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Familias que multiplican lo eterno viven el verdadero evangelio sin simulación

Ser cristiano no es ser parte de ritos o costumbres. El Evangelio no es un conjunto de dogmas o frases que podemos repetir. Si hacemos un diagnóstico generacional (lo cual nos incluye), vemos claramente las mezclas que produce la religión y la ignorancia e inmadurez de los creyentes. Me refiero a inmadurez en el sentido de entender la madurez como la expresión de la vida de Cristo en nosotros.

El Evangelio es una Vida, es una Persona, es una Palabra viva, que es Cristo en nosotros. Es una oferta de Dios al espíritu humano, y esta oferta es darnos su vida, hacernos partícipes de su naturaleza. El verdadero Evangelio forma el carácter de Cristo en nosotros. Es una semilla que crece y da fruto, produciendo así su incremento.

El Evangelio es la Palabra de la cruz. Es la cruz de Cristo.

El Evangelio es la semilla de Cristo en nuestro espíritu. Cada día, el Espíritu Santo hará que esta semilla crezca y dé fruto. Pero sin cruz, no habrá madurez verdadera, sino solo apariencia de madurez. Madurez fingida.

En la carta a los Gálatas, encontramos al apóstol Pablo contando cómo tuvo que confrontar a Pedro por su simulación y por no andar conforme a la verdad del Evangelio como líder de la Iglesia.

Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar? —Gálatas 2:11-14, RVR60

Aquí Pablo no está enojado, sino que desde el amor confronta al apóstol Pedro por indignación para con lo que deforma o hace daño al Evangelio, que es Cristo mismo. 


Él empieza encarando la cuestión de la simulación de Pedro. Simular es representar o imitar algo de manera que se asemeje, sin serlo. El cristianismo es algo fácil de simular. Pero Dios no creó el cristianismo, sino que nos hizo ser y vivir una Vida. Él puso la naturaleza misma de Cristo en nosotros. 

Simular ser buenas familias, simular ser pastor, simular amar, simular adorar, simular una vida es algo que podemos hacer pero que desacredita al Evangelio.

Cuando vemos la historia, encontramos que las persecuciones nunca debilitaron a la Iglesia. Roma no debilitó a la Iglesia, sino que la Iglesia debilitó a Roma. La Iglesia solo comenzó a debilitarse cuando por la ausencia de amor se empezaron a crear doctrinas de hombres. 

Al perder el amor, creamos doctrinas para sostener a las personas por imposición en base a costumbres, rutinas, exigencias, sin priorizar la vida de Dios en las personas. Todo se sigue haciendo, pero sin amor, sin vida.

Lo que Dios espera es que operemos por el mismo amor con que fuimos amados: que sirvamos por amor, que adoremos por amor, que oremos por amor, que ofrendemos por amor. Todo debe ser el resultado, la expresión, el fruto del amor, que es Cristo en nosotros. Y esto comienza en las casas, es modelado en las familias.

El amor nos hace vencedores. Lo vemos claramente en Romanos 8, en donde encontramos que nada nos puede separar del amor de Dios en Cristo. Su amor lo es todo. Necesitamos más luz sobre el amor de Dios en Cristo, amor que es una naturaleza operando en nosotros.

Cuando se descuida el amor, que es una vida, se entra en el arte de la simulación. La vida, la oración, la adoración, la ofrenda y todo lo demás es hecho por simulación. Esto es con lo que Jesús confronta a los líderes religiosos en Mateo 6, que hacían las cosas para ser vistos por los demás.

Podríamos argumentar que a nosotros no nos va a pasar, pero vemos que le pasó al apóstol Pedro. Él anduvo con Jesús, lo vio morir y resucitar, y luego estuvo cuando ascendió al cielo. Recibió al Espíritu Santo e hizo grandes proezas en los comienzos de la Iglesia, alcanzando a miles de personas. Pero en algún momento aprendió el arte de la simulación. Y no solo eso, sino que también arrastró a otros y, entre ellos, a un gran líder como Bernabé. Es la simulación lo que hace que la gente no quiera el Evangelio.

La simulación se vence amando y viviendo genuinamente, experimentando una fe no fingida.

Por el texto, vemos que Pablo identifica varias cosas en el corazón de Pedro. En primer lugar, menciona el miedo a los de la circuncisión. Simulamos cuando le tenemos más temor a los hombres que a Dios. En segundo lugar, reconoce que la simulación produjo que otros continúen por ese mismo camino de simulación. La simulación, lamentablemente, contagia. Pablo dice: “Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos”. Y él también era un gran líder de la Iglesia en ese momento.

Hay generaciones enteras, naciones completas que se han alejado del Evangelio debido a que la sustancia del amor se transformó en simulación. Nadie se aleja cuando ve fe y amor sin fingimiento. Y aunque el amor es sufrido, nuestros hijos pueden vernos sufrir por amor, pero no deben ver la simulación. El sufrimiento que experimentamos es uno sin victimización, sino vivido desde la fe. Por ejemplo, los hermanos fueron inspirados en las prisiones de Pablo. Sufrir en el Evangelio no trae decepción en nuestros hijos. Lo que sí trae decepción es la simulación. Nuestros hijos deben ver que el amor que hay en nosotros es mayor que las circunstancias externas. Debemos aprender a amar como Dios ama.

Cuando la sustancia del amor que es Cristo mismo está creciendo en nosotros, no va a haber simulación.

Pablo continúa diciendo: “vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio”. Amor y verdad van de la mano. El amor no es cómplice. El amor verdadero es entrañable y es en la verdad, no es afectivo. La reprensión es para vacunar a todos contra lo que no es el Evangelio. Pablo lo reprende, porque eso no es el Evangelio. Y lo reprende públicamente porque el error fue público.

La sociedad podrá amarnos o aborrecernos, pero no debieran poder decir que simulamos y no representamos dignamente el Evangelio.

Debemos, como familia, honrar este Evangelio que nació en la eternidad, se expresó en una cruz y ahora somos sus representantes. Necesitamos ser corregidos por las autoridades delegadas por Dios sobre nosotros para que preserven la vida de Dios en nuestro ser y así entender y honrar el Evangelio. El primer lugar donde esto sucede es en las familias. Seamos familias alineadas a lo eterno, viviendo y multiplicando la vida de Dios en las generaciones.

David Firman
David Firman
Psicólogo egresado de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Profesor de Enseñanza Media y Superior en Psicología, egresado de la Universidad Nacional de Rosario. Terapeuta Familiar. Bachiller en Teología, egresado en el año 2001 del IETL de Rosario. Pastor en CTHTN Rosario y zona. Escritor y Conferencista.

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