La belleza que el Reino ofrece es la belleza que agrada al Rey. Esta belleza no viene en primer lugar por el agregado de cosas, sino por la eliminación de aquello que sobra: EL EGO. Fuimos llamados a exhibir su gloria hacia una ÚNICA DIRECCIÓN: El beneplácito del Padre.
El Reino de los cielos es lo único que podrá perpetuarse en las generaciones, no tiene fin; por lo tanto, todo aquello que no sea nacido de su ámbito está llamado a ser cortado.
Sin dudas, los ámbitos espirituales que Dios nos provee nos están proporcionando una belleza que debe ser exhibida. Cada palabra, cada dirección, cada trato de Dios para con nosotros redunda en una belleza que debe ser exhibida en las naciones de la Tierra; y dicha belleza habla de Dios mismo y de su Reino.
No podemos negar que arrastramos y se nos han apegado cosas y asuntos que impiden que la belleza de su Majestad pueda ser vista en nuestro entorno. Para esto Dios nos convoca y nos coloca en ámbitos de limpieza.
Veo cómo Dios nos está puliendo y limpiando para que la belleza que portamos sea vista. Para esto es necesario trabajar bajo autoridad. Quienes se resisten a la autoridad, solo podrán alcanzar una belleza para consumo personal, pero nunca una belleza que represente al Rey y su Reino.
Bajo esta impresión del Espíritu, deseo escribir algunos detalles. Al leer el libro de Ester, nos damos cuenta de cómo Dios trabaja con una generación que no solo ama la belleza, sino que ama la belleza que viene por una limpieza provista por personas a las cuales se les delegó autoridad. Nadie puede autoembellecerse, sino que la belleza que Dios requiere es una belleza objetiva que solo puede agradar al Señor, la única capaz de asombrar a las naciones, y no una belleza que quede encerrada en una fiesta personal (Recomiendo acompañar las próximas líneas con una lectura previa de Ester 1 y 2).
• Asuero, un tipo y sombra de Dios mismo, expresado y visibilizado como Cristo: Esposo y cabeza de la Iglesia.
• Vasti, un “tipo” de la Iglesia, y en particular, de una abocada a “su propia fiesta”, ya que utilizando la belleza provista por el Rey, decide dónde y cuándo mostrarla.
• Ester: tipo de la Iglesia, desde la perspectiva divina.
El rey hizo una fiesta, la cual tenía un propósito: “… mostrar él las riquezas de la gloria de su reino, el brillo y la magnificencia de su poder…” (Ester 1:4).
¿Es acaso este el propósito eterno que Dios tiene en Cristo Jesús?
¡Claro que sí! Siempre se trató de visibilizar aquello que está oculto y es un misterio. Podemos recordar las palabras de Pablo en Efesios 2:7: “para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. El fin de la salvación (que va en aumento salvando nuestras almas) es que podamos mostrar las abundantes riquezas que por madurez vamos alcanzando; y digo “vamos alcanzando” no porque no las tengamos, sino porque lo vamos experimentado en la medida que accedemos al conocimiento profundo de su corazón y a través del trato de Dios, que viene para refinar nuestras vidas, a fin de tener la estatura requerida.
Vasti no hizo caso al llamado del rey. El versículo 12 es claro al describir la ira del rey. Sin dudas, la decisión de Vasti no fue motivo de placer, sino de enojo.
Hoy puedo ver a un Dios serio, y me refiero a seriedad porque es la primera palabra que se instala en mi mente para poder describir algo que percibo en mi espíritu. Convivimos con una generación que solo ama “aquellos procesos” que conducen a una exaltación personal. Dios nunca trabajará en nosotros para una promoción personal e individual, sino que lo hace por un único bien: el bien de su Iglesia (un bien corporativo), y para que en esa madurez (la belleza de su Cuerpo), la belleza del Rey y de su Reino sea vista ante todos.
La falta de belleza corporativa es la carencia de entendimiento sobre aquellos procesos que todos pasamos. Sin dudas, son procesos, batallas, refinamientos personales, etc., pero que redundan en la belleza y en el avance de la Iglesia global.
