El cristianismo no es una fe ciega, hay muchas cosas, de todas las que creemos, que podemos comprobar y verificar a través de nuestra razón. 

Es parte del gran mandamiento dado por Dios, el honrarlo con nuestra mente. Pero también es verdad que no todo el cristianismo entra en esta categoría. Hay partes de nuestro credo que tenemos que creerlas, abrazarlas y vivirlas por medio de la fe solamente; cuestiones que sobrepasan en eterna medida las capacidades intelectuales de nuestros pequeños y limitados cerebros. Además, ¿qué es nuestra mente comparada con el universo? Pero aún así, queremos comprenderlo todo. Uno de los conceptos que entran en esta categoría es el de la Encarnación. 

Encarnación significa literalmente: hacerse carne. Leemos en Juan 1:14 “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Está completamente fuera de nuestro alcance intelectual poder llegar a imaginar o entender cómo el Dios creador, el que habita la eternidad, quien no está condicionado por nuestra realidad espaciotemporal, quien sustenta todo con la palabra de su poder, quien conoce el final desde el principio y no tiene ninguna clase de limitante decidió hacerse carne. 

Y no solamente eso, sino que su entrada no sería grandiosa ni espectacular como cualquiera lo habría esperado, sino que desde el principio dijo que sería a través de una semilla, a través del mismo proceso de todos los seres humanos. No solamente se haría humano, sino que lo haría del todo, sería un bebé, indefenso, dependiente y con necesidades. 

Luego de la caída del hombre en el Edén, Dios anunció el Evangelio de la salvación en estas palabras: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón”, Génesis 3:15 NVI. ¡El Padre nos anunciaba al Hijo desde el inicio! 

El Padre solamente tiene un mensaje, un tema de conversación, una sola predicación y es el Hijo. Es por eso que durante siglos nos dejó señales de cómo sería, de cómo haría la movida que cambiaría la eternidad. Algo tan impensable que solamente a Dios se le hubiera ocurrido. El Dios sin límites, tomando un cuerpo limitado. El Señor del universo, volviéndose pobre y necesitado. El que sustenta todo, teniendo necesidad de comida, agua y sueño. El eterno, naciendo. 

Las implicancias de que Dios haya elegido tomar carne son mucho más espectaculares de las que podemos alcanzar a comprender y a agradecer. Quiero compartir algunas de ellas. 

Primero, Hebreos 2 dice que Jesús se hizo hombre. Él sabe perfectamente las tribulaciones que estamos pasando, pero también sabe exactamente cómo nos sentimos. Sabemos que Dios conoce nuestras situaciones pero olvidamos que Él también sabe lo que es pasar por ellas. Solamente una mujer que ya dio a luz sabe cómo se siente otra que está en trabajo de parto, quienes no hemos pasado por esa experiencia, jamás podremos entenderla; podemos querer ayudarla, pero solamente una mujer que ya estuvo en su situación puede verdaderamente compadecerse de ella y ayudarla de forma efectiva.

De la misma manera Jesús tomó nuestra forma para poder tener misericordia de nosotros y ayudarnos, porque “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”, Hebreos 2:18.

Por otro lado, el sacrificio expiatorio solamente era posible y válido si un hombre se entregaba por el resto de nosotros. En el Edén un hombre pecó y todos llevamos las consecuencias de ello. La sangre de los sacrificios no podía quitar el pecado porque no es comparable un cordero con una criatura que fue hecha a imagen del mismo Dios. Por lo tanto, solamente uno de nosotros podría ayudarnos a salir del problema en que estábamos metidos, solamente la sangre de uno de nosotros podría reparar el daño. 

El problema mayor es que ninguno de nosotros podía verdaderamente cumplir su demanda y mucho menos pagar por la del resto. La única forma en que nuestra deuda podría ser saldada era si un hombre perfecto recorriera el camino que no le era necesario transitar, porque era perfecto, para que el resto de nosotros podamos hacerlo a través de él. 

En palabras de C.S Lewis “supongamos que Dios se hace hombre… supongamos que nuestra naturaleza humana que puede sufrir y morir se amalgamase con la naturaleza de Dios en una persona. Esa persona, entonces, podría ayudarnos. Podría entregar su voluntad, sufrir y morir, porque era un hombre, y podría hacerlo perfectamente porque era Dios. […] no podemos compartir la muerte de Dios a menos que Dios muera, y Él no puede morir a menos que se haga hombre”. 

Jesús tenía que ser completamente Dios para poder vivir una vida perfecta, y completamente hombre para poder sufrir, ser herido, traspasado y golpeado. Tenía que ser completamente hombre para poder morir, pero completamente Dios para que la muerte no pudiera retenerlo, y resucitar. 

Por último, de todas las cosas que no entiendo, posiblemente esta es una de las que menos puedo llegar a imaginar y más me sorprenden. En Hechos 2 leemos en el relato de la ascensión de Jesús al cielo, mientras los apóstoles ven a Jesús irse, que dos ángeles llegan y dicen estas palabras “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”, Hechos 2:11. 

Este mismo Jesús, no otro, no uno parecido, no uno similar, tampoco otro casi igual pero con ligeros cambios. No. El mismo. Esto quiere decir que hoy hay un ser humano, de carne y hueso, con sus manos y pies horadados delante del Padre; no solamente presentándose como pago por mis pecados y los del mundo, sino intercediendo por mí, y al mismo tiempo llevando en ese mismo cuerpo humano la plenitud de la gloria de Dios (Colosenses 1:19-20). 

Y a ese mismo Jesús es al que esperamos nuevamente, por ese mismo Jesús nuestros corazones arden y anhelan su regreso. 

Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo.  2 Juan 1:7.

Rodrigo Hernández
Cantante, compositor, músico y amante del café. Actualmente desarrolla un proyecto como cantante solista presentando canciones de su autoría con un enfoque cristocéntrico sin dejar de lado un sonido fresco y moderno. Licenciado en Composición Musical con Orientación en Música Popular; Máster en Terapia de la Voz. Dedicado a la música y el ministerio, ha participado en propuestas musicales y artísticas a lo largo del continente. Pertenece a la iglesia Fresca Presencia en su natal ciudad de Guatemala.