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Eternidad ¿Cómo ver con los ojos de Dios?

Hoy nos encontramos con muchos modelos y miradas acerca de Dios y la Iglesia. Pero ¿Cuál debe ser nuestra mirada en el Evangelio? En esta nota reflexionaremos sobre este tema.

Cuando conocimos al Señor quizás nos encontrábamos con necesidad, con vacíos y con problemas. Él se ocupó de aliviar nuestras cargas y hacernos libres pero después de un tiempo y sin esperarlo, muchas de esas mochilas pesadas volvieron, otras enfermedades aparecieron y las complicaciones de la vida volvieron a golpearnos. Entonces vino la decepción.

Con el pasar del tiempo podemos ver que la realidad de Dios no es temporal, sino que es eterna. Pero nosotros seguimos priorizando las cuestiones temporales porque como humanos que somos, tendemos a mirar solo lo natural y no lo eterno, pero por una simple razón somos seres limitados en nuestra carne.

En el libro Tiempo y Eternidad de Alberto Calviño se examina en detalle esta problemática y a lo largo de las páginas:

Eclesiastés 1:1-7 dice: “Estas son las palabras del Maestro, hijo de David, rey en Jerusalén. Lo más absurdo de lo absurdo, —dice el Maestro—, lo más absurdo de lo absurdo, ¡todo es un absurdo! ¿Qué provecho saca el hombre de tanto afanarse en esta vida? Generación va, generación viene, mas la tierra siempre es la misma. Sale el sol, se pone el sol, y afanoso vuelve a su punto de origen para de allí volver a salir”.

Calviño explica que “en sus primeras palabras, el mismo Salomón se presenta como “maestro”. Así comienza, pensando en el provecho personal, sin entender la recompensa. Porque no es que dice esto y luego habla de una recompensa eterna. Lo eterno no figura en este libro. Recuerda que su visión está ligada a “esta vida”. En otras palabras: ¿qué sentido tiene todo lo que hacemos?, ¿qué sentido tiene preocuparse por la gente?, ¿qué sentido tiene agradar a Dios? Una vez más, debo decir que estas palabras pertenecen al hombre más sabio, que perdió su conciencia de eternidad”.

Según el autor del libro Tiempo y Eternidad explica que “Salomón expresa el hastío que le provoca la vida y su círculo vicioso. Todo sucede de la misma manera una y otra vez, reiterándole indefinidamente y… ¿después qué? Nada, no hay absolutamente nada después de la vida en el pensamiento salomónico. El rey dice que todas las cosas generan una insatisfacción imposible de expresar. ´Ni se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de oír. Lo que ya ha acontecido volverá a acontecer; lo que ya se ha hecho se volverá a hacer ¡y no hay nada nuevo bajo el sol´ (vv. 8-9). En este punto ya lo reconoce de manera explícita”. 

El autor del libro de Eclesiastés no encuentra palabras para expresar el nivel de desconcierto que todo a su alrededor le provoca. Y termina este párrafo con una declaración que contradice todo lo que representa el Evangelio. “No hay nada nuevo”

Alberto Calviño se contrapone a esa mirada tan antropocéntrica, en donde todo empieza con el hombre y termina en él. Y el escritor arremete y escribe “¿Nada nuevo? ¿Estás seguro, Salomón? ¿Y la Nueva Vida, el Nuevo Pacto, el Nuevo Nacimiento, la Nueva Jerusalén, el Hombre Nuevo, la Nueva Humanidad? Nada de esto pudo percibir Salomón, como sí lo hizo su padre David quien, aun viviendo bajo el Antiguo Pacto, pudo ver desde la eternidad muchas de las cosas nuevas que Dios tenía preparadas”. 

Es que si analizamos las dos gestiones, podemos ver que el rey David tuvo destellos de eternidad tanto en su visión como en sus expresiones. Si no hay nada nuevo bajo el sol, ¿qué expectativas podemos tener en cuanto a la vida? Ninguna. “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Este tipo de razonamiento conduce a una visión impregnada de temporalidad y desesperanza.

Siempre nos preocupamos solamente por lo temporal, y es porque está en nuestra naturaleza. Pero debemos recordar que esto pertenece a un hombre caído, muerto y lleno de pecado. En el jardín de Edén sufrimos una desconección del plano eterno de Dios.

A pesar de haber nacido de nuevo hoy seguimos acercándonos a las congregaciones para recibir “nuestro milagro”, “nuestra sanidad”, “nuestra solución” a todas las circunstancias terrenales que se nos presentan y esperamos que por arte de magia nuestra vida en la tierra sea resuelta en un abrir y cerrar de ojos.

Sin embargo, si Dios extendiera su mano de poder y misericordia y nos solucione algún problema imposible, eso no garantiza entender el propósito de Dios.

Podríamos hasta ser desagradecidos como los nueve leprosos y volver a nuestras vidas como si nunca hubiéramos sufrido, como si nunca hubiera pasado nada, peor aún, como si nunca Cristo se hubiera cruzado en nuestro camino.

¿Y qué pasa con nuestros problemas temporales en Dios?

No estamos desvalorizando los milagros, las sanidades, y los momentos en donde experimentamos las manifestaciones de Dios. Son hermosos. Ellos nos hacen crecer en Cristo. Tampoco estamos ignorando que vivimos en un mundo en donde debemos hacernos cargo del trabajo, de nuestra familia y del día a día. Pero tengamos presente que, al reflexionar sobre tiempo y eternidad, no se trata de una o de la otra. De alguna manera somos anfibios, estamos llenos de tiempo y eternidad.

Alberto Calviño explica que “Vivimos relacionados con ambos conceptos; solamente debemos tener en cuenta la cuestión de orden, ya que una de estas siempre debe estar por encima de la otra. Necesitamos determinar cuál de estas dos realidades impregna nuestra visión y nuestro pensamiento”. Lo temporal no debe ocupar el lugar que no le corresponde.Dios nos llamó a participar de una naturaleza indestructible, una vida que nos garantiza que aun si muriéramos en Cristo tenemos vida eterna. 

“Vivimos en medio de un sistema que nos bombardea permanentemente y nos presiona para llenarnos de temporalidad. Esta es una de las grandes luchas que debemos tener siempre presente: mantener firme nuestra visión eterna». 

Pongamos por debajo nuestros temas temporales, lo que nos sucede hoy y la preocupación de lo que sucederá mañana y aprendamos a descansar en Cristo, en quien reposa la Obra de Dios.

Aprendamos a ver como Dios ve. Después de todo somos ciudadanos del Cielo.

Redacción
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