Hasta no hace mucho en la Iglesia poco se cuestionaba el hecho de que el valor de la mujer estaba íntimamente ligado a su capacidad de ser madre. Por consecuencia, se entendía que cualquiera que quiera ser “mujer” de verdad debería pasar por la maternidad.
Pero, ¿y el resto? ¿Las solteras? ¿Las que no podían concebir? ¿Qué perspectiva o esperanza se les daba a aquellas mujeres frente a semejante demanda no siempre explícita?
Probablemente, debido a situaciones como éstas, y otras tantas, algunas mujeres han comenzado a esbozar la idea de que hay “poca deconstrucción “en la Iglesia. Esta es una frase cada vez más popular, entendiendo por esto que hay que repensarse, rearmarse y cambiar de paradigmas obsoletos.
«Es cierto que hay muchas realidades por revisar(nos) como Iglesia, por mejorar, por estar más cercanos a la palabra de Dios en cuestiones de igualdad, pero, por otro lado, me cuestiono por qué la Iglesia debería ‘deconstruirse'».
Paula Sennewald, coordinadora general de Abrazo del Cielo
Ya de por sí la palabra deconstrucción está asociada a la última ola feminista, de corte marxista (por asociación atea) que entiende que el patriarcado nos oprime, y que como mujeres tenemos que liberarnos de los mandatos socialmente impuestos para poder empoderarnos de nuestra verdadera identidad.
¿Es para la Iglesia?
Creo que pretender que la Iglesia se deconstruya empieza y termina siendo una contradicción en sí misma. Si analizamos la palabra deconstrucción, podríamos decir que se unen dos vocablos: destrucción y construcción. Curiosamente implicaría que a medida que nos vamos destruyendo, tenemos que construirnos.
Se puede tirar abajo una parte de una pared y luego reconstruirla o afirmarla, pero para reconstruir esa pared que se considera endeble –entiéndase ideas que han quedado en el pasado– lo que propone el feminismo en ese deconstruir es dinamitar las bases.
Lo que hasta ahora se observa en la famosa deconstrucción son tres pilares antagónicos a la cultura del Reino: DESTRUCCIÓN vs REGENERACIÓN; REVOLUCIÓN vs SANTIFICACIÓN y finalmente DIVISIÓN vs UNIDAD.
Regeneración
La primera de las bases a considerar es la REGENERACIÓN: el milagro del nuevo nacimiento a través del cual somos transformados en una nueva creación. El que está en Cristo es una nueva criatura (2 Co 5:17). Cuando Dios entra en una vida, Él no reconstruye, no mejora, no emparcha: Él nos regenera. Y si aun con el Señor en el corazón algún esposo se cree superior a su esposa debería arrepentirse y comenzar a usar su autoridad para servir en humildad, tal y como Cristo lo hizo. Ejemplo nos ha dado.
Santificación
Seguimos construyendo la Iglesia también a partir de la SANTIFICACIÓN y la obediencia a los mandamientos. Si habláramos en términos de “revolución”, ¿contra quién sería nuestra lucha? Las revoluciones no se han caracterizado por ser necesariamente pacíficas. El sistema contra el cual dicen luchar ya ha sido vencido, y no con armas humanas.
Si amamos a Jesús, vamos a obedecer sus mandamientos. Hay cosas que culturalmente nos atraviesan, seguro, pero la cultura más importante es la del Reino de los Cielos. Y sin santidad nadie verá a Dios. Nuestras convicciones no pueden cambiar porque cambie la cultura: como hijos e hijas de Dios somos llamados a transformar la cultura, no a dejarnos deformar por ella.
Unidad
Jesús también intercedió para que seamos uno. Otro pilar del Reino es la UNIDAD. Y me animo a decir que este principio debe comenzar por casa: entendiendo que el matrimonio no es una puja de poder, sino una unión de poderes. Una unidad INDIVISIBLE. Los DOS son una sola carne, una UNIDUALIDAD, como he escuchado y me gusta repetir.
«¿Podríamos seguir pidiendo más deconstrucción en la Iglesia de Cristo? Yo me animo a decir que necesitamos más Evangelio, más compromiso, más humildad, más Espíritu Santo».
Paula Sennewald, coordinadora general de Abrazo del Cielo
¿Por qué la Iglesia tiene que adoptar sin ningún tipo de filtro la filosofía de este tiempo, sin ninguna crítica, siendo que los valores del Evangelio de Jesucristo no cambian?
Como hijas de Dios tenemos un rol extremadamente importante que cumplir: no valemos más o menos por estar casadas o no, por tener hijos o no, por tener una profesión o negocio o no. Tenemos valor intrínseco porque Cristo nos hizo plenas, dignas y empoderadas con Su Espíritu Santo.
El resto del discurso, aunque atrayente, es marxismo cultural maquillado con algún versículo, para que sea más digerible. Pero no te dejes engañar, hermana, las hijas de Dios portamos valores del Reino, uno que es inconmovible y que no será destronado ni destruido (ni deconstruido) por nada ni nadie, jamás.