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La mentira del secreto y la verdad del Evangelio

Hay un gran peso emocional y espiritual en los secretos, especialmente aquellos relacionados con conductas, relaciones o decisiones que escondemos porque sabemos que no están bien y que Dios puede trabajar en nosotros en luz y acompañados.

Los secretos nunca son un refugio; siempre desgastan.

Muchos en la adolescencia hemos transitado un noviazgo oculto o decisiones que sabemos que no son correctas en secreto, mostrando aquella tendencia humana a esconder lo que hacemos, lo que revela culpa, vergüenza y una visión distorsionada del carácter de Dios.

“No podemos contarle a nadie.”

Esas palabras aún generan una leve reacción en mi cuerpo unos 25 años después de decirlas por primera vez.

Era un verano de adolescentes, cuando algunas relaciones entre amigos se apagaban mientras otras florecían a ser algo más. De pronto, había caído en el patrón marcado por este mundo de que los jóvenes pueden tener noviazgos sin consecuencias.

Cuando nos damos cuenta de que estamos justificando ciertas conductas o relaciones por refranes que frecuentan canciones románticas, seguramente estamos lejos de la forma que Dios quiere que vivamos. Ya sea un noviazgo clandestino o conversaciones que desaparecen, chismes o el impulso de esconder lo que estamos haciendo, todo esto es una señal clara de que algo no anda bien.

Me recuerda al primer error del primer Adán, en donde el impulso de esconder llegaba como un consuelo fantasma ante la culpa y vergüenza que acompañan el pecado. Lo interesante de esta tendencia, desde la óptica de la psicología, es que la conducta de esconder algo profundiza la culpa y la soledad que define la vergüenza.

Desde una perspectiva bíblica, la tendencia de esconder algo que hemos hecho (o que seguimos haciendo) es una declaración de condenación, ya que el arrepentimiento implica una acción de exponer y confesar.

El hombre busca esconder porque cree algo erróneo sobre Dios y su carácter. Indudablemente, nuestra tendencia de mantener secretos indica que no hemos creído el Evangelio que encuentra cada pecado con gracia sublime.

Miles de años después de la inauguración del primer escondite, seguimos los pasos solitarios de Adán. Escondemos porque le creemos al enemigo por encima de lo que Dios ha dicho. Escondemos porque asumimos que nuestros sentimientos son más poderosos que el arquitecto del universo. Escondemos porque no entendemos quién es Dios.

Cuando sentimos el impulso de ocultarnos, podemos estar conscientes de que nuestra carne clama por seguridad, y no queremos enfrentar las consecuencias de lo que hemos hecho.

Evitamos pagar ciertos impuestos, fingimos no recordar ciertas conversaciones y nos declaramos inocentes en una corte donde el veredicto ya fue determinado. La verdad es que tus acciones ya te declaran culpable.

Sin embargo, la razón por la cual puedes salir a la luz, lejos de la oscuridad que te mantiene como prisionero, es porque el juez perfecto decidió pagar la cuenta por ti.

Cuando escondemos, anunciamos que no creemos que la gracia de Jesús es suficiente para salvarnos ni sostenernos. Cuando vivimos bajo las mentiras que hemos construido, estamos creyendo que Dios no es de temer y mucho menos de fiar.

Tu vida cuenta una historia sobre lo que creés acerca de Dios. Cuando escondés, la narrativa intenta poner a Dios como enemigo y a vos como víctima. No podemos esconder lo que hacemos y creerle a Dios al mismo tiempo. Él es un Dios de verdad y de luz, y la luz no comparte espacio con la oscuridad. Podés caminar en libertad porque Aquel que te busca pagó el precio por aquello que intentás ocultar.

¿Cómo nos desligamos de los secretos?

Si bien no estamos obligados a informar a todos lo que nos pasa, siempre es bueno que contemos con el cuerpo de Cristo, como dice en Proverbios: “Sin dirección, la nación fracasa; la victoria se alcanza con muchos consejeros.”

Esto demuestra la importancia de poder soltar aquello oculto y escondido a quienes pueden darnos una dirección clara, apuntando a Cristo. Es por eso que debemos entender cómo opera la vida de Cristo, quien llenó de Luz nuestra vida cautiva para darnos libertad.

Muchas veces preferimos llevar aquellas cargas, secretos, conductas e intenciones en silencio y de manera solitaria, pero en las Escrituras encontramos una clave para la vida cristiana en Gálatas 6:2: “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas y así cumplirán la ley de Cristo.”

Atrévete a contar con los demás, ya sea un pastor, líder, profesional o alguien que esté acompañándote en tu camino espiritual. Exponer a la luz aquello oculto con quienes forman el cuerpo de Cristo abre una puerta para que la Verdad trabaje sobre ello de forma correcta.

Si hoy estás escondiendo algún pecado, relaciones en secreto, decisiones o interacciones, evaluá lo que realmente creés sobre Dios. Él sigue estando presente, sin aprobar tus mentiras, pero inamovible en su ofrecimiento de darte libertad.

Él te busca mientras vos fingís estar a salvo detrás de fachadas inútiles y tus intentos de protegerte. Salir de tu escondite implica un riesgo, porque estarás exponiendo lo que intentaste mantener bajo llave. Ahí donde creés estar escondido con todo lo que has hecho; Dios te ve. No podés engañar al Dios que todo lo ve.

Y su llamado al arrepentimiento es la expresión de gracia que necesitás para caminar en la libertad que tu alma tanto anhela.

David McCormick
David McCormickhttps://ach.gt/
Es el director ejecutivo de la Alianza Cristiana para los Huérfanos y padre de cuatro hijos. Es psicólogo y se ha especializado en el apego, estilos de crianza, trauma y liderazgo parental. David ha dedicado su vida a la niñez y adolescencia en estado de vulnerabilidad, trabajando para que cada uno de ellos pueda contar con una familia permanente y amorosa.

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