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Familias que se ajustan al diseño eterno

El verdadero Evangelio busca que conozcamos la Verdad, la Vida en el espíritu y la libertad que produce andar en sus diseños. Dios busca que nos volvamos parte de la Verdad, que nos volvamos Verdad y no solo que la conozcamos. Recordemos que la Verdad es Cristo, es una vida.

Aunque en la salvación usted y yo hemos muerto a Adán y vivimos para Dios en Cristo, la mentira, el engaño y la muerte como naturaleza, aún reinan en el entendimiento entenebrecido de la mente no renovada. Como tal, sólo se desechan cuando al llegar la luz que es Cristo, lo que queda del primer hombre es lavado del alma.

22 Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; 23 ser renovados en la actitud de su mente; 24 y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad. (Efesios 4. 22 – 24 NVI)

La recomendación de Dios es que dejemos de andar como gente común, en la vanidad de la mente o en el viejo hombre.

Necesitamos que sean abiertos nuestros ojos para entender cómo opera el viejo hombre y cómo está configurado. El problema es que no depende de nosotros y nuestras genialidades y/o habilidades, sino que está radicado en nuestra alma.

El ser humano vive de acuerdo con la mentira que se originó en el Edén; busca conocer la vida y la verdad separados de Dios. Con “criterios meramente humanos” dice el apóstol Pablo (1 Corintios 3. 3 NVI), encuentran propósito en la tierra, en sus posesiones, relaciones y actividades. Valoran el mundo por los efectos pasajeros en sus emociones.

Sin embargo, Dios nos ha dejado claro el orden en el que sucederá todo en nuestras vidas y las familias necesitamos entenderlo para vivirlo y modelarlo en las casas.

23 Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser —espíritu, alma y cuerpo— irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo. (1 Tesalonisenses 5. 23 NVI) 

Somos integrales, con áreas complejas e inseparables. El orden comienza por el espíritu regenerado, produciendo un alma gobernada y así un cuerpo que funciona sanamente.

Lo primero que debemos definir es que somos uno, somos integrales. Debemos salir de las particiones que estamos acostumbrado a hacer, como si nuestro cuerpo estuviera comiendo en el comedor, el alma viendo televisión en el living (o sala de estar) y el espíritu orando en el dormitorio. No funcionamos así, ¿verdad? Somos un ser integral, funcionando como unidad indivisible. Así como el cuerpo es complejo, también el alma y el espíritu lo son.

En cuanto al alma, a partir de los vínculos, la familia es el lugar donde la identidad y las emociones son formadas. Es importante abordar el entendimiento del alma (mente, voluntad, emociones) desde la perspectiva del entendimiento del verdadero Evangelio y el propósito eterno de Dios de darse a conocer. Esto es importante, porque estamos llamados a más que solo lograr que nuestros hijos se formen emocionalmente estables. Estamos llamados por Dios a posicionar a nuestros hijos en lo eterno.

Nos debe quedar claro que Dios creó al alma, y por ende es algo bueno. El alma es un sistema muy poderoso diseñada para expresar la magnitud de la Vida que nos fue dada en Cristo en nuestro espíritu. Esa vida que es eterna, que no está sujeta al tiempo y a lo temporal debe expresarse a través del alma. Para eso fue diseñada, y no para ser el centro de los placeres humanos.

A través del alma no solo tenemos conciencia de lo que está bien y mal, sino que también tenemos conciencia de nosotros, de lo que nos rodea y del mundo espiritual.

Las Escrituras nos enseñan que en nuestra alma opera la voluntad de la carne, basada en impulsos e instintos, definiendo lo que es el bien y el mal por la configuración después de la desobediencia, por la independencia de Dios como lo vemos en el Génesis. El alma se maneja por la valoración de lo temporal, de lo que ve naturalmente.

«Pero nuestro espíritu depende de la voluntad de Dios, por la valoración de lo eterno».

En el alma se manifiestan las memorias a corto y a largo plazo. Todo esto producto de las experiencias y las interpretaciones de las mismas.

Tenemos en el alma un sistema de percepción que nos hace percibir de manera selectiva. No es sólo ver con nuestros ojos, sino lo que percibimos selectivamente según intereses, gustos y experiencias. Podemos tener en frente toda la información, pero sólo percibiremos selectivamente.

Por otro lado, en el alma tenemos una parte heredada, que son los temperamentos y otra parte que es el carácter moldeado por los vínculos y las experiencias de la vida.

Una de las configuraciones del alma tiene que ver con la cultura y el lenguaje del lugar donde nacimos y cómo afecta nuestro andar diario.

En el diseño de Dios, el ser humano fue pensado para vivir por la vida en el Espíritu, vivir por las realidades eternas de Dios y no por lo temporal que nos rodea.

Debemos ser guiados por el Espíritu y no por nuestras emociones. Y aquí es donde tenemos gran influencia los padres sobre nuestros hijos si nos ajustamos al diseño de multiplicar lo eterno en las generaciones.

Estábamos muertos en Adán dicen las cartas apostólicas. Andábamos, pero sin vida. En esa muerte de Adán se configuró el alma fuera del diseño. El alma humana se separó de Dios y se configuró para muerte, para enemistad, para tinieblas.

Una de estas configuraciones la descubrimos en la descripción de Dios de las consecuencias de la desobediencia en Génesis 3 acerca de la escases, el dolor y el esfuerzo. Dios ve polvo nada más. Le dice “al polvo volverás…” y vemos que habla de la existencia misma. “Eres nada…”, le dice Dios. Así que el hombre se configura para funcionar por escases, buscando y dando importancia a lo que es escaso. El alma humana le da valor a todo en relación a la escases. Valoramos sólo lo que es escaso.

