fruto de un alma dirigida por el Espíritu Santo, la cual se deleita en su Palabra y no en su propia opinión.

La prosperidad del alma se manifiesta en frutos invisibles pero evidentes: amor real, gozo estable, dominio propio, discernimiento, mansedumbre, obediencia.

El alma próspera no necesita demostrar, solo reflejar

Cuando el alma está en orden, no necesita validación. Ya no corre tras el éxito social, sino tras Cristo.

Ya no depende de resultados visibles, sino de una comunión profunda.

Y ese tipo de vida deja huella: no por su ruido, sino por su consistencia, por la paz que la gobierna y la verdad que la cautiva.

Conclusión: una vida que camina con sentido

Para cerrar toda esta idea, no puedo dejar de pensar en lo que dijo el profeta Isaías, describiendo la cruz y resurrección del Mesías, dejando bien en claro que el único sentido y propósito por el cual vendría a esta tierra sería cumplir con la voluntad de su Padre, la cual le daría el éxito ante los ojos del cielo.

Isaías 53:10: “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada”.

Cuando el alma se despierta de su letargo, el Espíritu le notifica la realidad en la que se encuentra: completamente satisfecha en Cristo.

En ese momento, los estándares humanos dejan de tener valor, y solo hay un tesoro que capta toda la atención.

Recuerda esto: Nada hará más próspero tu andar que hacer Su voluntad.

Giselle Cabrera
Giselle Cabrera
Giselle Cabrera es Bachiller en Teología de la UAD, se desempeña como profesora de Institutos bíblicos externos.

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