La oración me permite comprender y entender a Dios y a Su glorioso Evangelio.
Todo lo que entiendo, es lo que puedo disfrutar. Si el Evangelio no puedo disfrutarlo, es porque todavía no lo entendí.
Entendemos aquello a lo cual nos dedicamos invirtiendo tiempo.
¿Cuánto tiempo se lleva Dios en mi vida? Cuando podamos entregar nuestra vida a Él, es ahí que comenzamos a experimentar el poder de la oración. Y es la oración la que nos lleva a comprender el evangelio para una genuina experiencia y disfrute.
Dios no quiere parte de nuestro tiempo, sino que demanda nuestra vida, partiendo de la base que nuestra vida le pertenece a Él.
Julián Ríos
Cuando decidimos que él sea el dueño de todo nuestro tiempo, estamos de alguna manera, devolviéndole la vida que Él un día nos confió, y por consiguiente, una vida que nosotros le usurpamos. Pablo es específico con esto, diciendo que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y que nosotros ya no somos nuestros propios dueños (1º Corintios 6:19).
Ahora bien, esa experiencia interna y ese disfrute, inmediatamente se vuelven una expresión externa.
A esto diremos: Puedo expresar el Evangelio si lo experimento y disfruto en mi interior; y puedo experimentarlo sólo a través de una vida de oración.
Nuestra vida en Cristo comienza en la Cruz. Cuando nacemos de nuevo, nos sumergimos en una vida de oración. Es allí que comenzamos a disfrutar y a experimentar el evangelio, porque sencillamente lo entendemos y asimilamos.
«La vida de oración vuelve practicable y vivencial todas las palabras que salen de la boca de Dios».
Julián Ríos
Decimos entonces, que para ser un hacedor de Su Palabra, es necesario no solo tenerlas anotadas en un cuaderno de apuntes, sino llevarlas a la oración.
La inmunidad de nuestra vida depende de cuánto de lo que Él nos habló, hoy lo estamos poniendo por obra. Ustedes recordarán la parábola de las dos casas:
«Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca».
La gente siempre pregunta ¿cómo hago para poner en práctica esta palabra? La respuesta está en la oración. Sencillamente porque la oración arroja una real comprensión de lo que hemos oído, arrojándonos un profundo entendimiento; y es allí —en el entendimiento— que podré ejecutar Su Voluntad.
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos (entender) lo que Dios nos ha concedido.
La oración en el espíritu, es la base del entendimiento; y el entendimiento es el punto de partida para la fiel ejecución de aquello que se nos ha encomendado.
Oramos para no perder ALTURA
Muchos de nosotros hemos tenido que vivir situaciones inesperadas o quizás hoy nos toca vivir bajo condiciones que jamás hemos pensado vivir. Tal vez lo que habíamos imaginado vivir, no se parece mucho a lo que hoy vivimos. Sin embargo, nuestro buen Padre Celestial, nos conduce a vivir una vida exacta según lo que Él se había propuesto en su corazón (Efesios 1:9).
«Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos».
Sin dudas, los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros, y al decir esto, muchas veces caemos en un tipo de conclusión “gloriosa”, creyendo que ese “pensamiento más alto” tiene que ver con un tipo de pensamiento mucho mejor que el nuestro —desde la perspectiva humana, terrenal y animal—. Pero no; los pensamientos altos son transversales a los pensamientos bajos. Un pensamiento alto brota de la visión celestial. Es la visión celestial la que da a luz los pensamientos altos y estos cortan y frustran nuestros pensamientos bajos y terrenales. Podemos decir que la frustración, es una de las primeras evidencias del rompimientos de nuestros pensamientos terrenales.
La oración nos permite vivir frustraciones, las cuales, fueron causadas por nuestros propios pensamientos, y estos, provocados por nuestra baja visión —visión terrenal—. La oración en el espíritu nos permite vivir una genuina vida espiritual, la cual está atiborrada de pensamientos ALTOS; una vida saturada de los pensamientos eternos y divinos, los cuales nos hacen ser una expresión fiel de lo que Dios desea ver en la tierra. Recordemos que el hombre es tal como es su pensamiento.
Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él…
En otras palabras, la oración me permite ser aquí en la tierra, según lo que el cielo propone. La propuesta del Cielo se hace visible a través de una generación empapada de los pensamientos Altos, Divinos y Eternos.
Pensar lo que Dios piensa, no es una cuestión de actitud mental. Por el contrario, requiere de un cambio de visión. Mirar lo eterno y celestial, es comenzar a tener acceso a un fluir de pensamientos ajenos a nuestra naturaleza adámica. Por esta razón, los pensamientos altos, suelen llamarse “locura” para muchos.
¡Vaya locura a la que nos hemos sumergido! Mantener un estado de locura es una cosa “solo de locos”.
Podemos decir, que oramos para mantener ese “estado de locura”. El loco, siempre será loco para el ‘no salvado’. Loco es aquel que camina transversalmente al estatus quo, a lo normal y a lo aceptable de este mundo.
- El pensamiento alto, es transversal al pensamiento bajo.
- El pensamiento alto, nace de la visión Celestial.
- El pensamiento bajo, es terrenal, animal y diabólico.
«¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Que lo demuestre con su buena conducta, mediante obras hechas con la humildad que le da su sabiduría. Pero, si ustedes tienen envidias amargas y rivalidades en el corazón, dejen de presumir y de faltar a la verdad. Esa no es la sabiduría que desciende del cielo, sino que es terrenal, puramente humana y diabólica. Porque donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas. En cambio, la sabiduría que desciende del cielo es ante todo pura, y además pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera. En fin, el fruto de la justicia se siembra en paz para los que hacen la paz».
Pensamos y profesamos el Evangelio conforme la sabiduría que hemos adquirido. Por lo tanto, es la conducta la que deja evidencias claras de la sabiduría que nos gobierna.
La sabiduría, los pensamientos y las acciones, están hermanadas y entrelazadas. Por este motivo, se nos insta a ser renovados en el espíritu de nuestra mente por la palabra de verdad, para que la sabiduría celestial sea nuestra agua bautismal, y hagamos de ella nuestro hábitat.
Oramos para no perder altura y para garantizar que la sabiduría que utilizamos para movernos en este mundo, sea la sabiduría que desciende del Cielo. Es imposible querer vivir el cielo en la tierra, cuando la sabiduría que administramos no proviene del lugar que deseamos representar.
¿Quieres asegurar fidelidad en la expresión y representatividad? Persiste en la oración fervorosa del espíritu… lo demás será fruto de esa oración.
Finalizamos esta serie diciendo: La oración es la constante ministración de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios. Es la comunión perfecta y eterna. También es el momento en donde nuestro espíritu captura y absorbe aquello que el Espíritu Santo le habla al Padre mediante gemidos indecibles. Orar en el espíritu es el disfrute eterno de la comunión que el Padre tiene con Su Hijo y Su Santo Espíritu.
Una de las maneras en la que el Espíritu Santo nos ayuda es ¡recordándonos!
Cuando oramos, no lo hacemos para recordarle a Dios lo que “debe” hacer o darnos. La oración no es una herramienta que utilizamos cuando vemos que “Dios se está olvidando de algo”. De hecho la oración no es una herramienta —como lo hablamos días atrás—.
Oramos para que el Espíritu Santo nos recuerde a nosotros Sus palabras. Oramos para no quedar amnésicos, para no dejar de hacer memoria.
La oración en el Espíritu Santo es una oración memoriosa; una oración que vivifica nuestro espíritu mediante Sus palabras que vuelven a resonar en nuestro interior.
Cuando oramos, la Cruz sigue siendo el centro de nuestras vidas y el Señor Jesucristo nuestro origen y destino.