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Jesús, un amor hasta el fin

Al llegar al final del derrotero de la vida bajo el sol, el hecho inexorable de afrontar el desenlace de la vida terrena y evocar el recuento de todo lo logrado hasta el momento, provoca en el ser un surgir dinámico y emocional, un momento de fuerza pasional centrado en aquello que ha sido –y es– de supremo valor e importancia, algo que sintetiza un punto final que resume a su existir “en la carne”. 

En vista a su crucifixión inminente, Jesús reunió al grupo anudado de los doce para compartir privadamente su corazón y darles las últimas instrucciones. Tomando la ocasión de la celebración judía de la pascua –el recordatorio de la sangre del cordero pascual rociando las puertas de los israelitas cautivos en Egipto, de la última cena familiar anterior al éxodo– y en especial, sabiendo que su hora había llegado (siendo plenamente consciente de ser sacrificado como el cordero pascual, de morir por los pecados del mundo y redimir a su pueblo de la esclavitud, la pobreza espiritual y la muerte), “habiéndolos amado, [Jesús] los amó hasta el fin” (Juan 13:1). 

En la intimidad del círculo anudado de los doce, Jesús demostró su amor abnegado y servicial hacia “los suyos que estaban en el mundo”; lo hizo de manera concreta, lavando sus pies,  siendo que a ninguno de ellos se les ocurrió tomar la iniciativa de higienizar sus extremidades luego de haber caminado todo el día en las calles polvorientas de Jerusalén.

Su acto fue simbólico, indicativo del lavamiento de sus pecados mediante su sacrificio en la cruz. La cena pascual contaba con una mesa central, y los comensales se ubicarían recostados alrededor de la misma con sus pies en el suelo, adyacentes a los cuerpos de las otras personas. Sus posturas distaban mucho de los receptores olfatorios de los comensales,  quienes captarían no solo el olor agradable de la comida.

Usualmente, un esclavo tenía tal asignatura; sin embargo, en tal ocasión, el aposento alto preparado no contaba con tal servicio. De modo que Jesús, de manera unilateral, incondicional y proactiva, se levantó de la mesa, tomó un lebrillo con agua y una toalla y tomó la iniciativa de lavar los pies de sus discípulos antes de comer la cena pascual.

Luego de la cena compartió con ellos sus indicaciones, y les dio el nuevo mandamiento: de amar los unos a los otros como Él los ha amado –hasta el fin. Juan, el discípulo amado, es quien provee el recuento sombrío y esperanzado a la vez. 

El tenor emotivo del texto es significativo; desafía al liderazgo de grupos de discipulado con una expresión singular: Habiéndolos amado… los amó hasta el fin, con toda su capacidad y manera de amar –unilateral, incondicional, proactiva, persistente, perseverante, animada de gracia, misericordia, empatía y abnegación. Y esto, a pesar de conocer a fondo a sus discípulos, cuyos caracteres y conducta no necesariamente se encuadraban o ajustaban  a su voluntad y propósito perfecto.

Uno de ellos, Tomás, dudaría de su persona y sus reclamos; otro, Pedro, lo negaría tres veces (hasta con juramentos y maldiciones), y un tercero, Judas, lo vendería por treinta piezas de plata (el precio de un esclavo en tal época). Sin embargo, a plena consciencia, los amó a pesar de sus fallas, de sus yerros e incapacidades humanas

La tendencia del ser humano –aún redimido y en posiciones de liderazgo– es amar a las personas que lo aman, que lo respetan y refuerzan de alguna manera; en general, es común amar a aquellos que son semejantes a su ser en sus características humanas (cultura, etnicidad, raza, estado socioeconómico, nivel de sofisticación, estatura espiritual, y otras variables mancomunadas).

“El llamado y desafío del liderazgo de grupos es llegar a ser semejantes a Cristo y de amar”.

No solo a los deseables, dignos y semejantes a su persona o su estado, sino también a los diferentes, los indeseables, los indignos, los carentes de las características perfectas que pudiesen definirlos como objetos dignos de ser amados. 

Pablo el apóstol exhorta en su carta a los Efesios a imitar a Dios como hijos amados, a andar en amor y seguir el ejemplo de Jesús, quien se dio a sí mismo por los suyos, sin prejuicios ni condiciones (5:1-2); en su carta a los Filipenses 2:1-2, el apóstol insta a los seguidores de Jesucristo a adoptar la misma actitud que hubo en su Señor, y amar a los discípulos a su manera, sin ajustarlos a su molde cognitivo-emotivo, con el deseo, la motivación y el propósito de ser medios de gracia en el efectuado de los cambios en sus caracteres y conducta. 

El texto nos hace pensar y reflexionar: ¿Amaríamos a alguien que, según nuestra percepción, duda cínicamente de nuestra integridad personal y pone a tela de juicio nuestro carácter o nuestro ministerio? ¿Somos capaces de amar a una persona quien, ante ciertas adversidades relacionadas a nuestra vida, ha de negar y evitar ser asociado a nuestra persona o nuestro servicio? O peor aún, ¿Amaríamos a una persona cuya intención es vendernos a un sicario por un precio equivalente al salario de un mes de trabajo?

El dicho «Ojo que no ve, corazón que no siente» se aplica en el caso de amar al semejante; es fácil amar a un objeto idealizado, proyectado, y cosificado de manera positiva en nuestra imaginación neurótica o ingenua; es fácil amar si no poseemos un registro de los factores negativos que pudiesen definir el carácter real e indeseable de un semejante. Las hojas de higuera empleadas por Adán y Eva atestan a este principio: “Si realmente me conocieras, tal vez no me amarías tanto; déjame cubrir mi precariedad para ser aceptable a tu vista y ser amado en mi disfraz”.

Es simplemente difícil amar cuando poseemos un conocimiento pleno de las fallas, de los yerros, de las capacidades destructivas de las relaciones interpersonales que potencialmente residen alojadas en el semejante en su estado natural. 

El ejemplo provisto por Jesús es obviamente claro y digno de ser adoptado por el liderazgo de grupo: es necesario aceptar a las personas a las cuales servimos y edificamos en el proceso de la formación de su carácter sin mayores requisitos, y, a menudo, a pesar de sus características, su condición o su estado precario original. Luego, vislumbrar y promover los cambios deseables y esperados, ejemplificados de una manera concreta en el desarrollo de un liderazgo kenótico, amoroso y servicial a su favor. 

Como ministros capacitados por el Espíritu Santo para ser siervos de un nuevo pacto, podemos amar a las personas a las cuales servimos de una manera unilateral, incondicional, proactiva, llena de gracia y misericordia, invitándolas a gozar de una comunión e intimidad relacional, y empoderándolos en el proceso de llegar a ser semejantes a Jesucristo. Además, sería una buena práctica lavar los pies de las personas antes de darles mandamientos acerca del amor con el cual deben amar a sus semejantes.

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Autor: Pablo Polischuk

Ph.D. en psicología del Fuller Seminary. Tiene más de 40 años ejerciendo como psicólogo, ministrando iglesias y de enseñanza académica integrando psicología y teología (más de 30 años en el seminario Gordon-Conwell, y a su vez dictando clases en Harvard University). Ha sido director general del área de psicología en el hospital de Massachusetts. Actualmente es rector y co-fundador de la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires (FTIBA).

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La Facultad Teológica Integral de Buenos Aires es una institución inter-denominacional que nace de la Red de Sembradores y tiene el propósito de formar ministros y líderes laicos con la mayor exigencia académica, teológica y bíblica. Actualmente, es la única institución académica en Argentina que provee una Maestría en Divinidad.

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