Dios está observando con seriedad, porque su belleza está en riesgo de ser encerrada para un consumo personal o para formar un “gueto”.
Vasti representa aquella generación, la cual tomó las riquezas y la belleza de un Reino inconmovible utilizándola para ganancias y beneficios personales y haciendo con ella una “fiesta personal”, a fin de exhibir con quienes deseaban lo que Dios les había dispensado.
Cuando decidimos exhibir la belleza de su Reino a nuestro modo (lugar, tiempo, personas, etc.), el pecado no solo es contra Dios, sino que pecamos contra todos aquellos lugares que esperaban ver la belleza de su Reino a través de nosotros (Ester 1:17-18).
“… que el rey haga reina a otra que sea mejor que ella” (Ester 1:19).
Lo mejor tiene que ver con aquello que Él desea recibir: obediencia.
Darle lo mejor a Dios no tiene que ver con darle aquello que, según mi consideración y perspectiva, es mejor para Él. Lo mejor es su beneplácito. Lo mejor es el “qué”, “dónde”, “cómo” y “cuándo” de Dios.
No se puede dar lo mejor sin la guía del Espíritu Santo. Hoy parece que muchos prescinden del Espíritu Santo, porque aprendieron con la experiencia “cómo hacer las cosas”. Dios cada día nos hace renunciar a nuestras experiencias para seguir siendo una Iglesia que lo complace a Él. Esto no significa que la experiencia no sirva, pero es dañina y perversa cuando la elevamos por encima del deseo de Dios, utilizándola como nuestro apoyo incondicional.
Pasadas estas cosas, sosegada ya la ira del rey Asuero, se acordó de Vasti y de lo que ella había hecho, y de la sentencia contra ella. Y dijeron los criados del rey, sus cortesanos: Busquen para el rey jóvenes vírgenes de buen parecer (…) y la doncella que agrade a los ojos del rey, reine en lugar de Vasti. Esto agradó a los ojos del rey, y lo hizo así.”
«Siempre se trató de lo que a Él le agrada y no de lo que aparentemente es bueno y lindo».
Julián Ríos
La tarea era buscar jóvenes vírgenes de “buen parecer”. Es allí que comienza la historia de un varón llamado Mardoqueo y su sobrina Ester, a la cual había criado desde la muerte de su padre.
Ester era huérfana (v. 7). La palabra en hebreo utilizada aquí es ayin que significa ‘ser nada’, ‘sin existir’, ‘sin identidad’, ‘desaparecida’.
La Iglesia está conformada por miembros que han desaparecido, que han perdido su vieja identidad, aquellos que dejaron de existir para un sistema y hoy no son nada ante la vista de los hombres. Solo la cruz puede eliminar nuestra vieja identidad. La cruz por un instante nos hizo huérfanos para ser adoptados y llamados “hijos de Dios” (1 Corintios 1:27-29).
Dios escoge todo lo que ha pasado por la cruz. La utilidad y la productividad no comienzan con aquello que sabemos hacer, sino que tiene que ver con nuestro origen: la cruz.
Dios no puede trabajar con personas que “son alguien” o desean “ser algo” (recordemos que él escoge lo que NO ES). Dios está en busca de una generación que se ha despojado de aquel deseo intenso de ser “alguien” en la vida. El deseo intenso por ser reconocido nos aleja del llamamiento, de la utilidad y, por ende, de la productividad en su Reino.
No somos útiles por lo que hacemos para Dios en primer lugar, sino por lo que Él hace en nosotros. Este es el ADN en su Reino: primero en ti, para luego ser a través de ti. Ester es la figura y sombra de una Iglesia que permite el pulir necesario que complazca al Rey. Si lo que somos y hacemos no complace al Rey, de nada sirve lo mucho que podamos hacer.
Te invito a orar sobre esta palabra. Que nada nos distraiga del único y verdadero destino: mostrar la gloria de su Reino en las naciones de la Tierra, para que su Nombre sea glorificado.