Pero si andamos en el Espíritu, desde la cruz, la tierra ya no nos produce cardos ni tenemos que ganarnos el pan con el sudor de la frente. Ahora estamos completos en Cristo. Ahora somos benditos en Cristo con toda bendición.

¿Cómo valoramos algo entonces si la medida ya no es la escases?

«La medida viene ahora desde la vida en el Espíritu que me dice todo lo que ya tengo en Cristo».

Pablo les recomienda a los efesios despojarse del viejo hombre y renovarse en el Espíritu. En el capítulo 3 de Efesios lo repite y habla del fortalecimiento del hombre interior por el Espíritu. Es ahí donde tenemos una fuente inagotable. Nuestra alma tiene recursos limitados, pero en el Espíritu tenemos recursos ilimitados, y es en esto que debemos entrenar a nuestros hijos. En ver todo lo que ya nos ha sido concedido en el espíritu por la obra de la cruz.

No debemos quemar nuestra vida en el polvo, siendo nada. Debemos ver todo lo que nos ha sido dado en el espíritu y trabajar para que nuestros hijos también lo vean.

Necesitamos madurez. Esta madurez se expresa a través experimentar la libertad de Dios en el alma. Eso es la vida en el Espíritu. En esa vida hay sobreabundancia, hay riquezas inagotables. Por la vida del Espíritu podremos conocer y entender todo lo que nos fue dado, y esa debe ser una de nuestras principales oraciones como familia: ver todo lo que nos fue dado en Cristo.

14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo 15 (de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra), 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. (Efesios 3. 14 – 18 RVR)

3 Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia; 4 por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de las pasiones. (2 Pedro 1. 3 – 4 RVR)

A diferencia de la madurez humana y natural, nuestra madurez espiritual no se produce por esfuerzo personal, sino por la naturaleza de Dios en nosotros. Todo nos fue dado en Cristo. Él es la ley de vida que opera en nosotros como lo vemos en Romanos 8

Dios habla de conocernos como hemos sido conocido. Esto tiene que ver con lo eterno. La madurez es ver lo que nos fue dado en Cristo y dejar atrás las cosas temporales, lo que es de niño y ya no me pertenece. 

Debemos crecer como familia y ayudar a nuestros hijos en su proceso de madurez espiritual para su buen desarrollo emocional y físico. El proceso del Evangelio es nacer de nuevo en el espíritu, que sea transformada nuestra alma, y nuestro cuerpo resucitado, renovado y rejuvenecido.

Dios nos llevará como familias a una madurez en la que ya no nos moveremos según la carne, según la naturaleza humana, sino por la vida en el Espíritu. Y así estaremos multiplicando lo eterno en las generaciones.

El alma humana ha perdido el orden, el protocolo bajo el cual fue creada. En Cristo nos es devuelta la posición de vida y la libertad espiritual, pero el alma debe ser notificada. Ella permanece en costumbres, filosofías, cultura, vicios, tradiciones y conductas que deben ser destronadas.

El alma debe ser notificada para que sus ojos sean abiertos y pueda entender la nueva vida y realidad de la cual ha sido hecho parte por la obra de la cruz.

Necesitamos determinarnos como familias a oír la Verdad y cerrar su oído a las mentiras del sistema del mundo y de la imaginación humana. Determinen exponerse a personas que los conduzcan a la Verdad y a buscar la voz de Dios a su vida.

Recuerden: los verdaderos avances en nuestras vidas se dan en el entendimiento. Ningún logro personal, social o material es considerado «avance» por Dios, a menos que sean el resultado de haber entendido aquello que Dios desea edificar en nosotros. Y eso es Cristo en nosotros.

Entender es cuando las palabras quedaron instaladas en nuestro espíritu.

En líneas generales, nuestro estado de ánimo es dependiente de las circunstancias externas, del bienestar temporal que nos ofrecen diferentes cosas de este mundo, sobre todo en la adolescencia. Pero debemos confrontar nuestra mente y emociones con las realidades espirituales obtenidas por gracia. Esto es lo que debemos realizar permanentemente en nuestras vidas y en la de nuestros hijos.

¡Tú guardarás en perfecta paz a todos los que confían en ti; a todos los que concentran en ti sus pensamientos! Leemos en Isaías 26. 3. Debemos entrenar a nuestros hijos para que sus pensamientos estén concentrados en Dios, en las realidades espirituales.

Este trabajo es tomar la cruz cada día. Negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo en todo. Él es el camino por la vida en el Espíritu.

Las familias que multiplican lo eterno no son perfectas, sino auténticas. No simulan que está todo bien, sino que se sientan y hablan diariamente acerca de las áreas que aún no han sido conquistadas, que aún no fueron crucificadas. Son familias que diariamente operan desde una mente reconciliada, con paciencia, avanzando comprometidas con el propósito eterno, expresando a Cristo en toda la tierra.

Son familias que maduran en expresar a Cristo y así multiplican lo eterno en las generaciones.

David Firman
David Firman
Psicólogo egresado de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Profesor de Enseñanza Media y Superior en Psicología, egresado de la Universidad Nacional de Rosario. Terapeuta Familiar. Bachiller en Teología, egresado en el año 2001 del IETL de Rosario. Pastor en CTHTN Rosario y zona. Escritor y Conferencista.

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