Hace algunos años escuché la historia del hombre que compró un boleto de barco con el que cruzaría al otro continente. Como gastó lo poco que tenía en el ticket, decidió llevarse comida en un bolso. Esas galletas y algunos panes serían toda su provisión para los días que tenía por delante.
Cuando el barco zarpó le fue asignado un camarote donde decidió esconderse de todo el mundo por vergüenza, ya que pensaba que lo que hacía estaba prohibido en el navío. Así que se ocultó y comenzó a comer sus galletas durante cinco de los seis días que duraba su travesía.
El último día pensó: “Entraré al restaurante y comeré algo con el poco dinero que me queda”. Entró y pidió el menú para elegir qué comer, entonces advirtió que la lista no tenía precios y le consultó al mozo la razón, quien sonriente le respondió: “Señor, el menú no tiene precio, porque todo está incluido en el boleto que usted compró. Todo es gratis. Ya fue pagado cuando compró su ticket”.
Entonces recordé las palabras del apóstol Juan: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).
Me asombró saber que el apóstol Juan, el discípulo amado, escribió primero el libro de Apocalipsis y luego el Evangelio. Apocalipsis trata acerca de la revelación de Cristo y de lo que habremos de pasar.
Luego, a los 95 años, Juan escribió el Evangelio y allí describió a Cristo desde la óptica de lo que había visto en el cielo unido a lo que había vivido con Cristo en la tierra. En el cielo y en la tierra Cristo es la plenitud de la gloria, lleno de gracia y de verdad. El Cristo que ahora está viviendo en ti, al entrar en tu vida lo hizo con esa misma gloria que tiene en el cielo y que tuvo en la tierra. Juan dijo que el unigénito habitó entre nosotros y en quien pudimos ver sin velo Su gloria, y que estaba completamente lleno de gracia y de verdad.
Hay quienes creen que tienen que ser perfectos para recibir la verdad de Cristo. Pero cuando Jesús se manifiesta en nuestra vida, viene primeramente con gracia (favor nunca merecido), luego con verdad.
Por lo tanto, no necesitamos ser perfectos, por Su gracia nos hace limpios de todo pecado. Cuando Jesús vio a la mujer que fue encontrada en adulterio y que todo el mundo la condenaba, le dijo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. Primero Jesús le dijo: “Yo no te acuso”. Eso es gracia. Después agregó: “Vete y no peques más”. Esa es la verdad.
Con el enfermo en el estanque de Betesda sucedió lo mismo. Al verlo, lo sanó, diciendo: “Levántate, toma tu lecho, y anda”. Al día siguiente Jesús lo encontró en el templo, y le dijo: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor”. Primero le extendió gracia, y después, verdad.
Entonces Juan continúa diciendo en el Evangelio: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan1:16-17).
Todos “tomamos de Su plenitud”, no la recibimos, la tomamos. La palabra “tomar” en el griego original es “lambano” que significa “arrebatar, tomar posesión, echar mano, agarrar”. Amigo, si aún te falta algo de Dios, es porque no lo tomaste, porque Dios ya te lo ha dado. Quien no recibe el perdón, gracia y misericordia de Dios, y todavía se acusa a sí mismo, es porque no sabe que todo fue provisto en la sangre de Cristo.
Porque nos fue dada “gracia sobre gracia”. Esto representa un continuo fluir, sin límite, de la gracia de Dios representada en Jesús, que está disponible constantemente para nuestra vida. Al igual que Su verdad, que está disponible para nuestra vida. Ambas, dice Juan, vinieron, se aparecieron, por medio de Jesucristo, el que vive en nosotros.
No permitas que aquello que vivió ese hombre en aquel crucero ocurra en tu vida. Toda gracia y toda verdad están disponibles en ti a través de Jesucristo. No vivas mendigando y llenando tu vida de cosas que solo satisfacen, pero no alimentan. Disfruta de los maravillosos banquetes que Cristo ha preparado para ti, rodeándote de gracia y verdad.
¡Dios te bendiga!