Tanto Jesucristo como los escritores del Nuevo Testamento han utilizado la metáfora para expresar conceptos descomunales, inefables o incomprensibles, considerada un medio comunicativo que sobrepasa al discurso racional en cuanto a la efectividad en traducir la realidad espiritual a la comprensión humana.
La metáfora es un elemento lingüístico que involucra la utilización de expresiones verbales e imágenes entendibles al sentir popular, generada con base en la experiencia común tácitamente registrada y accesible a las personas, como un medio efectivo en la comunicación de conceptos abstractos, difícilmente definidos en términos empíricos.
La metáfora es el resultado de un proceso creativo que involucra y requiere la plena consciencia de verbalizar un concepto, un principio o un ente metafísico que integra datos captados y amalgamados en bucles sintetizados de la experiencia humana o cápsulas abstractas que proveen significado condensado de suma importancia a ser usado en el diálogo interpersonal.
“La metáfora es un elemento cuya finalidad es impactar imaginativamente a otras personas”.
Pablo Polischuk
Denota la intención con la cual el proveedor de tal expresión busca entablar un diálogo profundo, significativo, entendible y eficaz, dando a entender aspectos extraordinarios, emotivos, y caracterológicos que buscan entrar en arrastre y comunión interpenetrada con sus interlocutores.
La metáfora surge del ser que ha recogido innumerables experiencias desde las cuales extrae su tema y contenido. Por esa misma razón, la encarnación de Jesucristo es un factor esencial y de suma importancia, ya que, debido a sus experiencias humanas, registradas en su desarrollo físico, intelectual, social, cultural y espiritual («Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres», (Lucas 2:52), tuvo acceso a todas las vicisitudes, los pormenores y las experiencias comunes al ser humano para elaborar sus metáforas y comunicar la verdad espiritual en términos accesibles, en resonancia con sus semejantes y a la altura de su capacidad de entendimiento (Hebreos 2:14; 4:15).
Ejemplos de las expresiones metafóricas empleadas en las Escrituras para denotar las operaciones y la acción del Espíritu Santo abundan. Los escritores apelaron a lo que hoy entendemos por física (sentir su fuerza, energía), termodinámica (sentir, transmitir su calor), acústica (oír su voz), e hidráulica (el correr de su fluir, el ser lleno de su presencia y poder).
Semióticamente, tales expresiones son el medio (la segundidad) que transmite la esencia de su ser (primeridad), utilizando similitudes, analogías e imágenes a ser interpretadas por los lectores de la Palabra (terceridad) quienes anhelan captar la realidad espiritual –inefable, inexpresable o incomprensible al ser humano– y atribuir un significado personal a la revelación provista por Dios.
“El mismo Espíritu Santo es el agente que abre el sentido, ilumina el entendimiento, y capacita los procesos de captar, entender, realizar y experimentar el impacto de la Palabra de Dios”.
Pablo Polischuk
Sin tal intervención, el ser natural es incapaz e inadecuado en realizar su anhelo de comprender la realidad espiritual; «… el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» (1 Corintios 2:14). El discurso racional tiene sus limitaciones, de modo que la metáfora es un medio lingüístico que expresa lo inefable de una manera mejor y sobrepasa el alcance del discurso racional.
Para captar, sentir y entender la realidad espiritual, es necesario que podamos entender no solamente lo que alcanzamos o somos capaces de comprender, sino también cómo tal entendimiento afecta nuestra experiencia interpersonal con Dios y su Palabra. Tal experiencia va más allá de las facultades cognitivas; impacta las sensaciones, emociones, las motivaciones y la voluntad del ser.
La metáfora, una vez captada, representa una fase inicial en el proceso dialógico de comunión con Dios, el factor que promueve la perspicacia e iluminación de «los ojos del entendimiento» (Efesios), el factor que trae los aspectos inconscientes e inefables a la luz, proveyendo bases para las interpretaciones y significaciones de la realidad divina.
La metáfora puede servir de puente de acceso al inconsciente del ser, y aún más, puede servir de medio comunicativo de la verdad escritural vertida en el discurso teológico, la predicación y la enseñanza cristiana. Actúa como un catalizador que amalgama la experiencia espiritual con la receptividad sensorial, el pensamiento, las emociones, y la voluntad del ser. Permite captar y actualizar existencialmente la realidad espiritual que escapa al discurso lógico, sin caer en una postura ilógica o irracional.
La metáfora facilita el proceso que entabla la comunión con Dios, por medio del cual Dios –el proveedor del texto– asume que el lector es capaz de captar, entender y experimentar lo revelado (después de todo, el Creador conoce a sus criaturas a fondo y las empodera y capacita a entender su voluntad).
El Dios que trasciende a la realidad física comunica su verdad eterna al ser finito y mortal en base a un procesado que va más allá de lo cognitivo-emocional-espiritual, con expresiones metafóricas con las cuales el ser puede captar su mensaje, expresado en términos sonsacados del entorno en el cual ha sido socializado, desarrollado, y «lenguajizado» en sus estructuras y procesos mentales –su cultura, trasfondo, experiencia y lenguaje.
La metáfora sirve de medio transactivo entre Dios y el ser humano.
Pablo Polischuk
Jesucristo, en su kenosis, ha utilizado tal elemento lingüístico en base a sus experiencias encarnadas, las cuales han establecido conexiones humanas esquemáticas tácitamente alojadas en su Ser, para elaborar la identificación, el asesoramiento tácito, y la atribución de significado condensado, expresado metafóricamente al creyente interlocutor.
De tal manera, surge el espacio en el cual se establece y entabla la comunión entre Dios y el ser cuya capacidad receptiva es regenerada, renovada y empoderada para entrar en arrastre y experimentar la resonancia, captar el mensaje y oír la voz de Dios, el eco de la Palabra viviente del Autor de las Escrituras.
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Pablo Polischuk
Profesor del Gordon Conwell Theological Seminary, Cofundador de la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires