Muchas de nosotras hemos crecido en la fe bajo el paraguas del “No hay que sentir” y creímos que eso era lo correcto y aún más: estábamos orgullosas de poder “controlar” las emociones que pugnaban por salir a la superficie. Hasta que empezamos a enfermar…
Se nos enseñó (y no lo hemos cuestionado) que sentir enojo no era inherente a una sierva de Dios y aprendimos a ahogarlo entre oraciones y servicio; asimilamos, sin chistar, el concepto de que no es propio de alguien que esté abocada a la tarea pastoral que sienta tristeza, entonces nos esforzamos para reprimirla y la enmascaramos con una falsa alegría; tragamos, sin masticar, la idea de que no debemos tener miedo porque “es falta de fe”, así que nos mostramos “up” ante el terror…
Ignoro dónde fue el inicio de estas concepciones, pero puedo asegurar que no solo son falacias, sino que son una feroz trampa para nuestra salud física, emocional y espiritual.
«La falsedad de estas afirmaciones está puesta en evidencia en la Biblia (nuestro Manual de Vida) cuando nos muestra cómo muchas de las personas consideradas justas, mansas y conforme al corazón de Dios no se privaron de ´sentir´»…
Susana Odera, psicóloga
¡Dios mismo sintió! ¡Jesús sintió!
Así, la coherencia de nuestro Creador nos revela la saludable virtud de otra de sus obras maestras: las emociones.
La palabra “emoción”, cuya raíz etimológica en latín es emotio que, a su vez, deriva de emovere que significa ‘moverse’, da la idea de “desalojar de un sitio” ,“ir hacia”, por lo que no está diseñada para “guardarse”, “meterse adentro” o “reprimirse”.
Si la emoción —invento de Dios— nos informa nuestra realidad interna revelándonos aquello que estamos sintiendo frente a determinado estímulo, para responder congruentemente a eso que nos dicen, que nos hacen, que nos pasa… ¿por qué el ser humano habría de ignorar esa señal?
«¡Y nosotras somos seres humanos! Aunque algunas hayamos internalizado, erróneamente, el rol de “la mujer maravilla” que todo lo puede y que, con sus poderosos brazaletes, es capaz de repeler cualquier ataque, cualquier decepción, cualquier dolor»
Susana Odera, psicóloga
El Creador nos hizo tripartitas: espíritu, alma y cuerpo (1 Tesalonicenses 5:23) de modo que no nos asiste el poder de censurar lo que pasa por el alma. Sentir es un derecho que nos mantendrá a salvo de enfermarnos y una oportunidad para demostrarnos respeto hacia nosotras mismas.
Como valor agregado, si detectamos y expresamos adecuadamente las emociones que se activan ante determinados estímulos, seremos una sana influencia e inspiración para muchas mujeres que están atrapadas en el malicioso cepo del “no sientas”.