Tener un sueño es primero personal, luego se comparte; de tanto en tanto, como en el caso de Martin Luther King, puede ser colectivo. A veces es mejor que nuestros sueños no se cumplan: un amigo en la infancia quería ser ascensorista pero fue contador. Un sueño en la niñez no siempre es una visión.
Muchas veces, a medida que crecemos, vamos reemplazando la vocación personal en función de la responsabilidad de trabajar en aquello que nos permita cumplir el sueño de formar una familia, tener bienestar, ahorrar, ir de vacaciones, entre tantas cosas.
Cuando los hijos llegan y los vemos crecer vienen a nuestra mente algunas opciones para su futuro: que sea el mejor en alguna vocación que vislumbramos, por ejemplo, ser el nuevo Messi.
«también aparecen nuestras antiguas ilusiones que quisiéramos ver realizadas en la futura generación»
Ana Kelleyian, PhD Psiconeuróloga
Al crecer, los hijos e hijas nos sorprenden con deseos completamente diferentes a aquellos sueños que acariciamos y hasta “profetizamos” para ellos. La mayoría de los menores no sienten ninguna carga por cumplir los anhelos de sus padres. Quizá antiguamente los mayores podían digitar los estudios u oficios, la casa y hasta la pareja de cada uno de sus hijos, nietos o sobrinos.
Así como con los estudios, también con la fe, muchos optan porque los adolescentes y jóvenes decidan. Es que muchos padres no conocen acerca del funcionamiento del cerebro, en especial los de sus hijos, que cambian radicalmente y más rápido de lo que creen.
Actualmente, la adolescencia y la juventud, según la Organización Mundial de la Salud, puede llegar hasta los 40 años. La vida bíblica era: “Algunos llegamos hasta los setenta años, quizás alcancemos hasta los ochenta, si las fuerzas nos acompañan”. Hoy una persona de esa edad es activa en su vida de negocios, física y social.
«La vida se ha alargado creando palabras para etapas intermedias como preadolescentes, teenagers, primera y segunda juventud, adulto mayor«
Ana Kelleyian, PhD Psiconeuróloga
El prefrontal es quien dirige las decisiones, aun las más pequeñas, es también quien cumple las funciones ejecutivas, resuelve los conflictos, elige pareja, vocación, trabajo y, generalmente, sin la ayuda de los padres. Lo que sucede es que la formación del frontal-prefrontal termina alrededor de los 28 años. Pero hoy las decisiones más importantes se deben tomar antes.
Tengamos presente cuál es el legado más importante
Lo que en tiempos del Nuevo Testamento sucedía a los 30 años, en nuestra generación ya pasó de 21 a 16 como “mayores de edad”. Aunque muchos crean que social y políticamente puede ser adecuado, eso no hace que el cerebro apure su crecimiento ni su madurez.
«los padres podemos y debemos guiar sabiamente a nuestros hijos. Ellos no están para cumplir nuestros sueños»
Ana Kelleyian, PhD Psiconeuróloga
He acompañado a más de cien jóvenes en su elección profesional y actualmente la mayoría decide por una segunda carrera universitaria, al menos en Buenos Aires. Por la falta en el desarrollo de su personalidad psicofisiológica inician estudios por la moda, porque creen que ganarán mucho dinero, porque serán famosos o para acompañar a algún amigo.
Más adelante, muchos estudian lo mismo que alguno de sus padres, porque es la decisión adulta. Muchas veces consideran que esa era la real decisión o que el legado de los padres y hasta de sus abuelos no debería perderse sino aprovecharse.
A los padres, paciencia. Segarás lo que sembraste no por fuerza sino por tiempo, amor y oración. Recuerda que el legado más importante no es la empresa o la profesión, es la fe.
Deuteronomio 6:6-7 dice: “Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes”.