En algunas iglesias o denominaciones la mujer ocupa un papel preponderante en la vida ministerial y en otras es poco más que un adorno.

En algunos casos, se ve asociada la figura de la mujer casi exclusivamente con la enseñanza a los niños o a las actividades del departamento de damas. En la sociedad en general afortunadamente eso está cambiando y las mujeres cobran protagonismo en la vida pública y corporativa, ¿pero… en la iglesia cómo andamos?

Días atrás me topé con una encuesta lanzada en un grupo privado que nuclea a pastores y pastoras y ministros del evangelio en general. La consigna era: “La esposa del pastor es…” y estas fueron las respuestas.

  1. Todo depende de cuál sea su llamado: 116 votos
  2. Pastora: 49 votos
  3. Esposa del pastor: 40 votos
  4. Su ayuda idónea: 30 votos
  5. Compañera de misión: 6 votos
  6. Líder de las damas: 4 votos
  7. Co-pastor o pastor asistente: 2 votos
  8. Pastora del pastor: 2 votos
  9. Otra cosa, pero no pastora: 1 voto

Desde la categoría con más votos hasta la que obtuvo solo un punto, muchas de las respuestas revelan el desconocimiento y la desorientación respecto de lo que la mujer cristiana en el ministerio (más específicamente quien se casó con un pastor) debe y puede hacer o no. 

Si buscas en cualquier red social o en el sitio de videos YouTube (y te desafío a que lo hagas) “por qué la mujer no puede ser pastora” o alguna pregunta similar, te encontrarás con toda clase de debates, algunos con posturas férreas conservadoras y otros de lo más liberales, en algunos casos torciendo los principios que la Biblia expresa sobre el servicio de la mujer al Señor, ya sea para un lado o para el otro. 

Toda esta confusión en donde se mezcla lo teológico, lo ideológico, las costumbres y las preferencias personales, arrojan como resultado en la práctica una cantidad de prejuicios y expectativas que hacen que quienes desempeñan tales funciones ministeriales muchas veces se sientan inseguras y pretendan agradar a la opinión general, lo cual suma estrés y tensión a la función misma. 

Lucille Lavender señala en Los pastores también lloran:

“La esposa del pastor debe ser atractiva, pero no demasiado; tener buena ropa, pero no muy buena; estar bien peinada, pero no demasiado; ser amistosa, pero no demasiado; ser expresiva y saludar a todos, especialmente a las visitas, pero no demasiado dinámica; inteligente, pero no demasiado; educada, pero no demasiado; encantadora, pero no demasiado; puede ser ella misma, ¡pero no abiertamente!”

En el libro En el ojo de la tormenta que publiqué hace un par de años en base a investigaciones y encuestas, dedico toda una sección al tema de lo que muchas veces las pastoras (o esposas de pastor, cual sea el caso) dicen que sienten que los miembros de su congregación esperan de ellas. 

  • · Que dirija las actividades de las mujeres de la iglesia, que organice tés de mujeres, reuniones de oración, retiros femeniles, bufet para juntar fondos para las misiones, etcétera. 
  • · Que sea una madre, esposa y ama de casa ejemplar, el pilar de su hogar, el sostén emocional de su familia.
  • · Que sus hijos –si se congregan–, lo hagan en la iglesia de su padre. De no ser así, esto genera una presión para la madre, que generalmente es la que lidia con esas emociones, sumado a cómo eso afecta al padre/pastor.
  • · Que supervise o se haga cargo de los niños de la iglesia, y los maestros de niños. 
  • · Que cocine y haga tortas para las reuniones de la iglesia.
  • · Que abra su casa para recibir a las personas que necesitan y que puedan pasar sin avisar. Pero que la casa sea linda, esté bien decorada, limpia y ordenada, porque si no se enterarán todos sus miembros. 
  • · Que tenga algunas nociones de música y canto, si es posible que dirija la alabanza de su congregación.
  • · Que tenga el don de la oración, intercesión, guerra espiritual, liberación y sanidad interior, todo junto.
  • · Que no se queje de la obra de Dios, ni de la ausencia de su esposo en el hogar, ni de la soledad que experimenta. 

Afortunadamente muchas de estas expectativas se están bajando, especialmente en las iglesias con pastores y pastoras jóvenes.

María José Hooft

Pero, aunque la nueva membresía entiende mejor y es más sensible a las necesidades humanas, ese joven pastor seguramente se formó bajo la enseñanza de otros mayores que sí sufrían estas demandas por parte de la gente, y que indefectiblemente le transmitieron esta carga y todos los prejuicios asociados a ella. 

Las expectativas incorrectas desde el exterior hacia cualquier vocación y llamado de Dios, sumadas a las propias presiones autoimpuestas por parte de quien ejerce el cargo, no hacen más que agregar un peso insoportable que muchas veces lleva al sentimiento de fracaso, angustia e incluso depresión.

Te animo a meditar sobre esto

En la actualidad se habla del manejo de las expectativas, o el expectmanagement, un concepto interesante al que debiéramos prestar atención.

En primer lugar, ¿qué expectativas o exigencias tengo yo hacia las personas que ejercen un cargo pastoral? ¿Cuál es mi actitud y mi trato para con ellas? ¿Contribuyo a hacer más liviana la tarea o con mis pretensiones agrego peso?

En segundo lugar, si cumplo una función ministerial prominente, ¿qué pienso que la gente espera de mí? ¿Qué dice la Biblia que Dios espera de mí? ¿Cómo puedo ubicar las expectativas de los demás en el lugar correcto para agradar a Dios en primer lugar? ¿Cuáles de ellas son infundadas y decido no acomodarme ni darles lugar en mi vida?

Siempre que las expectativas de los demás me generan ansiedad recuerdo este texto de Miqueas 6:7: “Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios”.

El desafío es, en última instancia, construir una iglesia más sana emocionalmente, donde servir a Dios con alegría y sencillez sea la regla y no la excepción.

Pastora en Llegar Alto. Escritora. Bachillerato en Teología. Profesorado de Inglés. Traductora de libros y correctora literaria. Junto a su esposo Christian Hooft pastorean la iglesia Llegar Alto Comunidad de Fe, en el barrio de Recoleta (Ciudad de Buenos Aires).