En sus últimos días de vida, el apóstol Pablo puede ver el peligro de lo que probablemente sucederá después de su muerte, y por esa razón entrena a Timoteo para guardar el protocolo de la Casa de Dios, que es la Iglesia. Es algo muy interesante de ver e imitar para con nuestros hijos en la familia. Debemos ver por el Espíritu lo que viene y ocuparnos intencionalmente por lo que dejamos como legado en las generaciones.
… «porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar tras sí discípulos».
Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que, si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y defensa de la verdad. Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria.
La Casa de Dios es la Iglesia.
La Iglesia son las personas en las que Cristo está siendo formado. La Iglesia y Cristo son uno, ya que cuerpo y cabeza nunca están separados, son la misma persona.
La Iglesia es columna que sostiene la Verdad.
La Iglesia es baluarte, o sea, defiende la Verdad. Recordemos que la Verdad es Cristo, no conceptos, doctrinas o versículos bíblicos. No estamos para defender versículos bíblicos ni doctrinas sino para manifestar la Verdad, la realidad de Dios, que es Cristo en nosotros.
Desde la cruz, estamos operando en el Nuevo Pacto, que está escrito en el corazón. Es interno y no externo. Es eterno y no temporal. Opera por la vida en el Espíritu. Esto deja de lado toda nuestra sabiduría, conocimiento, religión, imaginación, voluntad. Es el Espíritu Santo el que debe llevar el liderazgo y la enseñanza en nuestras vidas porque su función es llevarnos a la Verdad, que es Cristo.
En consecuencia, toda la vida, las reacciones, la oración, la adoración, la santificación, la fe, el amor, el servicio, el gozo, la paz son manifestaciones de la nueva naturaleza de Cristo en nosotros, motivadas, dirigidas, guiadas por el Espíritu Santo.
El Evangelio no es Evangelio si no nos transforma y se expresa en nuestra cotidianidad. No es Evangelio si no nos hace madurar. Y madurar tiene que ver con entender y experimentar la Vida eterna que portamos desde que nacemos de nuevo.
“En cambio, hablamos con sabiduría entre los que han alcanzado madurez, pero no con la sabiduría de este mundo ni con la de sus gobernantes, los cuales terminarán en nada” (1 Corintios 2:6, NTV).
El apóstol Pablo diferencia creyentes inmaduros de creyentes maduros, y aclara cómo habla de manera diferente con los maduros. En conclusión, podemos ver que la inmadurez produce retraso.
Me asombra que tan pronto estén dejando ustedes a quien los llamó por la gracia de Cristo, para pasarse a otro evangelio. No es que haya otro evangelio, sino que ciertos individuos están sembrando confusión entre ustedes y quieren tergiversar el evangelio de Cristo.
Sutilmente, la Iglesia se ha ido manchando con lo que podemos llamar el Evangelio antropocéntrico, esto es, centrado en las necesidades del hombre. Y dentro de este “otro evangelio”, como le dice Pablo, tenemos tantas líneas como énfasis y divisiones encontramos en el mundo entero. El problema es que, si estamos manchados con este otro evangelio, necesitamos redefinir muchas cosas dentro de nuestras vidas. Y esto es lo que viene haciendo el Espíritu Santo en la Iglesia, en todo el mundo, en esta generación para que, al entenderlo en las casas, el Evangelio avance más rápida y exactamente, ya que el Evangelio es Cristo y es una vida en nosotros.
Cuando estudiamos las cartas apostólicas llegamos a la conclusión de que una de las maneras en que podemos definir madurez es cuando somos gobernados por lo eterno en cualquier circunstancia.
Si Cristo es formado en nosotros, eso nos llevará a no ser niños y a no fluctuar ni en las circunstancias adversas, ni en doctrinas o engaños de hombres. Somos transformados en la medida que lo vamos conociendo, porque todo lo que Cristo es, es lo que somos por dentro.
La clave es permanecer en su amor. El amor es Cristo en nosotros. Se experimenta y se expresa como una naturaleza en nuestro interior. No son prácticas espirituales sino ser espiritual. El fruto del Espíritu es amor.
Las prácticas se pueden aprender y simular, pero el amor es una naturaleza. El primer lugar donde se expresa y se experimenta el fruto del Espíritu es cotidianamente, en las familias.
El verdadero Evangelio es Cristo, y es una vida impartida en nosotros, que por diseño la familia tiene la responsabilidad de cuidar, nutrir y preservar en las generaciones.