En un mundo que mide el valor por la productividad, Dios nos invita a ver el trabajo como un terreno fértil para sembrar generosidad y servicio.
El trabajo es mucho más que una obligación o una rutina diaria: es un espacio espiritual donde el carácter de Cristo puede manifestarse. Jorge Himitian enseña que “la voluntad de Dios es que trabajemos, y bien: con esmero, diligencia, responsabilidad y excelencia”. En esas palabras se encierra una verdad profunda: Dios no solo espera resultados, sino corazones transformados que encuentren en su labor un acto de amor hacia Él y hacia los demás.
Trabajar con excelencia no se trata de competir, sino de reflejar el Reino. Himitian señala que “Dios anhela que prosperemos trabajando honradamente… y que, como resultado de nuestro trabajo, tengamos lo necesario para nosotros, para nuestra familia y para compartir con el que padece necesidad.”
La prosperidad, en esta perspectiva, no tiene como fin el bienestar personal, sino la posibilidad de bendecir a otros. La generosidad se convierte así en la evidencia tangible de una vida guiada por el Espíritu.
El autor también advierte sobre el peligro de la codicia. “El avaro guarda y usa para sí todo lo que tiene y todo lo que gana”, escribe, y recuerda que “el avaro es, en realidad, un idólatra (el dinero se ha transformado en su dios)”.
En una cultura que idolatra el éxito y la acumulación, estas palabras resuenan con fuerza. El trabajo deja de ser bendición cuando se convierte en un ídolo; cuando lo que hacemos para glorificar a Dios termina absorbiendo el lugar que solo le pertenece a Él.
Pero el camino de un discípulo de Cristo es distinto. “Un discípulo de Cristo tiene un estilo de vida totalmente diferente del que caracteriza al resto de las personas: en vez de hurtar, trabaja y ayuda a los necesitados”, explica Himitian. Trabajar, entonces, no es solo producir: es cooperar con Dios en su propósito eterno, siendo canales de provisión, ayuda y consuelo para otros.
Cada tarea, cada jornada, puede ser una forma de adorar. Cuando entendemos que el esfuerzo cotidiano tiene valor eterno, el trabajo deja de ser un peso y se convierte en una oportunidad para sembrar amor, generosidad y fe.
Himitian resume esta visión con una frase que ilumina todo el concepto: “Ama a su prójimo y comparte con el necesitado lo que tiene y lo que obtiene por su trabajo, y experimenta la alegría de dar.”
La verdadera prosperidad, entonces, no está en cuánto logramos acumular, sino en cuánto nos permitimos compartir. Porque el trabajo, cuando nace del amor y termina en la entrega, se transforma en adoración.





