Hace mucho tiempo escuché a un predicador decir una frase que, aunque pasaron más de 20 años, vuelve a mi mente cada vez que me siento tentada a temer perder el control.
Su oratoria comenzó de esta manera: “Uno de los temores más grandes que tiene el ser humano es el temor a perder el control, en esa situación nos aferramos más a la cosa o persona que tememos perder”. El resultado es un corazón lleno de temor. “Lo que no sabía era que muy pronto iba a tener que recordársela a mi alma una y otra vez”.
La carne anhela la aprobación de los demás, aquella que nos hace sentir seguros de nosotros mismos y de los demás. Ella desea el reconocimiento, gobernar, emerger, y le aterra la idea de perder el control. Nunca nos veremos libres de este temor que nos esclaviza a menos que alguien poderosamente suficiente para vencer lo imposible para el hombre nos acontezca.
Es esa vieja naturaleza la que nos engaña para creer que sabemos claramente que es lo mejor para nosotras, y es así que muchas veces solemos creer que somos como una especie de salvadoras de quienes en realidad necesitan solo del Cristo que habita en nosotros, ya que Él es el único que puede salvar.
“Es completamente necesario que el Espíritu de Dios nos revele quiénes somos en Cristo y quién es Cristo en nosotros”.
Para saber realmente que nada de lo que somos o hacemos puede colaborar con una obra que solo proviene del cielo, es divina, no es terrenal. Todo es pura gracia de Dios derramada por una medida indescriptible de amor y misericordia por cada uno de aquellos que, estando completamente perdidos, Cristo vino a buscar y salvar.
Cuando algo de nosotros interviene, la mente natural lo lee como un merecimiento y alimenta erróneamente nuestro ego, produciendo un alto concepto de nosotras mismas, un sentimiento de vanagloria que nos hace creer que todo o casi todo se trata de nosotras, desplazando, por inmadurez, a Dios del trono de nuestra vida y entendimiento de las verdades sagradas.
Desde Génesis 3 donde el hombre muere a causa del pecado, se lo ve queriendo ejercer el derecho de aquella propuesta que la serpiente la hizo a Eva “serán como Dios”. Esa propuesta estaba diciendo: Ustedes serán quienes estarán sentadas en el trono de sus vidas, y quienes tomarán sus propias decisiones independientemente de Dios”. Es esa ley del hombre adámico que intenta actuar ignorando que Dios es soberano sin importar quien crea lo contrario.
Necesitamos recordar que Dios, todo lo que Él es y hace, es absoluto, es eterno y nada puede cambiar esta maravillosa realidad reinante.El profeta Jeremías nos dice: “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos”. (Jeremías 10:23)
Reconocer en nosotras esta necesidad de control y someterla a su Espíritu Santo nos reviste de verdadera libertad y descanso. Solo en Él, y por la Fe que proviene de Él, es que permanecemos firmes y seguras cuando las cosas no suceden como lo esperamos.
“Reconocerme insuficiente hace que Cristo sea suficiente para mi vida, logra que le pueda disfrutar en todo lo que es ÉL, y comienzo a celebrar el todo de un Dios soberano que gobierna desde el presente eterno”.
Es el principio y es el final, eso nos dice que el final de todas las cosas está asegurado para los que le aman. Es el viento de su espíritu quien nos libra y nos traslada a su Merced sobre toda verdad.
El Apóstol Pablo les recuerda a los Efesios que es Dios quien nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (no se gastan ,nadie las puede merecer ni ganarla por sus méritos), también dice que nos escogió en Él para ser santos, y nos predestinó asegurando nuestro futuro como hijos. Nos hizo aceptos en el amado, en quien tenemos redención por su sangre y perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, que es Cristo en nosotros y nosotros en Él.
Fuimos sellados por su Espíritu Santo, que establece la garantía hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria, siendo este el motivo eterno por el cual fuimos creados. Todo esto y mucho más es lo que somos en Cristo. Es imposible pensar que no es suficiente, y como consecuencia no poder disfrutar y celebrarlo con todo nuestro ser.
Es mucho más que un sentir, se trata de creer para verle y descansar. Sin importar las circunstancias Dios es soberano. La cruz vacía nos dice que ÉL es suficiente. Y, al igual que el apóstol Pablo, volvemos a escuchar “mi gracia es suficiente, mi poder se perfecciona en tu debilidad”. Es por eso que me gozo en mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo.