“Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14, RVR1960).
En días de la llamada Semana Santa, la Cruz adquiere una singularidad especial entre los cristianos. Hay muchas formas de considerarla, pero, en las palabras del texto se marca un profundo contraste entre lo que significa para el mundo y lo que es para el creyente. La Cruz es locura para el hombre natural, e incluso para ciertas personas de fe, pero, lo que es locura para los no creyentes, es motivo de gloria para los hijos.
El apóstol Pablo hace referencia a ella en el contenido de la epístola de la que se tomó el texto que se considera. Para él es lugar de sustitución (1:4); lugar de identificación (2:20); lugar de visión (3:1); lugar de maldición (3:13-14); lugar de redención (4:4-5); lugar de tropiezo (5:11); y lugar de gloria.
La razón para considerarla de este modo es precisa: “por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. La Cruz es el medio por el que Dios libera al salvo del poder egoísta del yo personal (2:20), y de la esclavitud de la carne (5:24). Las pasiones dejan de controlar en esclavitud al creyente. Ahora, también se manifiesta el poder liberador de la Cruz sobre el mundo.
«La gloria del creyente es la Cruz porque es el absoluto poder libertador».
Samuel Pérez Millos, Licenciado y Master en Teología (TH. M) por el Instituto Bíblico Evangélico.
El término mundo tiene varias acepciones en el Nuevo Testamento, siempre vinculado al hombre, que a causa de la caída permitió la entrada de la muerte en el mundo y lo domina (Ro. 5:12-21). Este tiene un sistema propio de sabiduría que, por razón del pecado, es necio, porque se opone a Dios (1 Co. 3:19).
El sistema moral de este orden establecido es corrupto, permitiendo prácticas corruptas, como sistema ético de quienes pertenecen al mundo (1 Co. 5:10). Todo el sistema y su extensión al gobierno del hombre, obedece a Satanás y sigue sus dictados (Ef. 2:2-3). La política y las leyes de las naciones están bajo su control, a quien Jesús llama en tres ocasiones príncipe de este mundo (Jn. 12:31; 14:30; Mt. 4:8-9; Lc. 4:5-6).
Mediante las leyes de los hombres, Satanás realiza acciones de rebeldía contra la voluntad de Dios, permitiendo la inmoralidad y legalizando el pecado en múltiples formas. El mundo tiene sus propios pasatiempos, “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Jn. 2:16, RVR1960).
El proyecto satánico para el gobierno del mundo es colocar a un hombre en el lugar de Dios (2 Ts. 2:3-4)
Samuel Pérez Millos, pastor de la Iglesia Evangélica Unida de Vigo.
Tiene también su propia espiritualidad, expresada en un culto formalista pero carente de orientación divina (2 Ti. 3:5). Es la religión que practican aquellos cuyos corazones viven al margen de Dios, teniéndolo solo presente en su boca (Is. 29:13). Satanás introduce las falsas doctrinas, por sus propios predicadores, que proclaman la religión de los demonios (1 Ti. 4:1).
La religión del mundo es una apostasía, alejándose de la obediencia a lo que Dios determina en su Palabra, cambiándolo por trato riguroso que establece el pensamiento del hombre (Col. 2:20-23). Estas son normas para ser cumplidas, haciendo descansar la vida en el poder de la persona y en sus actividades, pero no en el poder y la obra de Dios (Fil. 2:13).
Este sistema espiritual llamado mundo descansa en Satanás mismo (1 Jn. 5:19), dando la idea como si él tuviera al mundo en su regazo, adormecido, para utilizarlo según su propia conveniencia.
La Cruz permite la victoria liberadora sobre el sistema que es propio y natural para los hombres, que viven en la esclavitud del pecado.
Samuel Pérez Millos, pastor de la Iglesia Evangélica Unida de Vigo.
Los que creen en Jesús, son liberados de la posición de esclavos que tenían en el mundo y Dios los traslada al Reino de Cristo (Col. 1:13). El cambio es radical. No hay salvación sin regeneración o, si se prefiere, no hay regeneración sin salvación.
En el texto seleccionado se puntualiza la libertad como resultado de la obra de la Cruz de Cristo. El apóstol Juan habla de “la victoria que vence al mundo”, es decir, la experiencia victoriosa sobre el sistema que rige el maligno (1 Jn. 2:13, 14; 4:4), alcanzada mediante la fe en Cristo (1 Jn. 5:4-5).
En la Cruz el mundo ha sido vencido por Cristo (Jn. 16:33), de ahí el aliento que supone para el creyente la demanda de Jesús: “confiad”. La victoria de Cristo en la Cruz es el triunfo del cristiano (Ro. 8:37; 1 Jn. 4:4; 5:4; Ap. 12:11). Por medio de la Cruz el poder del mundo quedó anulado para el creyente, a causa de la identificación con el Crucificado.
Jesús derrotó completamente al diablo y al mundo (Ef. 4:8; Col. 2:15), ahora somos vencedores sobre el mundo. La fe identifica al cristiano con Cristo, de manera que el medio para salvación es también el medio de victoria que nos hace vencedores, porque nos vincula con Cristo y su poder, descansando plenamente en Él, en una entrega sin reservas.
El apóstol señala en el texto un doble aspecto de la Cruz: El mundo crucificado para el creyente, con un resultado de bendición, las cosas que eran objeto de amor son desechadas para seguir a Jesús que nos amó y se entregó por nosotros (2:20). Pero, también el creyente ha sido crucificado al mundo. Ha muerto en Cristo a sus falsas esperanzas y a su sistema, para vivir la gloriosa libertad en Él y experimentarla por medio del poder de Dios.
Bien podemos acercarnos por la fe a la Cruz y decir con el apóstol: “lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. Viviendo cerca de la Cruz, la admirable gloria de Dios en la obra salvadora que el Señor hizo conducirá nuestra vida, alumbrará nuestro camino, producirá paz en el alma y esperanza cierta del glorioso encuentro con Él para disfrutar a su lado una gloria sempiterna que la gracia nos otorga.