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¿La Iglesia espera aplausos?

En un mundo lleno de ruido y opiniones contradictorias, es fácil caer en la trampa de buscar la validación del entorno. Sin embargo, como Iglesia, debemos recordar que nuestra misión no es agradar al mundo ni recibir aplausos por nuestras creencias y acciones. La Escritura nos enseña que, por causa de nuestra fe, seremos aborrecidos. En Juan 15:18, Jesús nos advierte: «Si el mundo los odia, recuerden que a mí me ha odiado antes que a ustedes».

Demasiadas veces, la Iglesia se ha encontrado en el dilema de querer ser aceptada. Este deseo de agradar o de ser reconocida por la sociedad a menudo nos aleja de nuestro verdadero propósito. Si esperamos que todos estén de acuerdo con nuestras convicciones o que nos aplaudan por nuestras acciones, estamos en un camino equivocado. La búsqueda de aceptación puede llevar a comprometer nuestra fe y diluir el mensaje que hemos sido llamados a compartir.

La tentación de agradar a todos

Es natural querer agradar a las personas que nos rodean. Vivimos en una cultura que valora el consenso y la popularidad, donde los «me gusta» y los comentarios positivos en redes sociales parecen ser el nuevo estándar de éxito. Pero la Iglesia no fue llamada a complacer a las masas. En Gálatas 1:10, el apóstol Pablo nos recuerda: «¿Busco ahora la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Si yo buscara agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.»

Agradar al mundo puede parecer una vía más cómoda, menos confrontativa. Sin embargo, la verdad del evangelio no siempre es bien recibida. En muchas ocasiones, Jesús confrontó la hipocresía de los líderes religiosos y no buscó el favor de las multitudes. Lo que debemos entender es que el mensaje de Cristo es, por su propia naturaleza, contracultural. No se ajusta a los sistemas del mundo, y como seguidores de Cristo, tampoco deberíamos esperar que nuestras vidas se alineen con los valores de una sociedad que no conoce a Dios. 

La persecución como parte del llamado cristiano

La Escritura nos prepara para este rechazo. En 2 Timoteo 3:12 se nos dice claramente: «Todos los que quieran llevar una vida piadosa en Cristo Jesús sufrirán persecución.» No es opcional; es parte del costo de seguir a Jesús. Si nuestra fe es auténtica, si realmente vivimos conforme al evangelio, encontraremos oposición.

Este rechazo no solo se ve reflejado en persecuciones físicas o violentas. En muchos lugares, la oposición se presenta de manera más sutil, a través de la marginación, el ridículo o la presión social para que comprometamos nuestros valores. Sin embargo, este rechazo no debe desanimarnos; al contrario, debe fortalecer nuestra resolución de seguir a Cristo con integridad. 

Comprometiendo la verdad para ganar aceptación

El peligro de buscar aplausos radica en el compromiso. Cuando empezamos a suavizar el mensaje del evangelio para que sea más «aceptable» o menos ofensivo, corremos el riesgo de diluir su poder. La verdad del evangelio no necesita ser ajustada para adaptarse a las sensibilidades de la cultura moderna. Como Iglesia, no somos llamados a hacer que el mensaje de Cristo sea popular, sino fiel a lo que Dios nos ha revelado.

En Apocalipsis 3:15-16, Jesús advierte a la iglesia de Laodicea: «Conozco tus obras; sé que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro! Pero, por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.» Este es un recordatorio claro de que no podemos ser «tibios» en nuestra fe. No podemos ajustar nuestra proclamación de la verdad solo para obtener la aprobación del mundo.

La recompensa eterna frente a los aplausos temporales

Cuando entendemos que nuestra recompensa no está aquí en la tierra, sino en el cielo, el anhelo por el reconocimiento terrenal pierde su atractivo. Jesús nos exhorta a buscar tesoros en el cielo, no en la tierra, porque lo que obtenemos aquí es temporal y pasajero. Los aplausos, los elogios y la validación de la gente son efímeros. Pero la aprobación de Dios es eterna.

En lugar de buscar ser reconocidos o celebrados por nuestros esfuerzos, debemos concentrarnos en vivir para la gloria de Dios. Como dice Colosenses 3:23: «Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.» Si nuestra motivación es agradar a Dios, no importará si recibimos aplausos o no, porque sabemos que lo que hacemos tiene un valor eterno.

Un testimonio fiel, no popular

La iglesia primitiva es un gran ejemplo de esto. A pesar de la persecución y el rechazo, los primeros cristianos permanecieron fieles al mensaje de Cristo. No buscaron la aprobación de las autoridades ni de la cultura dominante de su tiempo. En lugar de eso, proclamaron el evangelio con valentía y amor, a menudo a costa de sus propias vidas.

Su enfoque no estaba en ser populares o bien vistos, sino en ser fieles a su llamado. Esta fidelidad es lo que marcó la diferencia y lo que sigue marcando la diferencia hoy. No se trata de cuántos seguidores tengamos o cuán bien recibida sea nuestra predicación, sino de cuán fieles somos a Cristo en nuestras palabras y acciones. 

No buscamos aplausos, sino fidelidad

Como Iglesia, no estamos aquí para buscar aplausos o aprobación. Nuestra misión es ser testigos fieles de Cristo, proclamando la verdad del evangelio con valentía, sin importar si el mundo nos acepta o nos rechaza. La verdad de Cristo no necesita ser defendida por nosotros; se defenderá por sí sola cuando la proclamemos con valentía y amor. No esperemos aplausos; sigamos adelante con determinación, sabiendo que nuestra recompensa está en los cielos.

Diego Lopez
Diego Lopez
Diego Lopez Es un hombre apasionado con un fuerte llamado al evangelismo urbano, pastor de la iglesia Come Lord Church director de la base misionera de Come Lord y director nacional de Paraguay Adora. Casado con Chia Kim con quien tiene dos hijos, Daigo y Naomi.

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