Génesis 1:26-27 dice que Dios creó al hombre a imagen de Dios (imago dei). ¿Cómo afecta esta realidad a nuestra idea de las otras personas? Es decir, ¿cómo afecta el hecho de que hayamos sido creados a imagen de Dios en nuestras relaciones con el prójimo? Para responder a estas preguntas necesitamos primero saber qué significa ser creado a imagen de Dios.
Desde la Iglesia antigua hasta la medieval predominó el concepto de la imagen ontológica de Dios, una perspectiva que continúa vigente en la actualidad en algunos sectores del cristianismo. Este concepto significa que, a diferencia de otras criaturas, el hombre tiene en común con Dios algunas facultades y parte de la esencia. Esta idea surge por la influencia del pensamiento filosófico griego. Según las especulaciones platonistas, el yo superior o el verdadero yo es el espíritu/alma o la mente, que pertenece al mundo divino. Agustín creía que el alma refleja la naturaleza trinitaria de Dios porque en ella residen la memoria, el intelecto y la voluntad.
Ahora bien, esta perspectiva, que tiene su origen más en las filosofías que en la exégesis del Génesis y de otras Escrituras, presentó problemas imprevistos como el individualismo y la explotación del medio ambiente (Colin Gunton). Las consecuencias de estos problemas son las de ver al ser humano como autónomo, soberano e independiente. En este sentido, la perspectiva platonista y la materialista moderna, aunque son proposiciones opuestas, comparten la misma característica: un yo autónomo y soberano. Por lo tanto, “si nuestra superioridad está determinada por nuestra mente, dominamos el mundo material mediante la razón calculadora; si por nuestra voluntad, podemos doblegar la creación a nuestros decretos y aprovechar sus energías, sin importar el costo ecológico” (Horton).
«Sin embargo, el hombre no fue creado para ser una entidad autónoma, independiente y solitaria»
La conciencia del hombre de sí mismo siempre incluyó ser consciente de la propia relación con Dios, con los demás portadores de la imagen de Dios y con el entorno creado más amplio. Esto se debe a que el hombre fue creado como una entidad pactual, relacional y moral (Horton). La conocida afirmación de Alfred N. Whitehead, «la religión es lo que el individuo hace con su propia soledad», es muy ajena al concepto bíblico de la imagen de Dios.
Precisamente a este patrón pactual, relacional y moral se refiere la imagen de Dios. El mandato pactual de amar a Dios y a los portadores de la imagen de Dios, y de guardar la creación no humana bajo este reino de Dios, está escrito de forma indeleble en la conciencia humana. De allí, como Van Til observa, “el primer sentido de autoconciencia del hombre implicaba la conciencia de la presencia de Dios como aquel para quien tenía una gran tarea que cumplir”. La caída no destruyó estas características de la identidad, aunque las distorsionó gravemente. Por tanto, todos los seres humanos son criaturas pactuales y portadoras de la imagen de Dios. Volviendo a la pregunta inicial, ¿qué implicaciones tiene esta realidad para los cristianos en su relación con el prójimo?
¿Cómo afecta a nuestra manera de vivir junto al prójimo esta realidad de que los seres humanos somos los que reflejamos la imagen de Dios?
En este marco de pacto, las responsabilidades anteceden a los derechos. Lo más básico es la demanda de Dios sobre nosotros y no nuestros derechos con respecto a los demás. Por lo tanto, no se trata primeramente de que mi prójimo tenga un derecho natural a no ser molestado —por supuesto que lo tiene— sino que tengo la responsabilidad de hacer todo lo que está a mi alcance para amar y servir a los portadores de la imagen de Dios.
Y en este sentido, es la relación de Cristo con el Padre el modelo ejemplar. En este mundo, Jesucristo nos muestra cómo es el Padre. Jesús es la verdadera imagen de Dios. «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn. 14:9). La imagen de Dios que Cristo nos mostró es humildad en obediencia (Fil. 2:6-8). El objetivo de Pablo en Romanos es que seamos como Cristo (Ro. 8:29). Cristo renunció a su voluntad para hacer la voluntad del Padre. Debemos recordar que esto no fue automático, sino que requirió una decisión difícil y determinante. Jesús también dijo que así será para sus seguidores: seguir confiando en Dios en la obediencia aun cuando Él no parezca ser digno de confianza. El amor a Dios y el deseo de hacer lo que Él nos llama a hacer están conectados; «si me amáis, guardad mis mandamientos» (Jn. 14:15). Así, estamos llamados a seguir el ejemplo de Cristo, mostrando al mundo cómo es Él.
En conclusión, La imagen de Dios no se trata principalmente de lo que somos en esencia sino en cómo respondemos éticamente. La Biblia hace una aplicación práctica de la imagen de Dios: luego del Diluvio, el Señor le dice a Noé lo mismo que le dijo a Adán: «tú mandas, gobierna sobre la Creación, todo lo que hay ahí fuera lo puedes comer; pero no pongas tus manos sobre el hombre porque es imagen de Dios» (Gn. 9:6). No menciona que Noé sea la imagen de Dios, sino que los demás lo sean; no se trata de mi identidad, sino de la de los demás. Lo mismo vemos en Santiago cuando dice lo incongruente que es alabar a Dios y maldecir al hombre que está hecho a imagen de Dios (Stg. 3:9).
La imagen de Dios no es para que nosotros estemos orgullosos de nosotros mismos sino para servir a otros en amor y humildad. De esta manera, nosotros los cristianos reflejamos la imagen y la gloria de Dios.
Sobre el autor:
El Dr. Pablo (Ho Cheol) Ra, está casado y tiene tres hijas y un hijo. Es médico recibido en la UBA. Realizó sus estudios universitarios mientras evangelizaba en la villa 11-14. Por su llamado pastoral y misionero emigró a EE. UU. para estudiar una Maestría en Divinidad en el Westminster Theological Seminary, en Philadelphia y luego, una Maestría Teológica en Dallas Theological Seminary. Al culminar volvió al país donde pastoreo la iglesia Chung-Ang (actual Betel) por 20 años. Desde hace unos años, junto al Dr. Pablo Polischuk, el pastor Mario Bloise y la Red de Sembradores fundaron la Facultad de Teología Integral donde es decano y profesor de Teología Sistemática.