¿Te has preguntado de qué depende que algunas personas sean más afortunadas que otras?
Algunos consideran que el éxito y las victorias de la vida se sujetan exclusivamente al factor “suerte”, una fuerza causal, arbitraria, que les llega solo a pocos. Para otros, la suerte es el resultado de “la actitud que se toma en la vida”, es decir, tu posición en Cristo es lo que hace que te ocurran cosas buenas y no, el azar.
Yo creo que estas ideas —y algunas otras más— necesitan de una comprensión precisa y acabada de la Palabra de Dios, la cual podría ayudarnos a entender un concepto de suerte diferente; una “suerte divina” que nada tiene que ver con una serie de sucesos fortuitos, o de fuerzas y voluntades humanas, sino que, al contrario, se trata de la soberanía y el propósito del Padre sobre la vida de hijos dispuestos a escuchar y a obedecer su voz. Veamos algunas cuestiones importantes acerca de esta suerte divina:
Tu suerte depende de la soberanía y el propósito de Dios
Ciertamente, Dios es soberano; esto significa que, desde el principio y por la eternidad, Él ha tenido y tiene el control de todo resultado y de cualquier circunstancia, de acuerdo con sus planes: el de tu familia, tu trabajo, tus estudios y tus proyectos, tu salud, tus relaciones… La Palabra nos dice que “se puede echar suertes, pero el Señor es quien decide el resultado” (Proverbios 16:33, NBV). Y a pesar de que las cosas no salgan como las esperabas, no se trata de mala suerte, o de que Dios perdió el control, ¡no! Se trata de aprendizajes, de procesos, de tiempos y de propósitos; Job lo había entendido muy bien y se lo había declarado a Dios: “Yo sé bien que tú lo puedes todo, que no es posible frustrar ninguno de tus planes” (Job 42:2).
Las decisiones corren por nuestra cuenta… ¡Examínalas!
Aunque no nos guste ¡cosechamos lo que sembramos! Y tenemos que aceptarlo, ya que al tener libre albedrío nos hacemos responsables de nuestras decisiones. La suerte divina no nos exime de responsabilidad: “El que siembra maldad cosecha desgracias” (Proverbios 22:8). Así que no podemos culpar a la suerte, al destino o a Dios por nuestras malas elecciones, mucho menos enojarnos con Él; prestemos atención a esto porque “la necedad del hombre le hace perder el rumbo, y para colmo su corazón se irrita contra el Señor” (Proverbios 19:3).
Es necesario tomar decisiones en las que Dios pueda estar de acuerdo, como la de Rut, cuando respondió a su suegra: “¡No insistas en que te abandone o en que me separe de ti! Porque iré adonde tú vayas, y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios” (Rut.1:16).
¡Ya puedo imaginarme la sonrisa de Dios por esta decisión! La suerte divina acompañó a Rut por el resto de sus días; aunque no todo fue color de rosas, ella pudo estar cerca de las personas que amaba, tener un hogar, un esposo generoso que la amó y la respetó, disfrutó del regalo de un hijo y hasta llegó a ser parte de la lista en el linaje de Jesús, ya que fue la bisabuela del rey David. Realmente me emociona conocer cómo fue su vida, pues puedo darme cuenta de que la suerte divina persigue a las hijas de Dios.
Aprecia lo afortunado que ya eres.
Dicen que el mundo se divide entre las personas que ven el vaso medio lleno y las que lo ven medio vacío… Si eres de los que en principio viven percibiendo lo que no tienes, necesitas corregir el enfoque de tu mirada y dirigirla hacia las cosas que nuestro Padre ya te ha dado, porque el mundo trabaja incesantemente para hacerte sentir insatisfecho y mostrarte siempre lo que te falta. Por eso mismo necesitas recordar y guardar en tu corazón que no hay bien fuera de Él (Salmos 16:2), que si tienes a Cristo lo tienes todo ¡y eres destinataria de sus favores!
“Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo” (Efesios 1:3). Por tanto, de sus riquezas maravillosas mi Dios les dará, por medio de Jesucristo, todo lo que les haga falta (ver Filipenses 4:19).
La suerte divina no es para las mujeres y hombres más fuertes, las más sabias o más sabios, ni los más habilidosos; podés tener todo eso y, sin embargo, vivir sin el favor de Dios. La suerte divina es para los hijos e hijas de Dios que se sustentan en Cristo y que saben que sus esfuerzos nunca podrían triunfar por sobre la soberanía de Dios. ¡Que Dios te bendiga maravillosamente!